El mundo actual vive una época en la mucha gente se adhiere a las corrientes ideológicas imperantes evitando el esfuerzo de reflexión y crítica. Existen personas en busca de un ideal que recurren a paraísos artificiales que las destruyen. El materialismo no es capaz de llenar el corazón del ser humano hecho para el infinito. Conviene recordar que sin grandes recursos materiales es posible ser feliz. Pero no se puede ser feliz secuestrado por las ideologías que desplazan a Dios de la vida y pisotean la dignidad humana.

La constatación del tremendo sufrimiento que la pobreza, tanto material como espiritual, causa en todo el mundo exige una movilización que permita que todos conozcan el Evangelio de Jesucristo. Y que ahogue las causas del mal. Todo lo que amenaza al ser humano queda neutralizado por la Buena Noticia de Cristo. En este sentido, la educación de nuestros jóvenes y niños debe despertar a la dimensión espiritual porque el ser humano crece cuando crece en espíritu. Este tipo de educación que se imparte en la familia y comunidades cristianas ayuda a construir y fortalecer los vínculos más auténticos porque abre a una sociedad más fraterna. La apertura a Dios conduce a la apertura a los hermanos y una comprensión de la vida más humana.