NoticiaPatrona de la diócesis

Día 7: Corredentora

Publicado: 30/08/2012: 5414

 

NOVENA EN HONOR DE

SANTA MARÍA DE LA VICTORIA

Predicada por Monseñor Fernando Sebastián Aguilar

Málaga, septiembre 2010

 

 La doctrina.

Jesús no vino a morir, no quería el enfrentamiento con su pueblo. El quiso convencerles de la verdad de Dios, hizo todo lo posible para que todos conocieran y aceptaran los caminos de Dios. Fue la soberbia y la ambición de aquellos dirigentes empedernidos lo que  le llevó a la muerte. No quisieron aceptar el mensaje de Jesús sobre Dios y El tuvo que aceptar la muerte como exigencia de la misión que había recibido de su Padre. Jesús no vino a morir. El amaba la vida y quiso dar vida abundante a todos los que creyeran en El. Fue el pecado, fue la incredulidad de su pueblo lo que le obligó a cargar con la cruz y dar la vida por obedecer la voluntad del Padre y procurar hasta el final la salvación de sus hermanos.

María, su madre, se había mantenido en una discreta distancia durante su vida pública. Ella no quiso entrometerse en la vida de su Hijo. Le acompañaba desde lejos, esperaba con amor y a veces con angustia el resultado de sus actuaciones. Pero cuando supo que habían prendido a Jesús, adivinó enseguida lo que podía ocurrir. Jesús había dicho varias veces que el Mesías tenía que morir. María presiente  que ha llegado la hora suprema y tiene que estar cerca de su hijo. Siguió de cerca las vicisitudes del juicio de Jesús, pudo contemplar llena de dolor la imagen ensangrentada y dolorida de su hijo, escuchó como puñales que se clavaban en su corazón los gritos de la muchedumbre que lo condenaba a muerte, lo acompañó en el doloroso camino hasta llegar al monte calvario.

En el momento cumbre de la prueba, cuando el poder de las tinieblas parece que está acabando con la vida y la obra de su Hijo,  allí está María, la Madre amorosa, la discípula fiel, la mujer fuerte,, junto a la Cruz, compartiendo la oración y la fidelidad de Jesús, ofreciendo a su Hijo como salvación del mundo. El dolor de Jesús es su dolor, la soledad de Jesús es su soledad;  la oración,  la piedad y el ofrecimiento de Jesús son también su piedad, su oración y su ofrecimiento por todos nosotros.

Unida a El por un amor total, humano y divino, María vivió espiritualmente el dolor y el amor de su hijo ofreciéndose por nosotros. Ella sabe que Jesús es inocente, Ella sabe que Jesús es el Hijo y el enviado, Ella sabe que su hijo es la flor más hermosa de la humanidad, el centro del mundo, y se le parte el alma de pena al verlo colgando de la cruz, tratado con tanta  crueldad, como el  malhechor más despreciable de la tierra. A pesar de eso su alma se unía al alma de Jesús, su corazón sintonizaba con el corazón de su Hijo que en medio de aquel suplicio terrible se ofrecía mansamente al Padre como sacrificio de expiación por todos los pecados del mundo.

María sí entiende por qué El muere en la Cruz, María sí sabe que con su fidelidad y su confianza en el Padre Jesús está venciendo la fuerza del mal en el mundo y abriendo el camino de la vida eterna para todos los que crean en El. En la terrible soledad de la Cruz, Jesús pudo contar con ella como asociada a su pasión y a su muerte redentora. Por eso cuando Jesús está a punto de morir la reconoce y la proclama madre de todos sus discípulos, madre espiritual de la humanidad por la cual El muere en la Cruz. Por eso, ella, que ha estado a su lado en el momento del calvario, va a ser la madre que sostenga a todos sus discípulos en los momentos difíciles de la fe, la madre que les enseñe y les ayude a creer en El y con El en la bondad de Dios, a vivir en este mundo con el corazón puesto en la bondad de Dios y en la esperanza de la vida eterna.

Aplicaciones

Como les ocurrió a los primeros discípulos, también nosotros querríamos a veces un cristianismo más fácil, un cristianismo en el que no hubiera que renunciar a nada, un cristianismo sin cruz y sin sufrimientos. No falta quien se atreve a pedir cuentas a Dios de los sufrimientos que nos sobrevienen en esta vida. La cruz, el sufrimiento no es obra de Dios. Sino consecuencia de nuestros egoísmos y de nuestros pecados. Somos egoístas, nos domina fácilmente la concupiscencia de los bienes de este mundo y por eso tenemos que ir contra nuestros propios deseos desordenados para entrar en el mundo de la verdad y de la justicia de Dios.

Hoy sigue vigente el combate de la fe. Nuestra situación en el mundo no puede ser diferente de la condición de Jesús. Como El tenemos que soportar tentaciones y contradicciones. El pecado del mundo, nuestros propios pecados nos obligan a cargar con la cruz del sufrimiento y de la penitencia. No tengamos miedo. El dolor sale siempre a nuestro encuentro. Tengamos el valor de aceptarlo con serenidad, con amor y confianza. Contamos con la fidelidad de Dios y la ayuda del Señor, contamos con la intercesión de la Virgen María que nos protege con el manto de su fe para que seamos capaces de superar las tentaciones del mal. En esta lucha entre el bien y el mal, de la que no nos podemos librar,  nosotros queremos situarnos como María de parte de Jesús, de parte de la justicia y de la misericordia, de parte de la verdad y de la esperanza de la vida eterna, de parte de Dios y del bien de los hermanos, aunque tengamos que sufrir, como Cristo, como María, el desprecio de quienes han puesto su orgullo y su esperanza en los bienes de este mundo.

Como el Apóstol Juan, representante de todos los cristianos del mundo, nos acogemos a la virgen del calvario, la mujer de la fidelidad y de la fortaleza, para fortalecer nuestra fe en la Victoria del bien sobre el mal, la Victoria de Jesús sobre el pecado, la victoria del amor y de la esperanza sobre todos los egoísmos. Madre de piedad, Señora del Calvario, Señora de la fortaleza y de la esperanza, danos ahora la gracia de recibir los bienes de tu fidelidad y de tu amor. Haz que en este mundo, en el que hay tanta mentira, tanta codicia, tanta corrupción y tanta lujuria, los cristianos seamos ejemplo de justicia y de bondad, que no colaboremos con las fuerzas del mal ni con los enemigos de Dios, sino que, como la Virgen María,  colaboremos siempre con tu Hijo para vencer el poder del mal con la abundancia del bien, la oscuridad de la mentira con la claridad de tu verdad, la dureza del egoísmo con la generosidad de un amor verdadero y generoso, la cultura del egoísmo y de la muerte con la defensa de la vida y el servicio a los más débiles y necesitados.

Santa María de la Victoria, Sta. María de las pequeñas y de las grandes victorias en las batallas de la vida cotidiana, ayúdanos a llevar la cruz de cada día, como Jesús, como tú misma, con amor y confianza, danos una fe firme para vencer el poder del mal en el mundo, para vivir santamente a pesar de todas las dificultades, alabando a Dios y trabajando en todo momento por el triunfo del bien y de la justicia.

 


Autor: Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito

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