Son muy sabias las palabras de Jaime Chávarri cuando habla de la redención en el momento de la muerte. Todos, creyentes o no, deseamos una redención en el fondo de nuestro corazón. Deseamos un abrazo incondicional que nos acoja, que mire con afecto y misericordia todos nuestros errores y mezquindades, y sobre todo, si es posible, que evite que la Nada tenga la última palabra.

El cine se ha asomado muchas veces a esa bisagra entre la vida y la muerte buscando una esperanza. Recordemos esa obra maestra de Ordet, de Dreyer, que directamente presenta la resurrección milagrosa de una mujer. Pero también el cine contemporáneo se encara a la muerte con el grito esperanzado por un más allá de plenitud. ¿No es eso lo que ocurre al principio y al final de la película Biutiful, cuando el personaje de Javier Bardem encara la muerte? ¿No se refiere a ello continuamente El Árbol de la vida, especialmente cuando Sean Penn llega a aquella orilla de paz? ¿No es el abrazo final de Babel un abrazo de redención? ¡Qué alegría saber que ese abrazo y esa victoria sobre la Nada ya han sucedido realmente, históricamente, en el acontecimiento de Cristo que triunfó sobre la muerte! No hay esperanza mayor.