DiócesisHomilías

Visita pastoral a la parroquia de San Vicente de Paúl (Málaga)

Publicado: 16/04/2016: 4088

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga D. Jesús Catalá en la Visita pastoral a la parroquia de San Vicente de Paúl (Málaga) el 16 de abril de 2016.

VISITA PASTORAL
A LA PARROQUIA DE SAN VICENTE DE PAÚL
(Málaga, 16 abril 2016)



Lecturas: Hch 13, 14.43-52; Sal 99, 2-5; Ap 7, 9.14b-17; Jn 10, 27-30.

1.- Predicación de la Palabra de Dios a los gentiles
Hemos escuchado en el texto de los Hechos de los Apóstoles cómo Pablo y Bernabé fueron a Antioquía de Pisidia y predicaron el Evangelio, exhortando a judíos y a prosélitos a perseverar fieles a la gracia de Dios (cf. Hch 13, 42-43).
Y aconteció que, a algunos judíos envidiosos no les gustó que predicaran a Cristo resucitado, e insultaron a los apóstoles. Entonces, Pablo y Bernabé le respondieron así: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles» (Hch 13, 46). En otra ocasión, Pedro ante el sanedrín dijo que, aunque les prohibieran hablar de Jesús resucitado, ellos tenían que obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Hch 4, 19).
No podemos callar lo que hemos experimentado, no podemos callar nuestra fe. Este testimonio que acontece en los primeros momentos de la primitiva comunidad cristiana, también debería darse hoy. Los cristianos tenemos que hablar ante nuestra sociedad, aunque a veces quiera callar nuestra voz, o no quiera escucharla, o les moleste que hablemos, que digamos que somos cristianos, que expresemos públicamente nuestra fe. Nosotros tenemos que responder algo parecido a lo que respondieron Pablo y Bernabé, y del mismo modo Pedro y los apóstoles. Nuestra experiencia de fe no la podemos, ni debemos callar.
A Pablo se le apareció Jesús resucitado y, a partir de ese momento, la experiencia de Cristo resucitado marcó su vida y esa fue su predicación: “Cristo, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha resucitado. Cristo está vivo. Cristo es mi Señor y mi Dios y no puedo callarlo”.
Ojalá tuviéramos esa fuerza que tenían los apóstoles. Hoy, también hace falta tener valentía para decir lo que profesamos y creemos. Tal vez, nuestra falta de valentía nos haga callar. Pero dar testimonio de la fe, sin avasallar, con sencillez, es muy importante. Le exponemos al otro lo que creemos y el otro es libre de acogerlo. No obligamos nada a nadie, pero nos tienen que dejar expresar nuestra fe. Tenemos derecho a expresar nuestra fe, incluso públicamente.
Eso es lo que hacéis las cofradías en Semana Santa; pero hay que hacerlo durante todo el año. No es sólo sacar las imágenes a la calle, que sí, que es una bella expresión de fe, pero la imagen de Cristo la lleváis en vuestro corazón desde el día de vuestro bautismo. Esa imagen es la que hay que expresar con la conducta, con la palabra, con el testimonio y la explicación de por qué creo.
Queridos confirmandos, hoy vais a recibir el Don del Espíritu Santo que precisamente os dará fuerza para dar este testimonio. No penséis que lo vais a hacer por vuestra propia fuerza. La debilidad humana os haría callar, os haría esconderos, como se escondieron los apóstoles cuando prendieron a Jesús. Pero la fuerza del Espíritu Santo os va a transformar el corazón, para haceros valientes testigos del Evangelio. ¿Dónde? A veces en casa o con los amigos, en la misma cofradía, donde uno trabaja, en su ambiente, donde sea. Eso es lo que vais a recibir esta tarde.
En esta Visita Pastoral, no solamente a los confirmandos, les digo esto, sino a toda la feligresía, pues todos somos llamados a predicar el Evangelio a los gentiles que conviven con nosotros. Os animo a vivir la fe en Jesucristo y anunciar esta Buena Nueva.
Si realmente la gente supiera lo que vivimos, la verdad de lo que significa Jesucristo y la Iglesia (no la imagen que se hacen de la Iglesia), se pegarían por entrar por las puertas de las iglesias. Pero no lo saben y tienen unas ideas falsas de lo que es la Iglesia, de lo que es la fe y de lo que es el cristianismo. El cristianismo es una forma de vivir alegre, gozosa, que recibe el perdón de Dios, que tiene la fuerza del Espíritu, que tiene la capacidad de transformar y así lo ha hecho con la humanidad entera.
Decidme ¿quién ha abierto caminos en todos los campos de la historia? Decidme un campo en el que los cristianos no hayamos sido pioneros. En salud, en hospitales, en universidades, en escuelas, en atención a los pobres, en investigación… en todos los campos. ¿Quiénes han sido los pioneros? Después vendrán los gobiernos organizando lo que, centenares de años antes, ya hacían los cristianos.
Al final, la Iglesia siempre sigue en la brecha del más necesitado: del leproso, del enfermo de Sida. ¿Quién está atendiendo a los enfermos de Sida? La Iglesia. ¿Y a los leprosos que aún hay? La Iglesia. ¿Y a los refugiados? La Iglesia.
Eso ¿de dónde proviene?, ¿de la fuerza del hombre? Proviene del amor de Cristo que hemos heredado, que hemos vivido, que hemos experimentado. Y eso es lo que hemos de transmitir, la fuerza del amor de Cristo, la fuerza del amor de Dios.
 
