NoticiaColaboración De creencias a certezas por el doctor Rosado Publicado: 12/02/2021: 8575 OPINIÓN El órgano diana de la droga es el cerebro y en este escenario, utilizando sus recursos y mecanismos de acción, se desarrolla la historia de toda adicción. Con un tiempo suficiente de consumo, la droga organiza las prioridades de la persona y la próxima dosis es el objetivo principal. Su vida gira alrededor del consumo y se relativizan referencias familiares, sociales y laborales, hipotecando selectivamente sus dimensiones más profundas. En esta dinámica, el enfermo llega a una situación en la que, ausente del presente, oscurecido su futuro y con un pasado repleto de sombras, carece de porvenir existencial y pierde el sentido de la vida. Así no se puede vivir. Vive para consumir y consume para olvidarse que está vivo: la idea de autolisis domina el contenido de sus pensamientos. El pronóstico es infausto. Pero después de cada dosis, existe un periodo en el que la droga progresivamente disminuye su presencia en sangre, y el cerebro saciado queda libre de su control. Son fases que se encuentran integradas en la secuencia de la adicción y localizadas en el posconsumo, y que señalan un descanso y recuperación funcional neuronal. Es la oportunidad para que la persona tome conciencia de su dramática situación e impone su instinto de supervivencia, que argumenta una motivación de vida a todas las células, que es la misión para la que se encuentran diseñadas; ante la fortaleza de esta hiper sincronía y unificación celular, la idea de autolisis pierde protagonismo. Este tiempo, definido como terapéutico, explica por qué algunos consumidores despiertan a otras realidades y desarrollan experiencias singularmente liberadoras que se encuentran registradas en historias clínicas. En su testimonio, con voz serena y firme, brillo en los ojos y una contenida emoción, la persona afirma que en esos estados crepusculares del posconsumo que inicia el periodo de normalización funcional cerebral, percibió como un fogonazo que deslumbró su interior y que desencadenó una experiencia personal, íntima e intensa, en la que sus creencias y cosas de fe casi olvidadas y rutinarias, que como semillas fueron grabadas en su niñez, adquirieron la condición de una inefable certeza que se apoderó de todo su ser y que le hizo experimentar una esplendorosa emoción de paz, alegría y bondad. Este singular arrebato imprevisto y que no sabe explicar ni definir, “no he visto nada, sólo he sentido como ¿una presencia?”, le ha marcado de tal manera que, esas verdades inconcusas que le han seducido y enamorado, desde una alegre, decidida y libre decisión e impulsado por una misteriosa fuerza que brota de su hondón, le ha hecho iniciar un proceso de modificación de pensamientos, palabras y conductas que se encuentran en intrínseca relación con ellas. En este ejercicio de introspección, descubre dimensiones interiores, sin referencias de tiempos ni espacios, desde las que le llegan noticias de trascendencias e inmortalidades que escapan de los límites biológicos e incluso de lo razonable, pero que de manera sorprendente no le son ajenas y con las que incluso se identifica, como si pertenecieran a su propia naturaleza pues hacen presentes añoranzas muy arraigadas en el fondo de su ser. En el seguimiento de su historia clínica, esa persona no es la misma, pues empieza a asumir otra forma de vivir; es como un nuevo nacimiento en que la armonía, alegría, equilibrio y serenidad, conforman sus espacios interiores. Lo más definitivo es que en este despertar también ha entendido el significado y sentido de su experiencia humana que le señala plenitudes jamás imaginadas: sabores espirituales que manan desde dentro cautivan su existencia. “Todo ser humano es “capaz” de Dios” porque el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”.