Noticia Diario de una adicta (XXX). Dolores del alma Publicado: 19/10/2016: 5092 La memoria me asalta con experiencias de las que no quiero acordarme. Aplastar mi pasado era una actitud inconsciente llena de consciencia. La noticia del bofetón a Juan se difundió y magnificó entre todos los empleados y chicas del club. También en la calle. Él lo vivió como una gran humillación, y su comportamiento, especialmente conmigo, sufrió una evidente quiebra. Su conducta, palabras y ademanes tenían una intención destructiva. No me hacía nada pero me hacía de todo. No dejaba pasar ninguna oportunidad para con ironía y medias sonrisas, lanzar comentarios hirientes. La descalificación era permanente y no a destiempo, sino en relación con algo que había ocurrido y siempre delante de otras personas. No me lo decía a voces, sino suavemente e incluso, a veces, me echaba la mano por encima, pero con una mirada fría y hostil que me destrozaba desde dentro. En ocasiones y cuando le pedía la dosis, le intentaba hablar con cariño y dulzura, en un intento de pedirle perdón, pero él me reafirmaba que no tenía nada en contra mía y que todo estaba olvidado. Yo sabía que no deseaba tener ninguna conversación conmigo y con sequedad rechazaba cualquier gesto de amabilidad por mi parte. A veces, estábamos las 4 chicas hablando de nuestras cosas después del trabajo y si él estaba presente, su intervención era para humillarme, pero de manera educada y con tono de paternalismo, recordando todo lo que había hecho por mí. Incluso insinuaba que me tenía cariño, en un juego maquiavélico que me dejaba anulada y con unas noches llenas de pensamientos obsesivos y destructores. Mi nueva compañera de habitación, Bea, con la que me desahogaba, no notaba ninguna maldad en sus palabras, pues así se portaba con todas ellas, de manera irónica y otras veces cariñosa. Yo notaba y palpaba hacia mí un rechazo visceral a todo lo que dijera o hiciera. Cuando iba a su despacho a cobrar y ajustar cuentas, era un auténtico profesional; me daba el sobre sin ningún comentario, a no ser del descuento por algún mínimo desperfecto o gasto que nunca antes me consideraba, y me invitaba a que lo revisara. Al bajar a la barra antes de abrir el local, se ponía a mi lado sin saludarme, ignorándome. Antes me invitaba a café o me decía,-¡ hola!-. Si me dirigía a él, me hacía repetir la frase o la pregunta varias veces de manera sonora si había más personas y entonces con, -¿Perdona, Paula, qué me decías?-, giraba la mirada y no esperaba contestación. Los días pasaban y esta rutina perversa en el trato, me llenaba de inseguridades. Su presencia me hacía sentirme temerosa y la angustia no me soltaba. En un momento de desolación me sinceré con otra de las compañeras, pues Bea ya ni me hacía caso, y el consejo fue más o menos el mismo. Tú estás obsesionada con Juan. Olvídate de él y no le des más vuelta a la cosa. Pero por ti ha hecho más cosas que por ninguna de nosotras, y no te olvides que te sigue dando un sueldo fijo, comisión por cliente y consumo, te proporciona la droga y te tiene en una habitación que aunque sea compartida, es un chollo. ¿Adónde vas a ir que estés mejor que aquí?-.