2.- Los seguidores del Cordero
San Juan, en el libro del Apocalipsis, describe una visión: una muchedumbre inmensa de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, adoraban al Cordero, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 7, 12).
Amén al principio y amén al final. Amén significa «así es», «así lo hace Dios», «esta es la verdad». La palabra amén es la fidelidad de Dios. Dios no se desdice de lo que nos ha prometido.
La muchedumbre llevaba vestiduras blancas y con palmas en sus manos (cf. Ap 7, 9). Eran, según Juan en su libro del Apocalipsis, los que blanquearon sus vestiduras en la sangre del Cordero (cf. Ap 7, 14). Son los que han recibido el bautismo.
Nosotros hemos blanqueado nuestras vestiduras: las del pecado original o del pecado cometido de adultos (si alguien se bautizó de adulto). Hemos sido lavados de las manchas del pecado en las aguas bautismales y regenerados gracias a la pasión, muerte y resurrección del Señor. Es decir, en la sangre que mana de la cruz de Cristo. Nosotros somos parte de esa multitud inmensa de la que habla Juan.
¿Cuál es nuestro compromiso bautismal? Hacer lo que hacía esa multitud, cantar el cántico de los redimidos: “la alabanza, el honor, el poder y la gloria son de nuestro Dios”; es decir, adorar al único Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
¿A qué otros dioses adoramos? ¿A qué otros dioses adora nuestra sociedad? (Respuesta de los feligreses: dinero, poder, autoridad, comodidad…). Hay muchos diosecillos por los que pierde la cabeza y su tiempo mucha gente; incluso, a veces, lo pierden todo. ¿Adoramos nosotros a esos mismos dioses?
Hemos de adorar al único Dios verdadero, al Padre de Nuestro Señor Jesucristo, no hay otro Dios a quién adorar. Y lo hacemos con Jesucristo.
Si eso es así, nuestro tiempo, nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestros proyectos han de estar unidos a Él. No podemos decir que adoramos al Dios de Nuestro Señor Jesucristo y vivir como los que adoran a otros dioses, porque es una contradicción. De modo que nos toca revisarnos.
La Visita Pastoral es también un momento de revisión: ¿a quién adoramos? ¿A quién dedicamos nuestro tiempo? ¿Quién es el que da sentido a nuestra vida? Si la respuesta es al Dios de Jesucristo, a Cristo, de acuerdo. Pero si digo que adoro a Cristo y mi tiempo lo dedico solamente a otras cosas no estoy siendo sincero conmigo mismo.
Por tanto, si hemos de rectificar un poco o hacer un viraje en nuestra vida este es el momento. ¡Hagamos un viraje! Cada día tenemos que revisarnos para no desviarnos.
Queridos confirmandos, vais a ser “sellados” con el Don del Espíritu Santo. Esta marca es indeleble, no se borrará jamás, aunque uno renegara de su fe.
Antes de ayer recibí la apostasía de un joven; creo que no sabía lo que decía; pero quería apostatar. Pues, aunque apostate no dejará jamás de ser hijos de Dios, de estar bautizado y de estar confirmado, porque la marca de Dios queda hasta la eternidad. Ser hijo de Dios es un regalo que Dios te da, no que tú lo consigues por tu esfuerzo o porque lo pides. Y es un regalo que no se puede devolver, Dios te lo dio para siempre. Podrás no hacerle caso, pero lo llevas para siempre en tu corazón. Tu corazón está marcado por el bautismo y por la confirmación. Vosotros quedaréis marcados por la confirmación esta tarde, y ya no se borrará jamás.

