“El deseo de hacer este curso nace después de llevar años en el ministerio sacerdotal. En mi caso, llevaba 17 años, pues yo lo hice  en el 2005. Y también el deseo de refrescar conocimientos teológicos, descansar, conocer sacerdotes de otras diócesis y estar, durante un mes, en el centro de la Iglesia. Descubrir la universalidad de nuestra Iglesia. Hasta entonces, creía que la Iglesia acababa en las Pedrizas. Mi año fue muy especial, porque coincidió con la muerte de Juan Pablo II, y todo el curso se vio condicionado por este acontecimiento singular. Las mañanas se dedicaban a clases, que eran impartidas por profesores de las diferentes facultades teológicas, e intentaban darnos un compendio de “casi todo”: Teología Dogmática, Sacramentos, Eclesiología, Pastoral de la Salud... También teníamos tiempo para la oración y el descanso. Se compartía la vida con los alumnos del Colegio Español y eso es una gran riqueza. Para mí, sin lugar a dudas, lo más enriquecedor fue participar en todas las celebraciones litúrgicas, tanto por la muerte de Juan Pablo II como por la elección de Benedicto XVI”.