El próximo domingo celebraremos el día de la Iglesia diocesana, para dar gracias a Dios por nuestra Iglesia y para preguntarnos cómo acrecentar su vitalidad y su misión evangelizadora. Le daremos gracias porque la Iglesia malacitana, a pesar de sus defectos y pecados, está viva y se implica en dar respuesta al hombre de hoy.

Se implica viviendo el Evangelio con fecundidad y hondura, como lo atestiguan los católicos beatificados y canonizados durante los últimos veinte años. Madre Petra, del Valle de Abdalajís; Fray Leopoldo, de Alpandeire; Enrique Vidaurreta y Madre Carmen, de Antequera; Juan Duarte, de Yunquera; Juan Nepomuceno Zegrí, que fue Vicario General, y los beatos Manuel González y Marcelo Espínola, que fueron obispos. Sobresalieron por su fe en Dios, hasta dar la vida; y por su servicio a los más pobres, a quienes proporcionaron pan, escuelas, casas de acogida y confianza en Dios. Constituyen un ejemplo formidable de amor a Dios y de amor al hombre.

Y entre nosotros hay miles de santos anónimos, que posiblemente jamás lleguen a los altares, pero que realizan un trabajo silencioso y fecundo en la iniciación cristiana de los niños, en la visita a los enfermos, en acoger a sus hermanos en centros de Cáritas, en las sedes de Manos Unidas, en el Cotolengo, en los comedores populares, en el hogar para los “sin techo” de la calle Pozos Dulces, en los  pisos para reinserción de presos que regenta pastoral penitenciaria, en la residencia Buen Samaritano para enfermos de sida y para mayores necesitados…

La lista es interminable. Como ves, mientras muchos hablan de la pobreza y de la crisis, la Iglesia se implica. Ayúdanos a seguir ayudando, porque necesitamos mucho de lo que tú tienes: amor, tiempo, dinero, inconformismo, esperanza, fe en Dios…

Artículo "Desde las azoteas", de Juan Antonio Paredes