Dios viene al encuentro del hombre en la historia. Y este encuentro despierta en el ser humano una búsqueda de la belleza de Dios y del mundo. La belleza es el esplendor del ser. Es la verdad que se hace imagen, y que se comunica a través de la emoción que la imagen bella está llamada a suscitar.

La influencia que ejerce la belleza en nosotros es incuestionable. Todo depende de la capacidad que tengamos para percibir. 

Decía Pablo VI, en el Mensaje a los artistas al concluir el Concilio Vaticano II: «Este mundo en el que vivimos tiene necesidad de belleza para no caer en la desesperación. La belleza, como la verdad, da alegría al corazón del hombre y es un fruto precioso que resiste el desgaste del tiempo, que une generaciones y les posibilita comunicarse entre ellas».

En efecto, la belleza habla directamente a las emociones, y puede despertar en el interior del ser humano la admiración, el agradecimiento, la felicidad que nos da la contemplación.