«Gerardo ya no va a Misa»

Publicado: 03/08/2012: 1431

•   XXI Carta a Valerio

Querido Valerio:

El caso de tu sobrino no es esporádico; se da entre muchos jóvenes de hogares cristianos. Me dices que, el pasado domingo por la mañana, Gerardo se plantó ante sus padres y les dijo: «No iré más a misa». Y siguió el disgusto de tu hermana y cuñado.

Ahora se preguntan de qué han servido los doce años de su hijo en un colegio religioso; de qué, las catequesis y reuniones de jóvenes en la parroquia; de qué, los campamentos de verano; de qué, las charlas fami­liares sobre Dios.

Parece que han llegado a una conclusión poco objetiva, por no de­cir falsa: ni sirven los colegios religiosos, ni funcionan las parroquias, ni valen los campamentos de verano, ni son positivas las conversaciones sobre temas religiosos.

La ruptura

Tus hermanos, Valerio, quizás no han caído en la cuenta que Gerardo, además de haber decidido no ir a misa los domingos, hace ya tiempo que se iba distanciando de sus padres: cada día hablaba menos en casa; le disgustaba salir con ellos; le «cargaban» los interminables y repe­tidos consejos. Me imagino que tu sobrino quería huir, huir lejos, aun­que sin saber dónde. Es el tiempo de la indefectible adolescencia con sus ventajas y riesgos.

Los padres, más aún si son cristianos, deben aceptar la «eclosión» de sus hijos, evitando, en cuanto de ellos dependa, que sea explosiva. Es la hora del respeto, del diálogo y también del silencio. Jamás la imposi­ción; siempre la reflexión ofrecida a su tiempo.

El caso de Gerardo debe encuadrarse dentro de esa inevitable re­beldía que viene a ser como la plataforma de reivindicación para conse­guir su independencia y autoafirmación. Recuerda, Valerio, que cuando los niños pequeños comienzan a sentirse seguros en sus pasos, se empe­ñan en soltarse de la mano del padre, para sentir el gozo de caminar a su aire e ir donde quieren.

También es cierto que el caso de Gerardo no es el caso de todos los jóvenes. Los hay que maduran física y sicológicamente y alcanzan su in­dependencia sin traumas, ni cortes bruscos. Esto depende de muchos factores: el temperamento del muchacho, la actitud de los padres, la peña de amigos, el colegio... No te olvides, Valerio, que ha sido una gozada ver hacerse mujer a tu hija Leonor sin rupturas familiares.

Bueno, y no olvides que también se dan otros «cortes de cordón umbilical» en casos como el de tu amigo Juan. El y su mujer, bien lo sabes, se consideran ateos «practicantes» y mira por dónde: ahora Matilde, su hija, se les hace monja.

La educación como arte y misterio

La educación es un arte y un misterio a la vez.

Es un arte porque los mayores, padres o educadores en general, si bien deben imponer obligaciones a sus hijos o alumnos pequeños, lo ha­rán de manera que gradual y progresivamente sea sustituida por la re­flexión; y a ésta siga la aceptación libre y gozosa.

Ya sabes, Valerio, que de esto saben mucho los maestros, los profe­sores, los sicólogos y, sobre todo, los buenos padres.

La educación es también un misterio. A muchos padres, a pesar de toda su preparación e interés, los hijos les salen como tiro por la culata. Y en esto del misterio no hay reglas que valgan. Sólo cabe agachar la cabe­za, aceptarlo y, entre mucha oscuridad y dolor, seguir amando a los hijos.

¿Quién tiene la culpa?

Pero volvamos, Valerio, al caso concreto de Gerardo. Tu sobrino ha dicho, y casi ha prometido, que en adelante no irá más a misa. ¿Qué ha pasado? ¿Quién tiene la culpa de esta determinación insospechada? ¿La familia, el colegio, la parroquia, él mismo...? Quizás, nadie; o todos un poco.

Para evitar «plantes» como los de Gerardo, yo sugeriría a los padres cristianos que ayudaran a sus hijos a comprender la celebración eucarística dominical: qué es la misa; por qué se va a misa; qué necesidad tenemos de ella... A lo mejor, ni siquiera los mismos padres lo saben y sólo van porque siempre se ha hecho así en casa. El mismo empeño que se pone para convencer a los hijos de la necesidad de ir al colegio, de jugar, de tener amigos u otras cosas que se razonan, los padres deberían saber dar razón del porqué de la misa dominical. De lo contrario, quizás sean ellos los culpables de los «plantes», como el de Gerardo.

La Parroquia

Seguro, Valerio, que me estarás preguntando: ¿Y qué hacer con los niños y jóvenes de la catequesis, en cuyos hogares hay un escaso o nulo ambiente cristiano, cuando no hostil?

