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Día 4: Madre de Jesucristo, Madre de Dios

Publicado: 30/08/2012: 4159

 

NOVENA EN HONOR DE

SANTA MARÍA DE LA VICTORIA

Predicada por Monseñor Fernando Sebastián Aguilar

Málaga, septiembre 2010

 

La doctrina

Después de muchos siglos de preparación, después de una larga y paciente providencia de Dios, llegó el momento de realizar el gran proyecto divino, que el Hijo, la segunda persona de la Trinidad, asumiera una naturaleza humana y viviera entre los hombres para restaurar en ellos la imagen  divina, para liberar a los hombres del poder del demonio y renovar la alianza perdida en los orígenes como consecuencia del pecado del primer hombre. Por fin había en la tierra una persona capaz de comprender los designios de Dios, dispuesta a aceptar la iniciativa divina y espiritualmente preparada para colaborar con este plan de Dios.

La virgen María, preparada interiormente por la acción misteriosa del Espíritu Santo en su corazón, vivía intensamente la espiritualidad de Israel, ella veía la necesidad de un Mesías enviado por Dios para guiar a la humanidad, ella esperaba la salvación y confiaba en la intervención divina a favor de Israel y de la humanidad entera. Y cuando el corazón de María estuvo dispuesto, Dios, con la fuerza de su amor omnipotente, inició su gran proyecto de salvación.

El evangelista san Lucas, seguramente confidente de la misma virgen María, nos lo cuenta con palabras sencillas y sobrecogedoras. “Dios envió al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David, el nombre de la joven era María”

Las primeras palabras del ángel fueron palabras de alegría y felicitación. “Alégrate, llena de gracia, no temas porque has hallado gracia delante de Dios”.  El saludo, la felicitación eran para María y para la humanidad entera. Ella era la escogida, la amada por Dios, la elegida para acoger en el mundo como madre suya la persona del Hijo; pero este mismo saludo era también para toda la humanidad, pues el Hijo que María recibía en su corazón y en su seno iba a ser el salvador de toda la humanidad.  La humanidad entera podía felicitarse porque era amada de Dios, porque a partir de ese momento quedaba enriquecida con la presencia del Hijo de Dios hecho carne de su carne y hueso de sus huesos.

La joven María, sorprendida, asustada, se excusa y se resiste, ¿cómo ella va a ser la madre del Mesías?, además,  ella, en contra de lo que era habitual en su tiempo,  vive consagrada a Dios y no piensa tener relaciones conyugales con ningún hombre. Pero he aquí que este propósito de virginidad que parecía una dificultad para su maternidad, es precisamente la condición para que se cumplan en ella los planes de Dios, pues el Hijo que va a concebir no va a brotar en ella por obra de varón sino que Dios mismo, el Espíritu de Dios, vendrá sobre ella y hará que la segunda persona de la santa Trinidad comience a existir humanamente como hijo suyo.

Este es, hermanos, el momento central de la historia de la humanidad. Por un designio de amor,  Dios quiere emparentar con nosotros, quiere hacerse uno de nosotros, quiere que el Hijo eterno comience a ser hombre nacido de María y con ello hermano nuestro, miembro de nuestra familia humana. Dios quiere compartir nuestra vida para que nosotros podamos compartir la suya. Dios se rebaja hasta nosotros para que nosotros apoyados en su Hijo podamos levantarnos hasta las alturas y la felicidad de su vida divina.

Pero Dios nos ha hecho libres y respeta nuestra libertad en todo momento. Todo será así, si María acepta la vocación de Dios, todo será posible si María acepta esta presencia de Dios en su vida, si ella renuncia a cualquier otra pretensión y quiere libremente ser la madre de Jesús con todas las consecuencias que esta maternidad  le va a traer a lo largo de su vida. Por unos momentos todo estuvo pendiente del consentimiento de María. Pero ella estaba preparada por el Espíritu Santo para acoger a este hijo con todo el amor de su corazón, libremente, amorosamente, en un acto de fe y de entrega incondicional, María ofreció su vida, su alma y su cuerpo, para que en ella y por ella Dios pudiera cumplir sus planes a favor de toda la humanidad. “Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mi según tu palabra”. Con este acto de fe María aceptaba ser la madre de Jesús, y con ese mismo acto abría las puertas del mundo y de la historia al que es nuestro Salvador y el Salvador universal.

