En esta Semana Santa, se ofrece la posibilidad de testar cómo vivimos la vida: basta reflexionar sobre nuestras actitudes, nuestros hechos y nuestra relación con el entorno familiar, religioso y social; también desde el punto de vista sensible y cultural. Cada uno sabrá, legítimamente, cómo debe y puede vivir su vida. Ahora bien, a tenor de lo que ayer se vivió hay mucha gente, de la Málaga malagueña, que está viviendo esta Semana Santa en pandemia con devoción y fe. Recordemos que el tejido malagueño, mayoritariamente, es cristiano católico y, en este sentido, las comunidades parroquiales y las hermandades y cofradías malagueñas ofrecen una oportunidad importante para encontrarse con el misterio. Y la gente lo sabe. Y aprovechan.

Es Semana Santa. Málaga luce en oración transitando una pandemia; y lo hace en silencio mientras reza o recuerda personas y momentos en el arranque de una nueva estación con luna llena. Estos días ofrecen una oportunidad única: contemplar meditativamente la propuesta escénica que ofrece la cultura de sesgo cristiano. El silencio, especialmente en este tiempo santo para millones de seguidores del Nazareno, tiene la capacidad de abrir en nosotros un espacio interior poco transitado. Favorece adentrarnos en espacios inusuales y necesarios para el crecimiento interior y el recuerdo. La nuestra es una época que no propicia el recogimiento ni aunque nos caiga una pandemia encima. Es más, a veces hay miedo a aislarse y salirse del río de palabras e imágenes que se vomitan todos los días. Sin embargo, sin silencio no se puede vivir. Para facilitar una vida auténtica hay que favorecer que la jornada esté llena de momentos de tranquilidad. Y en esto la Semana Santa ayuda. Urge vivir momentos de intimidad, soledad y contemplación en esta complicada y necesaria empresa que supone vivir unos años en pandemia.