El evangelio está lleno de paradojas, es decir, de aparentes contradicciones. En el caso de hoy, se trata de una de las más grandes paradojas que a la mayoría de nosotros nos llevará toda la vida asimilarla. Para otros supondrá un escándalo tal que no querrán saber de ella. Se trata de que, mientras que instintivamente tendemos a ser el centro de nosotros mismos, Jesús nos propone descentrarnos de nosotros y poner nuestro centro en el otro, vivir no para sí, sino para el bien del hermano.

Pero ¿cómo voy a ser más feliz viviendo para el otro que centrándome en lo mío?, se pregunta uno, si es sincero. Y es que resulta que la felicidad también es paradójica: la encuentra el que se da por amor y no la busca, mientras que se le escapa de las manos a quien está obsesionado por encontrarla.

Algunos han llamado «pro-existencia» a este estilo de vida que propone Jesús. Pro-existencia es orientar nuestra existencia hacia el otro, y no hacia uno mismo como centro. También se ha llamado a Jesús «el hombre para los demás», el hombre pro-existente. Tanto es así, que la teología contemporánea ha creído ver en este darse absolutamente sin medida de Jesús un signo de su divinidad. Y es lógico, porque vivir para los demás tan radicalmente solo está al alcance de Dios, sobrepasa la capacidad humana. Quizás por eso la propuesta de Jesús de darse sin medida se resume en tenerle a Él como centro: perder la vida por Él, seguirle con confianza abandonándose sin medida. Así será verdad que «el que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará».