DiócesisHomilías Misa del Alba de la Cofradía del Cautivo (Parroquia San Pablo-Málaga) El Cautivo y la Trinidad, durante la Misa del Alba. FOTO: Hugo Cortés/SUR.ES Publicado: 19/03/2016: 9347 MISA DEL ALBA DE LA COFRADÍA DEL CAUTIVO (Parroquia San Pablo-Málaga, 19 marzo 2016) Lecturas: 2 Sm 7, 4-5.12.14.16; Sal 88, 2-5.27.29; Rm 4, 13.16-18.22; Mt 1, 16.18-21.24. La alianza de Dios con los hombres culmina en Cristo Cautivo 1. La “Misa del Alba”, que hoy celebramos con motivo del traslado de la imagen del Cautivo, coincide en este año con la solemnidad litúrgica de San José, Esposo de la Virgen María. Las lecturas de esta festividad nos presentan tres personajes: Abrahán, David y José. Todos ellos tienen en común tres cosas: 1) ser destinatarios de la alianza de amor de Dios con su pueblo; 2) haber vivido una fe firme en Dios y una esperanza inquebrantable; 3) y haber recibido la prometida descendencia. Abrahán, como nos dice la carta de san Pablo a los Romanos, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza (cf. Rm 4, 18) y se fio de Dios totalmente. Como padre nuestro en la fe, nos anima a confiar plenamente en Dios; a obedecerle con diligencia; a servirle con alegría. En David se cumplió la promesa de la descendencia real en el trono (cf. 2 Sm 7, 12.16). El Mesías nació de la estirpe de David. 2. José, el esposo de la Virgen María, fue un siervo bueno y obediente, que hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, aceptando a María su esposa, «de la que nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1, 16). Pero la generación de Jesucristo, como nos narra el evangelio de hoy, no fue por obra de José, sino por gracia del Espíritu Santo: «La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18). Un hombre bueno, como José, no quiso denunciar a María, su esposa: «José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado» (Mt 1, 19). Pero el ángel del Señor le desvela el misterio y le anima a tomar si temor a su desposada en matrimonio (cf. Mt 1, 20). De ese modo se cumple en su descendencia la promesa de Dios; y el Salvador del mundo entra en la historia: «Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). La solemnidad de San José en el interior de la Cuaresma nos ofrece un modelo de respuesta generosa a la llamada de Dios; creyó confiadamente en la palabra divina y en silencio cumplió la voluntad de Dios. 3. Somos descendientes de Abrahán y herederos de la promesa davídica (cf. Rm 4, 16), gracias a la redención obtenida en Jesucristo, a quien hoy adoramos como Señor y Dios nuestro, contemplando la imagen del Cautivo. Parece un sinsentido que una persona condenada a muerte, maniatada y escarnecida pueda ser el Salvador del mundo. Ya decía san Pablo: «Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Co 1, 22-23). También en la actualidad hay gente que no acepta al Cautivo como el Salvador de su vida. Opinan que no necesitan ser salvados por nadie, porque consideran que el ser humano se basta a sí mismo y que es dueño y señor de su propia vida. Pero, ¡ay!, su misma vida, sobre todo cuando llega a su fin, les contradice todo lo que antes han defendido. Siguiendo con el razonamiento de san Pablo, para quienes son llamados en Cristo, éste se presenta como «fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Co 1, 24-25). De este modo adquiere sentido lo que parecía una contradicción: Cristo Cautivo, que aparece “débil” ante sus verdugos, es el más “fuerte”, capaz incluso de vencer la muerte; Cristo Cautivo, que aparece “necio” ante quienes lo condenan, es el más “sabio” de los hombres, porque es la misma Sabiduría en persona. Y en Él hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios. 4. Queridos cofrades y hermanos todos, Dios ha querido hacer una alianza de amor con la humanidad y, por tanto, con cada uno de nosotros. Y esa alianza de Dios con los hombres es una historia de misericordia, que inició hace miles de años y que culmina en Cristo Cautivo. El papa Juan Pablo II nos exhortaba a orientar nuestra vida hacia Cristo con estas palabras: “Se impone una respuesta fundamental y esencial, es decir, la única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él nosotros queremos mirar, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación, renovando la afirmación de Pedro «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68; cf. Heb 4, 8-12)” (Redemptor hominis, 7). Aunque contemplemos al Cautivo atado de pies y conducido al suplicio de la cruz, no dudemos nunca que Él es quien nos libera y nos salva; Cristo-Cautivo nos quita las ataduras del egoísmo; Cristo-Cautivo nos hace pasar de la esclavitud a la libertad; Cristo-Cautivo perdona nuestros pecados. Él es quien nos reconcilia con el Padre y nos lleva en sus hombros de “Buen Pastor” (cf. Mt 18, 10-14). No os fijéis en su apariencia. Como dice el profeta Isaías es un hombre despreciado, herido y humillado, ante el cual se ocultan los rostros, porque soportó nuestros sufrimientos y fue triturado por nuestros crímenes; pero «sus cicatrices nos curaron» (Is 53, 5). ¡Bendito Cautivo, que nos ha sanado de todos nuestros males! 5. Estamos celebrando el Jubileo de la Misericordia, que el papa Francisco nos ha regalado. Es una hermosa ocasión para profundizar en el aspecto más profundo y significativo de la fe: la misericordia de Dios con nosotros. En su Mensaje para la Cuaresma de este año, nos decía: “Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad” (n. 2). Pedimos a Cristo Cautivo que nos ayude a acoger la misericordia entrañable de Dios Padre, que Él nos ofrece; que nos haga destinatarios de la alianza de su amor eterno. Y suplicamos la intercesión de la Virgen María, que confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38), para que nos ayude a ser humildes y agradecidos. Amén. 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