DiócesisHomilías

Día de Navidad (Catedral-Málaga)

Publicado: 25/12/2010: 2481

DÍA DE NAVIDAD

(Catedral-Málaga, 25 diciembre 2010)

Lecturas: Is 52,7-10; Sal 97; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18.

Profundizar en el verdadero sentido de la Navidad

1. Tras la preparación del tiempo litúrgico de Adviento, llegó por fin la Navidad: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1,14). Dios nos habla a través de su Hijo, que es su Verbo, su Palabra.

En el origen de la creación el Verbo de Dios intervino para crear el mundo y al hombre; y en la plenitud de los tiempos este mismo Verbo de Dios se hizo hombre (cf. Gal 4,4) y reveló su amor a los hombres, recreándoles como hijos de Dios. En la creación nos hace seres humanos; con obra redentora nos hace “nacer de nuevo”, haciéndonos hijos adoptivos. Quien sea capaz de recibir y acoger en su corazón esta Palabra divina, será transformado en hijo de Dios (cf. Jn 1,12).

La vida eterna consiste, según el evangelista Juan, en que el hombre conozca al único Dios verdadero y a Jesucristo, su enviado (cf. Jn 17,3). Hay muchos corazones humanos que cierran su puerta y no acogen al Verbo de la Vida, Jesucristo. Estas fiestas navideñas nos invitan a abrir nuestro corazón y acoger al Señor, como hizo la Virgen.

Ésta es, queridos hermanos, la gran novedad de la Navidad. Al venir Jesús al mundo, se revela al hombre el misterio escondido en Dios (cf. Ef 3,9), la clave para entender el universo y la humanidad. ¡Ese es el sentido más profundo de la Navidad!

2. Pero lo que celebramos hoy no es un hecho pasado, que duerme en la historia y que simplemente recordamos en estas fiestas navideñas. El misterio del Dios, hecho hombre, y el de nuestra divinización salvadora tiene lugar hoy. Dios se nos manifiesta hoy como amor salvador; nos libera hoy de la esclavitud y del pecado; ilumina hoy nuestra vida con su Luz. El Hijo de Dios asume nuestra naturaleza dañada, que él sana y renueva, solidarizándose con nosotros. La liturgia de estas fiestas nos invita a sumergirnos en este misterio insondable del amor de Dios (cf. Ef 3,18-19).

¡Resuenen hoy en nuestros oídos las palabras del ángel a los pastores!: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2,10-11).

Ciertamente la Navidad es una fiesta entrañable, por su poesía y su belleza, por la intimidad familiar, por el encuentro con los seres queridos. Pero más allá de estas dimensiones humanas, la celebración navideña nos invita profundizar en el misterio de un Dios, que se hace hombre por amor.

3. La carta a los Hebreos nos presenta la venida de Cristo como el cumplimiento y la culminación  del diálogo que Dios ha entablado con el hombre en el Antiguo Testamento. Dios había hablado desde antiguo, por boca de sus profetas y mensajeros; lo había hecho muchas veces y de muchas maneras (cf. Hb 1,1) en sueños, en profecías, en revelaciones, en encuentros con ángeles y personajes; lo hacía para enseñar e instruir a su pueblo querido y amado, para guiarlo por el camino del bien; para sacarlo de la esclavitud y encaminarlo hacia la tierra prometida.

En la plenitud de los tiempos el Verbo de Dios se encarna, después de un largo recorrido de la historia de salvación, para revelar plenamente el amor de Dios. Después de esta Palabra definitiva, dada por Dios al hombre, ya no caben más palabras. Como nos recuerda san Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo —que es una Palabra suya, que no tiene otra—, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (Subida al monte Carmelo, Libro 2, cap. 22, n. 3). Todo lo que nos tenía que decir Dios, ya nos lo ha dicho en Jesucristo; que nadie, por tanto, espere más revelaciones, no añadirán nada a todo lo que el Señor ya nos ha dicho. Dios ha dado su última y definitiva Palabra, llena de amor. Hemos de acoger, pues, a este Verbo de Dios, para que ilumine nuestro corazón.