3.- El Buen Pastor da la vida eterna a sus ovejas
La parábola del Buen Pastor es una de las más entrañables del Evangelio: Jesús da la vida por sus ovejas, las cuida, las lleva a pastos, venda las heridas, busca a las que se despistan o se van del rebaño, las trae cargadas sobre sus hombros, sin regañarles, y las llama una a una por su nombre. Jesús es nuestro Buen Pastor.
Hay cuatro verbos o palabras que me gustaría ahora desarrollar brevemente, aparecen en este texto de Evangelio y que expresan el amor de Cristo a nosotros:
1) El verbo “conocer”: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen» (Jn 10,27). Conocer y amar, en san Juan, es prácticamente lo mismo. Cristo te conoce por tu nombre, te llama por tu nombre, sabe de tus debilidades, pero también de tus valores porque te los ha dado Él. Sabe tu precio y tu valor, sabe tus facultades. Eres un diamante, aunque estés en bruto y tengas necesidad de ser tallado. Si el Espíritu os talla puede que parezca que os hace daño, pero un diamante en bruto vale menos que un diamante tallado. ¡Dejad que el Espíritu os talle esta tarde!
Jesús os conoce por vuestro nombre, pero y vosotros, ¿le conocéis?
2) El verbo “dar” (vida): «Yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre» (Jn 10, 28). ¿Dais vuestra vida por Jesucristo?
3) La expresión no dejaré “arrebatar”: «y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 29). Ninguna oveja se perderá porque Jesús, como Buen Pastor, las cuida. Es un gesto de cariño, de entrega. Un gesto de amor como la madre entrega la vida por su hijo para protegerle.
4) Y la expresión “ser uno”: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30). Jesús nos pide que al igual que Él y el Padre son uno, nosotros seamos uno con ellos. La comunidad parroquial necesita una común-unión que la produce la Eucaristía. La cofradía necesita comunión, no puede haber tensión entre hermanos. Puede haber pareceres distintos, puede haber opiniones diversas; pero no debe existir falta de comunión, eso es gravísimo. La fuerza del Espíritu os va a dar esa posibilidad de vivir la comunión fraterna en la familia, en la cofradía, en la comunidad parroquial, en el ambiente, en la zona. Esto es un don del Señor.
Vamos a continuar la Eucaristía intentado vivir todo esto que acabamos de reflexionar y que es precioso. ¡Ser cristiano es precioso! ¡Vivir el amor de Dios es una maravilla!
Cuando os pregunten qué es la Iglesia contestad que la Iglesia no es el fantasma que algunos se han inventado; la Iglesia es una maravilla. Invitad a leed el Evangelio, que descubran quién es Jesús para nosotros y qué es la Iglesia para nosotros. Ella, como Madre, nos reúne, nos da la fe, nos bautiza, nos confirma, nos da el Cuerpo de Cristo y nos alimenta con la Palabra de Dios, esa es la Iglesia.
Demos gracias a Dios por haber sido llamados al bautismo, a compartir la vida del Señor y a formar parte de la Iglesia, de la parroquia, de la cofradía, de la familia cristiana.
Le pedimos a la Virgen, Madre de la Iglesia, Madre de la Misericordia, en este Año Santo de la Misericordia, que sepamos vivir ese amor de perdón y de misericordia que nos da Dios a todos nosotros. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo