Partió de la base del trípode fundamental de la religiosidad popular, conformada por: cultura, fe y la cofradía (o familia). Es evidente que la religiosidad popular no puede prescindir de las cofradías y como las cosas grandes de la fe no se comprenden, sino que se viven, la fe que vive el cofrade la asumió como profunda, y con esa fe el cristiano cofrade hace de la cofradía (al igual que en una familia) su forma de vivir, de tal manera que aquello que vive en él, como herencia de vida, se convierte en un valor fundamental ahora que se ha roto la cadena familiar de tradiciones.

El valor que más ahínco le dio al entorno cofrade es la falta de individualismo, ya que se vive en comunidad, destacando las cohesiones sociales dentro de las Hermandades, así como la fuerza de convocatoria y la capacidad de comunicación. Destacó la alegría del cristiano cofrade, sin angustia ni depresión, así como la caridad, una caridad que se practica pero de la que no se presume y nos recomendó que no debemos preocuparnos por la credibilidad que se nos de en la sociedad sino por la caridad que ejercemos.

Sólo puso un ‘pero’… que las cofradías ‘son mimosas’, sienten que pertenecen a la Iglesia pero a la vez se sienten dolidas, para lo cual recomendó : mimos, muchos mimos, no en vano son escuelas de cotizados valores religiosos.

En resumen, una ponencia para recordar por el cariño con el que habló de los cofrades a los propios cofrades, jalonada de anécdotas y guiños, pero con una profundidad digna de reflexión.