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“La contemplación es fijar en Dios la mirada y el corazón”, por Sabina Katumbi, superiora del convento de Sta. Clara de Belén

Publicado: 30/01/2014: 3735

Las monjas contemplativas son esas personas que se consagran a Dios y forman parte de una orden específica. En nuestro caso, la congregación clariana franciscana.

En general, todos los consagrados tenemos tres características en común:

1. Consagramos la vida a Dios mediante votos solemnes de pobreza, castidad y obediencia, más un cuarto voto de clausura para las contemplativas.

2. Vivimos en comunidad, donde compartimos nuestra experiencia de fe.

3. Renunciamos al mundo, y esto no significa que nos desentendamos del mundo, sino de los afanes materiales que el mundo ofrece.

Esta vida contemplativa solo viene a raíz de descubrir la llamada de Dios: la vocación. Nosotras, como religiosas de vida contemplativa, somos personas que la mayoría de la gente no nos entiende. No somos muy visibles, pero al igual que el corazón humano es el que da la vida a todo el cuerpo, así en la vida sagrada contemplativa damos vida la Iglesia militante de Cristo. No se ve, pero está. Como nos decía y nos dice nuestra madre fundadora Sta. Clara, “debemos ser sostenedoras de los miembros vacilantes del cuerpo místico de Cristo”.

Al empezar, puedo uno a sentirse como fuera de lugar, hasta llegar a adaptarse, pero todo se soluciona con el tiempo, la formación y la asimilación progresiva del nuevo estado de vida. Cuando llega el momento de tomar una decisión bastante seria y optar conscientemente por ser religiosa, entonces se es capaz de hacer una profesión religiosa.

Hay que ser siempre radicales al amor que nos viene de Dios. Cuando él llama, seguro da la gracia de seguirle.

La contemplación es simplemente fijar en Dios la mirada y el corazón. Esta vida es, y debe ser, un testimonio de fe. Fe en un Dios que merezca nuestro amor y nuestra alabanza. Acompañados por el silencio y el recogimiento. Son valores esenciales de la vida monástica a las que debe acompañar siempre una exigencia de desierto, la soledad y la paz. No es aislamiento y ausencia de palabras, sino presencia amorosa ante Dios.
 

Autor: Sabina Katumbi

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