En el evangelio, Jesús compara el Reino de los Cielos con un banquete de bodas. Diez doncellas están invitadas a acompañar al novio, con sus lámparas encendidas, a la casa de la novia, para recogerla y llevarla a la boda. Ellas deben ser previsoras si no quieren deslucir el cortejo nupcial, como ocurrió.

El esposo tardó en llegar, no hay más tiempo que perder, no cabe esperar a que las necias vayan a comprar aceite. Cuando quieren incorporarse es tarde: su falta de previsión ha deslucido la boda. Aunque las sensatas parezcan egoístas, hicieron bien para no terminar de arruinar el cortejo.

La invitación de Jesús a velar, porque no sabemos el día ni la hora, está dirigida a todos. El novio es Jesús, en quien Dios Padre ha venido para unirse irreversiblemente con los hombres; las doncellas son imagen de los discípulos, llamados a acompañar a Jesús iluminando –vosotros sois la luz del mundo–. En la espera del Señor, hemos de proveernos del aceite necesario, que según san Mateo es: oír la palabra de Jesús y ponerla en práctica, haciendo la voluntad del Padre; hacer fructificar los dones recibidos y servirle, especialmente en los pobres.