Vida DiocesanaHojas de hierba

María, mujer contemplativa

Publicado: 22/11/2013: 4700

«¿Qué es esta vida si, llenos de preocupaciones, no tenemos tiempo de pararnos y mirar?» Estas palabras de un poeta y vagabundo galés sitúan ante la realidad de la contemplación. Hay quien apenas repara en lo que ocurre a su alrededor. Hay quien olvidó dejarse sorprender como cuando eran niños.

María de Nazaret, la eterna niña, la eterna pura, la mujer contemplativa por excelencia es modelo de contemplación.  Lo que le ocurría lo meditaba en su interior. En su corazón. La contemplación es un vehículo privilegiado para ir consolidando la llamada a la santidad que todos tenemos.  Nos permite vivir la vida con la mirada de Dios. 

Buscamos en libros de autoayuda, en palabras humanas algo que oriente nuestra vida y, con cierta frecuencia, olvidamos que la contemplación abre a la Trascendencia y a la verdad última del ser humano.  Al sentido último de la vida.  El camino hacia el interior y hacia lo que trasciende es una vía de iluminación interior privilegiada que Santa María vivió con la fuerza de quien se sabía de Dios y había abandonado su vida a Dios.  Entregando su vida a Dios. Es una experiencia que abarca todas las dimensiones de la vida personal. Y se extiende al ser y hacer de la persona, desde la autonomía de la conciencia y la aspiración a la felicidad. 

Hubo quien afirmó que el cristiano del siglo XX será un místico o no será cristiano; hoy quizá cabría ampliarlo y decir que la persona del siglo XXI será mística o no será persona si por mística entendemos aquella persona que ha descubierto el fondo incandescente y divino que reside en el corazón de cada ser.    Esta tarea no es un lujo reservado a algunos, sino que es camino de humanización indispensable para todo el mundo.  Y de santidad.  La Madre de Cristo lo experimentó.  ¿Quieres ser un hombre, una mujer de Dios?  Contempla cómo vivió María la experiencia trascendente en su vida. Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas Él entonces nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.  Aunque para eso sea necesario convertirnos.  Pronto llegará el Adviento.  Un tiempo de conversión.  Aprovéchalo.

La primera palabra de la primera predicación de Jesús de Nazaret fue: “convertíos”. La palabra aramea utilizada por Jesús fue “tob”, “volver” “refluir en Dios”. En griego, el término es metanoia:ir más allá, elevarse más que la mente. En latín, conversión significa trastocarse, dar un giro.   Implica un  nuevo estado de conciencia que supone experiencia de Dios y de la propia interioridad que reside en el corazón. Pero no el corazón entendido como el órgano de la afectividad sino el ámbito más interno y transparente, que se convierte en “sede” del espíritu. Lo que los hebreos llaman leb. Y es precisamente ahí, en el espíritu a través del corazón donde se da el encuentro con la Trascendencia.  Sumergir en el interior el intelecto y que toda actividad se realice desde el corazón es signo de madurez.  Y es que el viaje hacia la propia interioridad, de la mano de la contemplación, hacia la tierra sagrada del corazón de cada uno es el viaje más bello e intenso que podemos realizar, junto a Santa María hasta el momento de nuestra muerte.

 

 

 

Autor: diocesismalaga.es


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