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El mendigo que salvó a toda una parroquia

Publicado: 10/09/2019: 31001

La parroquia de Santo Domingo llora la muerte de José Luis, un hombre que pedía en la puerta del templo desde hace un año

«Es él el que nos ha salvado a nosotros, porque ha conmovido nuestros corazones»

Su nombre era José Luis, y estaba solo, viviendo en la calle con la única protección de unos cartones. El nuevo párroco de Santo Domingo le conoció solo una semana después de tomar posesión. «Era muy educado, y amablemente se acercó a mí al llegar y me pidió permiso para ponerse a pedir en la puerta del templo», cuenta Antonio Jesús Carrasco a diocesismalaga.es. «Le dije que sí, pero que mi deseo y el de toda la comunidad era el de poder ayudarle más». En ese momento empezó una relación que unió cada vez más a José Luis con la comunidad parroquial. Los fieles, a través de Cáritas de la parroquia, consiguieron que pudiera ser atendido en el Comedor de Santo Domingo y disponer de una vivienda.

José Luis lo agradecía con su entrega. Cada día acudía a la puerta del templo desde que se abría hasta que se cerraba, ayudaba al grupo de voluntarios responsables de atender la iglesia, e incluso contabilizaba las visitas de los fieles. «Con un periódico y un boli que conseguía, iba apuntando el número de personas que entraba, y me “daba el informe” cada día», recuerda el párroco.

En los últimos días del pasado mes agosto, casi un año después de su llegada, Antonio Jesús Carrasco empezó a echarlo en falta. Pensó que se debía al calor, pero le extrañó tanto que se puso en marcha todo un operativo para dar con él, como finalmente se consiguió. El estado de salud de José Luis había empeorado y estaba ingresado en el Hospital de la Orden de San Juan de Dios. Hasta allí fue a verlo el párroco, visita que el enfermo acogió con gran alegría. «Fue muy bonito verlo de nuevo. Me dio un abrazo muy grande, y yo le llevé el recuerdo de todos los miembros de la parroquia y el deseo de que se recuperara pronto. Le di la unción de enfermos y una estampa de la Virgen de la Esperanza, que besó con devoción» cuenta el sacerdote. «Le hablé de que en esos días la imagen de la Virgen volvería a la basílica y le dije que no se preocupara, que Ella le iba a ayudar en ese momento de su vida». El párroco pidió que le mantuvieran informado a falta de familiares conocidos, y regresó durante los tres días siguientes para pasar largos ratos junto a él. Cada día iba encontrándolo más y más débil. El viernes 6 de septiembre, tras pasar a su lado toda la tarde, Carrasco se despidió de él para ir a celebrar la Misa diciéndole: «Si Dios quiere, esta noche nos vemos». Era el día del traslado de los titulares a la recién reformada basílica de la Esperanza, de la que es rector. «Tenía la certeza de que estaba en sus últimos momentos, y acudí a la Virgen. Antes de la celebración, miré a la imagen de la Esperanza y puse la vida de José Luis en sus manos para que no le faltara su presencia maternal. Debió de escucharme enseguida porque solo unos minutos después me llamaron para decirme que acababa de fallecer».

Tras la celebración, el párroco volvió al hospital, colocó la estampa de la Virgen entre las manos de José Luis para que se fuera en su compañía y supo que la Iglesia tenía que hacer lo mismo. Sin dudarlo, pidió el traslado del féretro a la parroquia, donde se instaló la capilla ardiente. Por ella pasaron gran cantidad de personas, miembros de aquella comunidad que había sido una familia con José Luis. Juntos, con abundantes lágrimas en los ojos, celebraron la Misa exequial a las 19.30 horas del sábado. «En la homilía les dije que no fuéramos a pensar que habíamos ayudado a aquel hombre, que le habíamos salvado de la indigencia. Es él el que nos ha salvado a nosotros, porque ha conmovido nuestros corazones. José Luis ha venido a esta comunidad para ayudarnos a demostrar nuestra caridad y nuestra generosidad», confiesa Antonio Jesús. Al gesto de esta parroquia se une la hospitalidad de los hermanos de San Juan de Dios y el personal sanitario del centro, que le han atendido en sus últimos días, la solidaridad del cementerio de San Gabriel (Parcemasa), que ha contribuido a su incineración, y la grandeza de la Cofradía de Mena, que con la cesión de un espacio en sus columbarios, ha permitido que José Luis tenga una “buena muerte”, lejos de lo que dicen las estadísticas de personas en su misma situación.

«Una de las obras de misericordia es enterrar a los muertos. Para mí, ha sido algo muy sentido -añade Carrasco-. Le hemos cogido un inmenso cariño, y del mismo modo que él se comprometió con nuestra iglesia, la Iglesia tenía que estar a su lado. El Señor es tan grande que siempre llega a tiempo, y se ha valido de nosotros y de tanta gente buena para que José Luis haya muerto rodeado de amor».
 

Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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