Somos, queridos fieles, unos privilegiados por vivir en esta etapa final de la historia de nuestra redención; nuestros antepasados escucharon palabras reveladas, pero no llegaron a conocer toda la plenitud. Nosotros, en cambio, hemos podido escuchar directamente su Palabra, porque Dios ha querido hablarnos por medio de su Hijo, Palabra encarnada. El autor de la carta a los Hebreos nos dice que el recién nacido es la manifestación visible del ser de Dios: «reflejo de su gloria, impronta de su ser» (Hb 1,3). Cristo es la imagen perfecta de Dios, el reflejo pleno de su gloria. «Quien me ha visto a mí, -dice Jesús a Felipe- ha visto al Padre» (Jn 14,19).

Si queremos conocer y amar al Dios trino, basta con que miremos a Cristo, que es la imagen nítida que refleja el amor de Dios. El Hijo de Dios se hace hombre y nos revela la imagen paternal de Dios.

4. Las lecturas de este día nos hablan no sólo del nacimiento del “Niño Jesús”, sino de la obra redentora de Jesús, Salvador, Mesías y Señor. El prólogo de san Juan (cf. Jn 1,1-18), como evangelio del día, es un himno a Dios, que nos ofrece su Palabra, hecha hombre.

El Jesús, cuyo nacimiento celebramos en Navidad, es el mismo que ofrece su vida por nosotros en el madero de la cruz; es el Señor resucitado, que se hizo uno de nosotros, compartió nuestra naturaleza humana y vive resucitado y glorioso por los siglos.

Tratemos, pues, queridos hermanos, de profundizar en el verdadero sentido de la Navidad y revivir este inefable misterio. La Navidad es, tal vez, la solemnidad que más ha penetrado, a nivel popular, en el corazón de la gente. Vayamos profundizando cada vez más y cada año mejor en la entraña de este misterio. ¡Dejémonos penetrar de la luz que destella este acontecimiento!

5. Constatamos, sin embargo, que en nuestra sociedad se vacía de contenido religioso cada año más la Navidad. Esta fiesta, que marca un antes y un después en la historia de la humanidad, se convierte para muchos en simples vacaciones, en la celebración de la fiesta de invierno, o en ocasión de consumismo.

Los signos y motivos navideños están desapareciendo de nuestras ciudades; el árbol sustituye en muchos casos al Belén y el Papá Noel a  los Reyes Magos; las tarjetas navideñas presentan, a veces, dibujos sin referencia alguna a la Navidad. Incluso nos felicitamos con la expresión “Felices Fiestas”; no estaría de más que añadiéramos “de Navidad”; o mejor aún, decir: “Feliz Navidad”, o “Felices Pascuas”, haciendo referencia al paso de Jesús entre nosotros. Todo ello reforzaría la centralidad del verdadero protagonista de esta fiesta, que es Jesucristo, el Príncipe de la paz y Luz del mundo.

6. Os animo a profundizar en el verdadero sentido cristiano de la Navidad. En los hogares cristianos no debería faltar el “Belén”; y en los balcones podíamos seguir colocando una imagen, que haga referencia directa a la Navidad, o una luz en las noches más entrañables de estas fiestas, de manera que quien pase por delante de nuestra casa, pueda decir: “Ahí vive un cristiano”. Es una hermosa manera de vivir la Navidad y de recordar a nuestros paisanos el misterio que celebramos.

Queridos padres, iniciad a vuestros hijos en estas santas tradiciones; cantad villancicos en el ambiente familiar y haced alguna sencilla oración ante el “Belén”, que colocáis en vuestros hogares.

Vivamos estas fiestas con gozo y alegría, pero con cierta sobriedad, compartiendo los bienes con los más necesitados y huyendo del consumismo, que nos invade.

Aprovechemos estos días para visitar a las personas más solas y abandonadas, a enfermos y ancianos; para encontrarnos con los seres queridos, que tal vez viven lejos, o que, por razones diversas, llevamos tiempo sin verlas.

La Virgen María supo acoger en su seno y en su corazón al Hijo de Dios, que se hizo hombre; de sus entrañas virginales nació el Salvador de la humanidad. ¡Que nosotros sepamos también acogerlo en nuestras vidas y seamos testigos de la salvación, que Él ha venido a traernos! Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo