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Semblanza de Alberto Planas García

Publicado: 24/10/2005: 5001

 

La última tanda de Ejercicios Espirituales para sacerdotes la ha dirigido el obispo de Orihuela-Alicante, Mons. Oliver. Al llegar a Málaga lo primero que hizo fue preguntar por D. Alberto Planas. Cuando era joven seminarista de Teruel le había impresionado el joven sacerdote que les predicaba en el seminario marcando caminos de santidad, formas renovadas de vida presbiteral y exigencias misioneras. Las convivencias de seminaristas de varias diócesis, Teruel y Málaga entre ellas, en Albarracín, no las ha olvidado.

Con mucho dolor y con necesidad de esperanza, nos reunimos presbíteros de muy distintas edades y vivencias de seminario y de vida sacerdotal, porque diferentes han sido las épocas. Permitid que un grupo cada vez más minoritario, por razón de edad, expresemos nuestros sentimientos de forma especial. Es que se nos van los últimos sacerdotes de una etapa que sembró de sueños de vida y de servicio pastoral la diócesis de Málaga desde 1924. Entusiastas, animadores y forjadores de santos sacerdotes, algunos mártires.

Porque el sueño no fue solo del beato Manuel González. El soñó por primera vez y lo contagió a un grupo de sacerdotes que han ido a celebrar el banquete de las bodas para siempre. Su memoria, que no queremos olvidar, es referencia de una historia que quisiéramos se detuviera para mejor contemplarla. D. Alberto es el paradigma mejor de esta vivencia sacerdotal.

Dejadnos que vivamos un momento de orgullo y de gratitud por lo que fue el Seminario renovado del Obispo González García, de D. Enrique Vidaurreta, de D. José Soto, de D. Pablo González y de tantos otros. Aquel camino iniciado que después fue recogido por el Seminario de Vitoria. El Seminario de la Eucaristía, el seminario que aprendía en el Evangelio, en San Juan de Avila, en San Juan de la Cruz y en Santa Teresa.

D. Alberto vivió y gritó con reiteración los convencimientos que se adentraron en el corazón de los seminaristas, mayores y menores. Enseñaba y contagiaba. Desde la Escuela Preparatoria repetía machaconamente nuestro querido D. Alberto lo que había aprendido de D. José Soto, “Bautizados, luego santos”. Y deseaba se aprendieran de memoria las palabras de Santa Teresa que nos resonaban tan bien: “Jamás por artificios humanos pretendáis sustentaros, que moriréis de hambre y con razón. Los ojos en vuestro Esposo. El os ha de sustentar; contento El, aunque no quieran, os darán de comer los menos vuestros devotos, como lo habéis visto por experiencia. Si haciendo esto vosotras muriereis de hambre, ¡bienaventurada las monjas de San José!”.

Con qué alegría lo repetíamos los mayores. Era la afirmación de que el Seminario de Málaga “formaba pastores cabales”, “evangelios con pies de cura”.

Aún recuerdo la discusión entre seminaristas del Menor sobre una frase de San Juan de la Cruz. “En la interior bodega de mi amado bebí”. Les preguntaba D. Alberto donde había que situar la coma. Y así entre juegos sobre lo más profundo, el Seminario se alimentaba de la mejor leche.

Con camino de exigente santidad. “Ni padre, ni madre, ni genealogía”. Sacerdotes libres, rotas las ataduras. Con el místico carmelita se decía: “¿Qué me da que el ave esté asida por una maroma o por un hilo?, no puede volar.” Libres para obedecer, libres para catequizar, para misionar. Sufría D. Alberto cuando de este ideal sacerdotal algunos de los hermanos se separaba. Para D. Alberto fue claro el camino y defendió siempre, incluso con su dosis de genio fuerte, al sacerdote que señaló espiritualmente a varias generaciones, al P. Soto.

Entusiasta incondicional del Padre Espiritual y, sobre todo, del Beato Juan de Avila. D. Alberto consiguió del Obispo, D. Balbino, que hablara con el Cardenal Parrado, Arzobispo de Granada, para que transmitiera a la Conferencia de Metropolitanos el deseo de que solicitaran a la Santa Sede el nombramiento del Beato Juan de Avila como Patrono del Clero secular Español. Era el año 1945. Se consiguió y se debe a Málaga.

Montilla, con el sepulcro del Patrono, fue lugar de peregrinaciones de D. Alberto y de los sacerdotes que el arrastraba. Gozó con la tesis doctoral de D. Francisco Carrillo sobre la doctrina del Cuerpo Místico en “Audi Filia” y con el himno del Beato que como música de fondo está presente en esta celebración. “Apóstol de Andalucía, el clero español te aclama...”. Qué abrazo emocionado les dio a sus autores, D. Francisco Carrillo y D. Manuel Ruiz Castro. “Fuiste Padre de santos sin par” Y es verdad. Cuantos sacerdotes santos hemos conocido. Cuantos sacerdotes de vida evangélica al máximo. En esta clave se entiende la vida cuyos restos incineramos.

Para dar a conocer la vida y la enseñanza del santo recorrió los seminarios de España en varias ocasiones. La santidad sacerdotal y América eran el contenido de sus retiros y de sus charlas. En tren, en su moto ISO con la que llegó hasta Lourdes. Nada le detenía, ni siquiera aquél Obispo que receló de la visita de D. Alberto, que al final agradeció.

Singular su entusiasmo y generosidad en favor de la Iglesia en América. El dijo con reiteración y se convirtió en grito característico: “Et ultra”. Explicaba que al volver a su país los seminaristas latinoamericanos que habían permanecido en el seminario de Málaga, al subir la escala que daba acceso al barco, había comprendido su significado: “Málaga ha tomado posesión de América”. Lo predicó y lo hizo personalmente. Porque en tres ocasiones estuvo en Venezuela. Allí fue Delegado Nacional de Misiones y recorrió varias veces el país como promotor de vocaciones. Fue valorada y agradecida su entrega a Venezuela por el episcopado venezolano. Nunca ha querido D. Alberto perder la nacionalidad de aquella nación a la que ha amado y de la que no se ha cansado de contar valores e historia.

La dimensión misionera de la diócesis también la trabajó aquí como Delegado de Misiones.

D. Alberto nació en Cómpeta el 5 de Octubre de 1915. Se acercó al Seminario de la mano de su madre y ha sido, lo reitero, uno de los sacerdotes que más bebieron de todo lo bueno que se le ofreció. Convencido del camino de espiritualidad del clero, de las virtudes básicas que debía vivir. La pobreza, la fraternidad, la obediencia, la entrega a las gentes...

Ordenado sacerdote el 18 de Junio de 1939, recién terminada la guerra civil española, es nombrado profesor de Latín y de Humanidades del Seminario Menor. En realidad profesor de casi todo. Una de las asignaturas “química”. Y fue clásica su explicación sobre la peligrosidad del ácido clorídico, “gota lengua animal, muerte instantánea, gota pañuelo, 30 boquetes”. En el año 1944 Director Espiritual de la Escuela Preparatoria y del Seminario Menor. Al mismo tiempo es Vicario Parroquial de los Santos Mártires. En el año 1948 deja el Seminario y es nombrado Misionero Rural de Antequera. Cuánto trabajó con D. José Campos Giles, su inseparable amigo y hermano.

Pero lo principal es el inicio de la primera residencia sacerdotal de las varias que se establecerían en la Diócesis. D. Francisco Pineda, que es nombrado Párroco de San Pedro, es el responsable. Después la residencia se traslada a la Parroquia de San Sebastián. Unos meses Párroco de Algarrobo y Sayalonga, para suplir una emergencia. Pero el Obispo lo que decide es nombrarle Párroco de San Pedro, de Antequera. Los vecinos mayores aun recuerdan su trabajo en favor de los niños hasta conseguir una escuela profesional en El Cerro. A Antequera se desplaza el P. Soto alguna que otra vez porque quiere mantener el espíritu de los sacerdotes más afines a sus ideas sacerdotales.

En el año 1952 es nombrado Director Espiritual del Seminario Mayor. Sustituye a D. Antonio Añoveros que había sido designado por el Papa Obispo auxiliar. Después de su primera estancia en Venezuela, con aquél equipo admirable de sacerdotes, es Párroco del Barrio de la Luz y en el año 1980, canónigo de la S.I.C.B. Vuelve a Venezuela y en el año 1986 es nombrado capellán de las Hermanas de la Cruz que le recuerdan con inmenso afecto.