Tanto para los primeros, como es el caso de tus hermanos, como para los segundos, sobre los que quizás me formulas la pregunta, te re­cuerdo que la parroquia tiene una importancia capital y un papel in­transferible. Ella debe ser la gran educadora de todos sus miembros. Y deberá hacerlo a partir de la catequesis de los sacramentos de iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. Una catequesis que ponga mucho más el acento en el «post», que en el «pre». El «pre», es decir la catequesis presacramental, lo tenemos asegurado sea por con­vencimiento de unos, por costumbre de otros, o por la imposición social que acepta la gran mayoría.

Cuando nuestras parroquias tengan bien organizada una cateque­sis de iniciación cristiana que más que puntual sea una catequesis pro­gresiva, engarzada en la vida de los iniciados en la fe, entonces la partici­pación en la eucaristía dominical será gozosa, normal y sentida como necesidad. Mientras tanto, centenares de niños y jóvenes irán desfilando por nuestras parroquias, como quien recorre los pasillos de un museo que se ha hecho para visitar y no para reunirse periódicamente en él.

Los colegios religiosos

Me dices, Valerio, que Gerardo ha sido y sigue siendo alumno de un colegio religioso; que en él recibió la Enseñanza General Básica, y en él está terminando el Bachillerato. Eso sí que es otro misterio. Porque, ¿para qué sirven nuestros colegios católicos? Es cierto que muchos padres no practicantes, agnósticos o ateos matriculan a sus hijos en colegios religio­sos simplemente por la calidad de la enseñanza; pero también lo es que la mayor parte de los que acabo de citar, como, por supuesto, la totalidad de los creyentes, desean y exigen que a sus hijos se les ayude en su fe cristiana.

Ante el hecho de Gerardo, como el de tantos jóvenes, uno se pre­gunta: ¿A qué se debe que la gran mayoría de nuestros colegios religiosos recogen resultados tan escasos en lo que a la militancia cristiana se refie­re? Porque si es verdad que la Iglesia, a través de sus colegios, gasta un montón de energías para educar a la juventud, se tiene la impresión de que se centran exclusivamente en lo que se relaciona con la formación humanística, dejando aparte, muy aparte, la formación cristiana del alumnado. Y no podemos olvidar, querido Valerio, que la identidad de los colegios católicos está en la educación de personas libres y responsa­bles, potenciadas por la fe cristiana.

Es necesario que nuestros colegios superen complejos vergonzantes y ofrezcan a sus alumnos, sin imponer, medios actualizados para progre­sar en la fe, ayudándoles a incorporarse a su comunidad parroquial.

El riesgo de las Misas «show»

Se da el caso, querido Valerio, de parroquias y colegios que para «atraer» a los niños y jóvenes montan unas misas que tienen más de «show» que de celebración de la fe. Y esto es un riesgo, Valerio. Me expli­co.

Comprendo que un grupo de niños o jóvenes que se encuentran para celebrar la misa, ésta necesita una cierta adaptación. Pero de esto a convertir la misa en un espectáculo para divertir y pasar el rato, hay un abismo.

Más aún: cuando se acostumbra a los niños y jóvenes a misas «ex­clusivas» para ellos, sin interés alguno por integrarlos paulatinamente a la comunidad, una comunidad en la que hay niños, jóvenes, matrimo­nios, ancianos... entonces, cuando no hay guitarra y faltan los correspon­dientes numeritos, los niños y jóvenes dejan de ir a misa.

Nuestras parroquias, familias cristianas y colegios deben introducir a niños y jóvenes en la aceptación respetuosa y gozosa del misterio de Cristo presente como víctima y como alimento. Y esto no es fácil. Se consigue a través de una catequesis profunda y continuada, a la vez que en una iniciación a la contemplación. Entonces, jóvenes y niños, sabrán valorar la misa aunque no haya guitarras, ni se entonen «sus cantos», ni se encuentren con sus amigos, y se sientan integrados a la comunidad que celebra los misterios de salvación de Cristo, aunque fuera en un marco de lugar, personas y cantos desconocidos.

La Misa como vertebración de la comunidad

La celebración de la eucaristía es lo más grande para la Iglesia. De ella recibe la fuerza y el sentido de sí misma. La misa es la vertebración de la comunidad; sin ella, no hay comunidad cristiana; con ella la Iglesia se configura, se identifica y se expande.

Esta es principalmente la misa dominical, la misa cíclica de cada semana; y en domingo y no en otro día, porque fue en domingo cuando resucitó el Señor.

Y los cristianos iremos celebrando domingo a domingo el memo­rial de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, hasta que él vuelva.

Valerio, es necesario recuperar la misa dominical. Sin ella, la comu­nidad cristiana no se sostiene, como le pasa a un cuerpo humano sin columna vertebral.

Y en cuanto a Gerardo, es necesario esperar. Porque a la fe y a la misma práctica religiosa le puede pasar lo que al Guadiana: desaparece por un tiempo y luego vuelve a emerger. Así lo espero.

Hasta otra ocasión, Valerio.

Málaga, Diciembre de 1988. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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