NoticiaColaboración Hacia las periferias, a la luz de Carlos de Foucauld (y II) Carlos de Foucauld Publicado: 20/12/2016: 14669 FIRMAS. Artículo de Gabriel Leal, miembro de la Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas. ¿Qué impulsó al vizconde de Foucauld desde el momento de su conversión para que terminase entregando su vida como un hermano en Tamanrasset? Carlos de Foucauld descubrió en su conversión que solo merecía la pena vivir para Dios, imitando la vida oculta de Jesús, el pobre obrero de Nazaret; este se convirtió en el modelo único de su vida, al que conoce y de quien se impregna del espíritu: - «Leyendo y releyendo, meditando y volviendo a meditar sin cesar sus palabras y sus ejemplos (…) para tener siempre ante el espíritu los actos, las palabras y los pensamientos de Jesús con el fin de pensar, hablar y actuar como Jesús». - Adorándolo en la Eucaristía y alimentándose de ella, donde su fe le dice que Jesús está presente con toda su fuerza salvadora: «Allí donde está la Santa Hostia está Dios vivo; es tu Salvador, tan real como cuando El vivía y hablaba en Galilea y Judea, y como está ahora en el Cielo». - Reconociéndole y sirviéndole en los más pobres: «no hay una palabra del Evangelio que me haya causado una impresión más profunda y transformado más mi vida que esta: “Todo lo que hacen a uno de estos pequeños, es a mí que lo hacen”. Si pensamos que estas palabras son (…) de la boca que dijo: “Esto es mi cuerpo (…) esta es mi sangre”, con qué fuerza somos llevados a buscar y a amar a Jesús en estos “pequeños” (…) dirigiendo todos los medios materiales que tengamos hacia el alivio de las miserias temporales». La santidad y el camino de Carlos de Foucauld, se pueden resumir en dos verbos: buscar a Dios e imitar a Jesús, adoración y cercanía al prójimo pobre. Y todo ello vivido desde el discernimiento espiritual. El amor le llevó a servir a los más lejanos, a los pequeños y excluidos, que no compartían ni su universo religioso ni su cultura. A ellos consagró su tiempo y su energía, buscando desde la amistad ser tenido por hermano de todos, con la esperanza de abrir caminos que pudiesen hacer posible la evangelización. Su itinerario también puede ser el nuestro, en la medida en que perdamos “el corazón por Jesús” contemplado en su Palabra, celebrado y adorado en la Eucaristía, reconocido y servido en los últimos y excluidos. Una experiencia que nos llevará inexorablemente a la imitación y, por ello, a la cercanía a los más pobres, si lo vivimos acompañados, en un clima de discernimiento espiritual.