DiócesisHomilías Bendición de los locales parroquiales (El Salvador-Málaga) Bendición de los salones parroquiales de El Salvador, en Málaga capital Publicado: 19/06/2021: 844 Homilía de Mons. Jesús Catalá durante la Misa con motivo de la bendición de los locales parroquiales celebrada en la parroquia de El Salvador-Málaga el 19 de junio de 2021. BENDICIÓN DE LOS LOCALES PARROQUIALES (El Salvador-Málaga, 19 junio 2021) Lecturas: Job 38, 1.8-11; Sal 106, 23-31; 2 Co 5, 14-17; Mc 4, 35-41. (Domingo ordinario XII – B) 1.- Muy querido párroco, sacerdotes y ministros del altar, miembros del consejo parroquial pastoral y todos aquellos que tenéis alguna responsabilidad eclesial en la comunidad cristiana, a todos los fieles, a todos los presentes, mi cordial saludo. Hoy venimos a agradecer a Dios, porque siempre que venimos a una celebración es una acción de gracias. Y la mejor acción de gracias es la eucaristía, como su propio nombre indica. Una acción de gracias en la que, en realidad, ofrecemos a Dios el sacrificio de Jesús, el que la piedad divina aceptó como sacrificio por nosotros. 2.- San Pablo nos recuerda que nuestra esperanza en la resurrección se fundamenta en la resurrección de Jesucristo y lo que celebramos es el memorial de la muerte y resurrección; esa es la base de nuestra fe: «Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús» (2 Co 5, 14). Pero para resucitar es necesario morir: «Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día» (2 Co 5, 16). El ejemplo que pone Pablo, y que a mí me gusta como signo para expresar esta realidad, es el grano de trigo que se siembra. Para que pueda germinar el grano de trigo, ¿qué le tiene que suceder al grano? Tiene que pudrirse. Si el grano de trino no muere no se convierte en planta. Ahora somos como granos; mientras no pasemos por la muerte temporal y no nos pudramos físicamente, no podremos convertirnos en plantas, es decir, en personas resucitadas, como Jesús. 3.- Nos cuesta ir muriendo a nosotros mismos. Aquí no se trata solamente de una muerte física, sino que va en paralelo la muerte física y la muerte espiritual. Hay que morir a lo que nos aparta del Señor, al pecado, al egoísmo, a la manipulación del otro, a la búsqueda de la felicidad donde no está. Hay que ir muriendo poco a poco a nuestros deseos, planes, egoísmos…, en definitiva a nuestros pecados. Pero cada pequeño esfuerzo produce grandes frutos: «Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria» (2 Co 5, 17). Una pequeña cosa da como fruto una gran gloria. A eso no invita san Pablo, a ir muriendo poco a poco a nosotros mismos, en el sentido de ir muriendo a lo negativo, a lo contrario del amor, para que el amor vaya creciendo en nosotros. 4.- En el Evangelio de san Marcos hemos visto que Jesús subió a la barca con sus discípulos y «se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua» (Mc 4, 37). Peligraba el que se hundiera la barca. El mar impetuoso (cf. Job 38, 1) y las olas que rompen contra la barca describen situaciones de extrema necesidad, en las que cabe imaginar una catástrofe por el hundimiento de la embarcación. Jesús dormía en la popa y, asustados, lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Mc 4, 38). Es el momento de la desesperanza y del grito de auxilio. Es el grito del que tiene miedo, del que no confía en Jesús. Es el grito de la desesperanza. Jesús se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma» (Mc 4, 39). Esta escena se repite en la Iglesia, en la comunidad cristiana, en nuestra parroquia y en cada uno de nosotros. 5.- La tempestad calmada es un símbolo de muchas tempestades que existen en nuestra sociedad, que arremeten contra la Iglesia, contra las instituciones y contra las personas cristianas. También es símbolo de las dificultades que encontramos personalmente en nuestro proceso de fe. La vida cristiana, bien sabéis, –estamos insistiendo en estos últimos años más aún, y todos los papas también–, no consiste en cumplir unas normas, o unas simples creencias, o una ideología, o una doctrina. El papa Benedicto XVI lo repetía muchas veces; fundamentalmente ser cristiano es encontrarse con una persona que se llama Jesucristo, que ha dado la vida por ti y por mí, y que ha resucitado. Como hemos dicho antes, es el fundamento de la resurrección y de la vida futura, de la esperanza cristiana. ¿Hacemos de la fe ese encuentro personal, diario, con Jesús? Esta eucaristía es un encuentro con Él: escuchamos su Palabra, celebramos su memorial, participamos de su Cuerpo y Sangre convertidos en alimentos de vida eterna. Hemos de remarcar que es importante vivir ese proceso de fe. No se trata de hacer cosas o actividades, se trata de vivir una relación personal con el Señor. 6.- Cuando queremos educar a las generaciones jóvenes, hemos de educar desde esa perspectiva de que se encuentren con Jesús, no sólo que aprendan cosas o de que cumplan normas o de que se enteren, eso también. Pero lo importante es facilitar que se pongan delante del Señor, que le hablen, que le recen, que le pidan perdón, que le escuchen, que entren en contacto personal con Él, que perciban que está dentro de cada uno, junto al Espíritu, que les ayuda, que da sentido a sus vidas y que les da fuerzas. Eso es lo más importante. En eso queremos trabajar y a eso os animo en esta parroquia de El Salvador, que veo crecer año a año y en la que he visto una evolución positiva. Por eso quiero agradecer todo el trabajo del párroco y de los sacerdotes que están con vosotros, del diácono, de los catequistas, de los que estáis trabajando; y veo que estáis poniendo el interés en lo más esencial. 7.- Volviendo al tema de las tempestades, nadie se escapa de la tempestad. La Iglesia también sufre tempestades. Muchas veces la han pintado como una barca que va zarandeada por el viento; las olas rompen contra la barca, el viento empuja, la barca parece que va a hundirse porque le entra agua. La escena es la de Jesús en el Evangelio. Pero no tengáis miedo porque Jesús está con nosotros y porque la Iglesia es su obra; Él es la cabeza. ¡Cómo va a hundirse si está Él que la ha instituido! Durante la persecución religiosa en España, en los años treinta, uno, que estaba queriendo matar a todos los curas y a los cristianos, dijo a un sacerdote al que iba a matar: «vamos a aniquilaros y vais a desaparecer del mapa». Esa es la orden que tenía: matar a todos y quemar todo para que no quedase ningún cristiano. De hecho, un embajador escribió a Moscú: «Hemos cumplido la orden. La Iglesia en España está arrasada». Y el cura le respondió: «a mí me podéis matar, pero si nosotros después de dos mil años desde dentro no hemos sido capaces de hundir a la Iglesia, vosotros desde fuera olvidaros». Y así ha sido. 8.- Es fácil traer a la mente situaciones desesperanzadas, vivencias interiores en las que uno llega a percibir que no hay remedio y que puede ocurrir un desastre. Momentos que, por la oscuridad, la impotencia ante los problemas, la fragilidad física, la experiencia terrible de un rompimiento afectivo, la pérdida inesperada de un familiar, la quiebra económica, la desolación espiritual, la violencia de la tentación, la pandemia Covid-19, la muerte de personas muy allegadas y muy cercanas, la enfermedad que algunos habréis pasado…, se asemejan a una verdadera tormenta producida por un terrible huracán de sentimientos encontrados. Son tormentas que nos pueden hacer tambalear, son huracanes que arremeten contra nosotros. Pero estamos en manos de Dios y nuestra vida no depende de nosotros, depende del Señor que nos la ha regalado y que, además, nos invita a participar de manera eterna en dicha vida. Esto es el alimento de inmortalidad, su Palabra es alimento de inmortalidad. 9.- En el Evangelio, el Señor echa en cara a sus discípulos su falta de fe: «Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4, 40). Y esta tarde el Señor puede también decirnos lo mismo y preguntarnos: ¿Por qué tienes miedo? ¿No tienes fe en la esperanza cristiana? ¿No tienes fe en la otra vida? ¿No tienes fe en Dios que te ama? ¿Es que no cuida más de ti Él que tú de ti mismo? Como dice el mismo Jesús: ¿Quién puede añadir un centímetro a su estatura? ¿Quién puede añadir a su vida tan solo un segundo? (cf. Mt 6, 27) ¿Quién puede añadirlo? Nadie. Eso es de Dios. Hay que ponerse en manos de Dios. Por tanto, es necesaria una oración confiada en Dios. En las circunstancias adversas, la súplica humilde y confiada, el grito de socorro, –como los de la barca–, la referencia a la trascendencia, presentan la angustia ante el Señor, como aparece en los relatos bíblicos. «Señor, sálvanos. Señor, quédate con nosotros. Señor, échanos una mano. Señor, confiamos en ti». Dios interviene de manera favorable para nosotros y cuando Jesús actúa el viento se calla y las olas se calman; aparece la calma, que rompe la arrogancia de las olas. Se apacigua la tormenta, enmudecen las olas del mar, se sobrecoge el corazón ante la palabra del Maestro (cf. Mc 4, 39) y ante la fuerza poderosa de Dios (cf. Job 38, 11). Eso es lo que esta tarde nos piden las lecturas: que tengamos esa actitud ante Él, que no temamos a los zarandeos que nos puede dar la vida, que confiemos en Él y que pongamos toda nuestra vida y nuestra esperanza en el gran amor que Él nos tiene. 10.- Hoy damos gracias a Dios por habernos permitido construir los locales parroquiales. No ha sido fácil porque las obras humanas no son fáciles. Ha costado mucho tiempo, más del que quisiéramos. Tuvimos muchas dificultades de todo género hasta el final. Y ya, cuando todo estaba ultimado, hablando con vuestro párroco, D. Miguel Ángel, me propuso venir ahora. Preferible era venir ahora que no hace cuatro o seis meses con la inquietud de que aún quedaban cosas por hilar. Gracias a Dios y al esfuerzo de todos, el párroco, la comunidad parroquial y el Obispado, hemos puesto todo lo posible; porque, aunque hemos encontrado esos zarandeos, al final la tormenta se ha calmado. Gracias también a los que habéis hecho posible, desde vuestras instituciones, que esto fuera posible. Por tanto, gracias a Dios, en primer lugar, y gracias a cada uno de vosotros porque el Señor quiere hacer las cosas, pero no las hace por arte de una varita mágica, las hace trabajando nosotros, las hace con nuestra colaboración. Él no quiere salvarnos sin nosotros y nos pone a prueba, como puso a prueba a los apóstoles. El Señor quiere que nosotros colaboremos con Él y entre nosotros. 11.- Hemos construido unas estructuras que tienen una finalidad: la actividad pastoral, la salvación. Lo pastoral quiere decir que el proyecto de Dios llegue al destinatario y que la salvación, que Dios nos da, llegue a aquellos que el Señor llama, sean niños, jóvenes, adultos o mayores. Esta acción nos apremia a renovar toda la comunidad cristiana. Las estructuras, aunque se hacen y permanecen, necesitan un mantenimiento. Pero, como hemos dicho antes, nuestro proceso de fe no es una estructura que se empieza y se acaba, sino un camino, una vida que no se para, que no debe parar hasta el final de nuestra vida temporal. Por tanto, aunque las estructuras las tenemos realizadas, están en función de ayudarnos en ese proceso que cada uno tiene que hacer de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza cristiana en la eternidad y el amor. Si no nos ayudan a promover esas tres virtudes teologales, ¿para qué nos sirven los espacios? Ese es el objetivo. 12.- Os felicito. Juntos damos gracias a Dios que es el que nos ha regalado la vida, la fe, todo lo que somos y tenemos, y también nos ha regalado la posibilidad de tener un hermosísimo templo y ahora unos buenísimos salones parroquiales, con la colaboración de todos. Os animo a seguir en esa línea marcada por los sacerdotes de la parroquia de construir una comunidad parroquial auténtica, que de testimonio fuera, que viva y que encuentre la felicidad en ese encuentro personal con el Señor; ese es el mejor testimonio que podemos dar hacia fuera. Pedimos, pues, al Señor, como Él dijo a los de la barca, que nos dé confianza en Él, que está siempre con nosotros. Y que la Virgen María nos acompañe, Ella que ha sido la gran creyente, la mujer más fiel a Jesús, al Señor. Que así sea. 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