Hacemos presente la memoria de una faceta en D. Alberto que es peculiar, su servicio de la Palabra de Dios. Predica en la Misión de Málaga y en otras ciudades españolas en aquellos años de misión simultánea para toda una ciudad. En Ronda tiene lugar la anécdota. D. Alberto no tiene complejo alguno cuando se trata de anunciar la Palabra de Dios. Un día sale de Los Descalzos con un crucifijo que difícilmente soporta. Y baja por la calle La Bola cantando el solo. La gente le rodea y cuando llega al cruce de calle Sevilla pide a unas personas que están sentados en la mesa de un bar que le cedan poder subir a la misma. Y allí convoca a los que pasan y cuando reúne un buen grupo, les anuncia a Jesucristo y les invita a acudir a la misión. Como esta, cantidad de hechos.

En los años que se decide en Málaga una profunda acción social para edificar viviendas en favor de los chabolistas, que son muchos, D. Alberto vivirá con ellos en la antigua casa, conocida como “La Gota de Leche” en calle Parra. Reside con ellos y trabaja pastoral y socialmente en favor de ellos.

Crea los Cruzados de San Juan de Avila y pide a D. Manuel Ruiz Castro que ponga música a la letra que él ha redactado. Los grupos de niños visitan el sepulcro de San Juan de Avila. La letra es así: “Somos niños de Montilla y del Beato Cruzados, ante su tumba postrados fieles juramos ser. Que somos lámpara ardiente de seminarios de España y hacemos la gran campaña por ellos como por El.”

D. Manuel Pineda tiene en su poder las páginas de un breve teatro escrito por D. Alberto, titulado “Bartolillo y Juan”. Al final del diálogo, dicen a dúo: “Concédenos ser un día sacerdotes, tus ministros, “pa” poder llevar al cielo a todos estos chiquillos”.

Unido a sus hermanas, cuando mueren D. Alberto se incorpora a la Residencia Sacerdotal hasta que le enfermedad hizo se trasladara a la Residencia Buen Samaritano. Sus primos Victoriano y Emilia han estado cercanos y le han ayudado en todo, como hermanos. Las religiosas mercedarias y el personal de la Casa Sacerdotal y del Buen Samaritano han sido exquisitos. También estos últimos días en el Sanatorio Gálvez, médicos y personal han procurado que no sufriera. Se ha apagado poco a poco. Ha sido también en esta circunstancia reflejo mantenido del terco y recio D. Alberto.

El dolor tiene su esperanza. Porque en el cielo se ha encontrado con Dios a quien tanto ha amado. Con sus padres y sus hermanas. Con San Juan de Avila y con el grupo de sacerdotes que hizo posible el camino espiritual del beato Manuel González y de los cuales tanto aprendió. Estoy seguro que es felicidad añadida a la propia de los bienaventurados. Y habrá hablado. ¿De que?

Durante el último año de permanencia en la Casa Sacerdotal siempre estaba silencioso, la sordera tampoco ayudaba. Pero tenía una reacción que llamaba la atención. Renacía a la capacidad de conversación, incluso apasionada, cuando se le sugerían dos temas, el Seminario y América. Le volvía la memoria y el entusiasmo.

Querido D. Alberto rece por nosotros. Y sepa que añoramos aquél camino de espiritualidad sacerdotal, que agradecemos su testimonio y el de sacerdotes como Ud. y que, aunque creemos, nos da pena que ya no esté entre nosotros. Su radicalismo nos venía bien en más de una ocasión.

Y le aplicamos la letra del Himno de S. Juan de Avila: “... fuiste de almas seguro mentor, los caminos de España al cruzar, de tu vida y tu lengua el clamor... sacerdotes logró suscitar y templados de Cristo al amor, a los pueblos hicisteis entrar al camino que lleva hasta Dios...”

D. Alberto, gracias. Le besamos con respeto y gratitud sus manos sacerdotales que para nosotros siempre mantendrán el calor, hasta que nos volvamos a encontrar. El saludo será con la música y la letra del himno: “repitiendo tu vida ejemplar... las almas podrán encontrar el sendero de luz y de amor”.

Francisco Parrilla Gómez,
Canónigo Magistral

Autor: diocesismalaga.es

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