Desde aquel momento María fue el primer sagrario, la primera portadora de Cristo en el mundo y para el mundo. Su vida entera iba a estar dominada por esta maternidad que la vinculaba espiritualmente a Jesús y a la obra de la salvación. Ya entonces comienza su maternidad espiritual sobre la humanidad. Madre del salvador y madre de la salvación para todos nosotros.

Con Ella y por ella alcanzamos nosotros el amor y la salvación de Dios que están en Cristo Jesús. Gracias a ella siguen resonando en el mundo las palabras del ángel, “No temáis, tenéis con vosotros la gracia de Dios” La respuesta de María fue respuesta para ella y para toda la humanidad. Por aquel acto de fe de la virgen María tenemos a Dios con nosotros por los siglos de los siglos. Aquella respuesta de fe y de amor cambió el mundo para siempre, desde entonces podemos contar con la presencia de Jesús, Hijo de Dios, Salvador de la humanidad, Hombre perfecto, principio universal de una humanidad nueva reconciliada con Dios, liberada del pecado y  santificada por el Espíritu santo para vivir en paz y justicia como hijos de Dios en el mundo y llegar hasta la vida eterna del cielo. 

Aplicaciones

La realidad es tan grande que casi no lo podemos creer. Somos hijos de Dios, tenemos con nosotros al Hijo eterno de Dios, nacido de María virgen, hecho hermano nuestro, un hermano que nos ha descubierto nuestra verdadera vocación, un hermano que nos ha hecho ver que somos ciudadanos del cielo, que debemos y podemos vivir santamente, en comunión con el Dios del cielo que es nuestro Padre y nos ha enseñado a vivir de acuerdo con la voluntad de dios y con nuestra verdadera vocación.

Algunas personas, cegadas por la soberbia y por las ambiciones de este mundo, no quieren creer esta revelación de Dios y no contentos con no creer quieren que los demás dejemos también esta fe. Piensan que creer en el misterio de la encarnación de Dios, creer en el misterio de la maternidad divina de María es como un delirio que nos aparta de la realidad y nos hace incapaces de disfrutar de la vida y de la belleza del mundo. La verdad es que la fe en este misterio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María nos permite descubrir la grandeza de nuestra propia existencia de hombres y hace nacer en nuestro corazón el deseo de vivir con la magnanimidad y con la esperanza de los hijos de Dios.

De esta fe ha nacido la mayor parte de nuestra cultura, de esta fe ha nacido nuestra literatura, lo mejor de nuestra pintura y de nuestra música, la belleza de nuestras catedrales; de esta fe ha nacido sobre todo la manera de entender la vida, el invento maravilloso de la familia fiel y unida por un amor inquebrantable, de la fe en la encarnación nace nuestra identidad cristiana y gran parte de nuestro patrimonio cultural, los mejores deseos y los más hermosos proyectos de nuestra vida.

Ante las presiones y amenazas del laicismo muchos se preguntan con angustia “qué podemos hacer” Desde la Iglesia no caben respuestas de orden político, pero sí podemos recordar las palabras del ángel “No temáis, Dios está con vosotros y cuida de vosotros, tenéis con vosotros la presencia de Jesús Hijo de Dios e hijo de María, escuchad su palabra, cumplid sus mandatos y sus consejos, no seáis esclavos de los bienes de este mundo,  amaos los unos a los otros, vivid más intensamente vuestra vida cristiana, dejaos conducir por el amor de la Virgen María, dejad que vuestras buenas obras iluminen la mente de vuestros hermanos hasta que se convenzan de sus errores y vuelvan a la casa de Dios. No podréis conseguir nada si no comenzáis por la conversión del corazón y el crecimiento de la vida santa. Rezad intensamente por la conversión de los pecadores que buscan la salvación y la felicidad al margen de la ley santa de Dios.

Gracias a la maternidad de María, tenemos a Dios con nosotros y no nos sentimos nunca perdidos ni angustiados, sabemos cuál es la verdad y el sentido de nuestra vida, sabemos lo que es bueno y lo que es malo, sabemos cuál es el sentido y el verdadero rumbo de nuestra vida. Damos gracias a Dios por esta fe y le pedimos por intercesión de María que vivamos siempre como hermanos de Jesucristo y sepamos llevar a los demás con obras y palabras la luz y el gozo de esta revelación. Tenemos que trabajar para que todos lo reconozcan, ésta es nuestra tarea, ésta es nuestra obligación más urgente, que todos lo conozcan, que todos crean en El y vivan en paz bajo la soberanía de Jesucristo.

Autor: Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito

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