NoticiaColaboración Difuntos, antropología y Halloween Publicado: 01/11/2012: 2650 La antropología cultural estudia, cada vez con más precisión, la evolución de la especie humana. Estamos pasando de las hipótesis a las certezas. Muy lentamente el homo sapiens se va humanizando. Uno de los síntomas será la aparición del lenguaje y de la creatividad. Y dentro de ésta, el cuidado de los miembros de la comunidad heridos o enfermos. La atención a los más débiles de la tribu es señal inequívoca de que aquella comunidad se está humanizando. En la llamada Sima de los Huesos o en la Sima del Elefante de la sierra de Atapuerca (Burgos) se han encontrado restos de huesos humanos que han sufrido una fractura grave y han sobrevivido varios años. Señal inequívoca de que personas solidarias lo atendieron. Y otra señal de humanización es el desarrollo de los rituales. Uno de los más extendidos ha sido, sin duda, las ceremonias funerarias. Los rituales nos humanizan. Cuando encontramos un enterramiento de hace 20.000 años cuyo esqueleto está rodeado de polen de flores o de otros objetos, es señal cierta de que esa tribu ha llegado a un estadio bastante logrado de humanización. Y es que el ser humano no puede vivir sin rituales. En el momento en que las personas dejamos de cultivar esta dimensión ritual en nuestra cultura, dice la antropología moderna, nos estamos deshumanizando y embruteciendo, lo que es muy preocupante. Como te preocupa el vecino de tu misma escalera que ni siquiera te saluda al cruzarte contigo. La postmodernidad, a la que alguien ha llamado “la era del vacío”, tiene el peligro de ir creando unos seres humanos unidimensionales (Marcuse), personas sin corazón, que viven cada vez más de espaldas a la dimensión ritual y comunitaria. No podemos banalizar el recuerdo de los difuntos como se está viviendo de forma incipiente en estos últimos años en nuestros pueblos y ciudades. En un espacio cortísimo de tiempo, comparado con la historia de la humanidad, hemos pasado de estar toda la noche del 1º de Noviembre escuchando el toque de las campanas de nuestros templos doblando por los difuntos, a las salas recreativas celebrando con alegría y desenfado la noche de Halloween con disfraces de todo tipo: diablos, esqueletos, momias, vampiros, sombras, dráculas o brujas. “Otros rituales”, dirá alguien. “Sí. Pero quizá menos liberadores, menos humanizadores e incluso trágicos”. Porque nuestros rituales, humanos o religiosos, deberían ser constructivos y liberadores. Que nos humanicen, que nos hagan humanizadores, esto es, defensores de los derechos humanos en esta “aldea global”, llamada tierra. No es de recibo que nuestros rituales o celebraciones sean rutinarias, pomposas, triunfalistas o supersticiosas porque no trasforman la vida. De esas celebraciones hemos de ser ateos. De ateo fue acusado Sócrates y de ateos fueron, repetidas veces, acusados los primeros cristianos porque sus prácticas iban en contra del sistema religioso establecido. Ya lo decía el primer filósofo cristiano, Justino de Siquem, fundador de una escuela de filosofía en Roma: “A los cristianos nos llaman ateos. Y reconocemos ser ateos respecto a esos supuestos dioses, pero no respecto al Dios sumamente liberador”. Una flor o una oración por nuestros difuntos muestra nuestra solidaridad efectiva con ellos, prolongando con amor lo positivo de sus vidas, o reparando, en lo posible, aquello que de negativo pudieron dejar tras de sí. José Sánchez Luque es sacerdote diocesano Autor: José Sánchez Luque, sacerdote diocesano