Según el decreto, una unidad parroquial es “la agrupación de diversas parroquias cercanas administradas por un solo párroco”. Se trata de conseguir “una mejor distribución de los recursos personales y materiales disponibles, facilitar una mayor cooperación y ofrecer una mejor coordinación en la acción evangelizadora y pastoral”.

La unificación de estas parroquias no era algo improvisado: ya se venía desarrollando desde hacía tiempo un trabajo en común. La reducción del número de sacerdotes y los cambios en la distribución de la población de Ronda hacían necesarias nuevas formas de atención pastoral. Cada unidad era atendida desde hacía dos años por un solo párroco y veíamos la necesidad de simplificar la estructura parroquial para no multiplicar los esfuerzos.

UNIDAD SANTA MARÍA-ESPIRITU SANTO

La unidad Santa María-Espíritu Santo, con unos 4.500 habitantes, comprende dos zonas bien diferenciadas: el casco antiguo de la ciudad, que ha visto reducida su población, pero cuenta con muchos lugares de culto y amplia presencia de hermandades; y el barrio de san Francisco y la Planilla, que crece rápidamente y donde residen muchas familias jóvenes. Quizás por lo distintas, las dos realidades resultan complementarias y los pasos en común son visibles.

 UNIDAD SANTA CECILIA-SOCORRO-PADRE JESÚS

La unidad parroquial Santa Cecilia-Socorro-Padre Jesús cuenta con unos 13.000 habitantes. Comenzamos coordinando los horarios de misas y demás sacramentos en los tres templos, que están cerca unos de otros, y uniendo los equipos de catequistas. El año pasado la catequesis de niños, adolescentes y jóvenes funcionaba ya como una sola realidad. Luego han seguido otros pasos: la unión de los equipos de Cáritas, la integración de la economía y la creación —para la vuelta del verano— de un solo consejo parroquial. La idea es funcionar como una sola parroquia con tres templos.

Es cierto que, como cualquier cambio, la creación de las unidades parroquiales al principio cuesta y requiere un esfuerzo de generosidad por parte de todos: nos obliga a renovarnos y a dejar hábitos arraigados en el tiempo. Pero las dificultades se van salvando y al final nos damos cuenta de que todos nos enriquecemos al trabajar en común. Se trata de buscar caminos nuevos para vivir y anunciar la fe en la parroquia.