NoticiaCorpus Christi Te quiero Fiesta del Corpus en la Catedral · Autor: Ana María Medina Publicado: 15/06/2020: 14455 EL ALFEIZAR. DIARIO SUR Hace tiempo un amigo periodista, no creyente, se sorprendía al intentar comprender el misterio que encierra la Eucaristía. A mi juicio, lo entendía bastante bien: Jesús tanto quiso a sus amigos que deseó quedarse con ellos. En síntesis, sin entrar en detalles teológicos, es eso. El misterio eucarístico es un te quiero de fabricación divina. Hemos celebrado el Corpus de la desescalada. Pero, en esencia, no cambió nada: la solemnidad, que hunde sus raíces en el tiempo, se vivió de manera preciosa en la Catedral y en las comunidades parroquiales. Fue la celebración del te quiero de Cristo. Jesús de Nazaret, no tuvo miedo a amar; ni a pedir que amásemos. Es más, legó como testamento un mandamiento nuevo: que amásemos como él había amado. Si es sincero, no tengamos miedo a decir te quiero. Y a mostrarlo. Ayer María, anciana octogenaria, me dijo te quiero. Te quiero son dos palabras que recogen, de manera sencilla y magnífica, con contundencia trascendental, el afecto. Recibir un te quiero puede ser, como el de María, regalo; pero, cuidado, también chantaje. La fuerza del te quiero reside en el momento, tono y gesto; en la intención y honestidad. Cuando crees un te quiero el alma descansa. Cuando dudas el corazón escruta. Cuando no lo crees las cosas cambian. Eso sí, hasta llegar a ese punto de increencia han pasado, casi con toda seguridad, cientos de te quiero falsos que te colaron; que provocaron heridas y cicatrices. Las barreras serían insalvables, si no fuese porque solo otro te quiero puro, brillante, fuerte; tierno, contundente y directo liberaría del blindaje. Por eso el gesto de amor de Jesús a sus amigos, avalado por la entrega de su propia vida, es un te quiero sin matices. De los de verdad. Es lo que celebró en el Corpus la comunidad católica, que reconoce a Jesucristo presente en la especie sacramental del pan y del vino. Es por así decirlo un te quiero de fabricación casera, porque se consagró en el marco de una cena, pero también de fabricación divina porque se enraíza en la potencia trasformadora del amor.