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Funeral del padre del Rvdo. Mariano Pérez Clavero (Parroquia de San Juan Bautista de Vélez-Málaga)

Torre de la iglesia de San Juan Bautista, en Vélez-Málaga
Publicado: 12/08/2021: 860

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, durante el funeral del padre del Rvdo. Mariano Pérez Clavero celebrado en la parroquia de San Juan Bautista de Vélez-Málaga

FUNERAL DEL PADRE DEL RVDO. MARIANO PÉREZ CLAVERO

(Parroquia de San Juan Bautista – Vélez-Málaga, 12 agosto 2021)

Lecturas: Jos 3, 7-10a.11.13-17; Sal 113, 1-6; Mt 18, 21 – 19, 1.

1.- Desconocemos el momento de nuestra muerte

En el libro de los Jueces se dice que una joven, la hija de Jefté, sabiendo que iba a entregar su vida en un sacrificio, pidió a su padre un tiempo para prepararse (cf. Jue 11, 34-40).

La muerte nos pilla siempre de sorpresa, aunque uno tenga veinte años, cuarenta u ochenta. Da la impresión de que nunca estamos preparados para aceptar la muerte, y eso que nuestra fe cristiana nos prepara desde el bautismo, que es la inmersión en la muerte de Jesucristo y en su resurrección. Pero nos cuesta aceptar el hecho de la muerte temporal y nos aferramos a la vida. Es bueno disfrutar de la vida que el Señor nos regala, pero hemos de ser realistas y desde la fe tener una mayor conciencia de que estamos llamados a morir; estamos llamados a vivir la eternidad y no a quedarnos en este mundo.

2.- El río Jordán, símbolo del bautismo

Un simbolismo de la muerte es el paso del río Jordán que el pueblo de Israel, –lectura de hoy jueves–, realiza de pasar a la Tierra prometida. Josué da las instrucciones al pueblo y ordena a los sacerdotes portadores del Arca de la Alianza: «En cuanto lleguéis a tocar el agua de la orilla del Jordán, deteneos en el Jordán» (Jos 3, 8). Una vez en la orilla, al tocar el agua la corriente se secó y el pueblo de Israel pudo atravesar el río Jordán. Josué explica a los hijos de Israel las palabras del Señor (cf. Jos 3, 9). Todo gesto necesita una explicación. 

La Iglesia nos ofrece, en nombre de Jesucristo, el bautismo, el regalo de la fe, del amor y de la esperanza, las tres virtudes teologales que nos ponen en contacto directo con el Señor, con la divinidad. Las aguas bautismales regeneran nuestra vida de pecado, nos limpian y nos ofrecen la filiación divina. 

Nuestro hermano Andrés recibió las aguas del bautismo; aquí está la pila bautismal y el Cirio Pascual encendido que simbolizan esa muerte en Cristo y la resurrección. De ese modo pasamos del desierto al jardín, de la tiniebla a la Luz, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios.

Damos gracias al Señor por este paso, por esta pascua que nuestro hermano Andrés está viviendo. Ha pasado de este mundo al otro, haciendo pascua: de las tinieblas a la Luz, del error a la Verdad, de la esclavitud a la libertad. Eso ya ocurrió en el bautismo de manera incipiente, en prenda, y ahora llega a su plenitud.

Decíamos antes que la imagen de la hija de Jefté puede ayudarnos a que cada vez que celebramos la muerte de un ser querido nos ayude a interiorizar que ese es nuestro camino y que con la muerte temporal no termina nuestra vida. Para los no creyentes la muerte es un sin-sentido, porque no hay más allá.

Damos, pues, gracias hoy por el regalo del bautismo, por el regalo de la vida de nuestro hermano Andrés, por el regalo de su familia, de sus hijos; por el regalo de que uno de sus hijos sea sacerdote, que el Señor lo haya llamado para representar a Jesucristo.

Que toda nuestra vida sea un camino de regeneración y de vida nueva en el Espíritu

3.- El bautismo, símbolo de la muerte y de resurrección

El bautismo es también símbolo de la muerte y resurrección de Jesucristo, como lo es el Cirio Pascual. Nos incorporamos a esta muerte y resurrección del Señor.

Nosotros celebramos la muerte de Cristo porque va unida a la resurrección. Los no creyentes no celebran la muerte temporal, la huyen, la rechazan; nosotros la convertimos en una celebración festiva.

Hoy estamos haciendo fiesta, queridos hermanos, no porque haya muerto nuestro querido hermano Andrés, sino por la obra que Dios hace en él y está haciendo en nosotros.

Celebramos que él se encuentra ya con la Luz, ante la Verdad que es Jesucristo, ante la libertad plena; ya no le ata nada, ya no le detiene nada, ni el pecado siquiera. Estamos celebrando la fiesta del encuentro de un hermano nuestro con el Señor. Eso nos debe alegrar y pedimos para que sea así. 

4.- El perdón de las ofensas

El apóstol Pedro, en el evangelio de hoy, pregunta a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» (Mt 18, 21). Siete simboliza al número perfecto, queriendo decir «muchas veces».

La respuesta de Jesús fue: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22). Es decir, siempre, porque Dios perdona siempre. Cada vez que nosotros pedimos perdón al Señor no nos lo niega, siempre nos ofrece su misericordia.

Hoy pedimos por Andrés para que el Señor perdone sus pecados. La oración de la Iglesia intercede para que Dios misericordioso perdone los pecados que pudo cometer por fragilidad humana. Y nos perdona también a nosotros, pecadores. Es lo que rezamos en el Padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden».

Si queremos el perdón final del Señor nos está diciendo que tenemos que perdonar ya desde ahora. No esperemos al último momento de nuestra vida temporal para perdonar, para reconciliarnos con las personas con las que hayamos podido tener tensiones y odios, con familiares y con el propio Señor. Para eso está el sacramento de la penitencia.

Hoy pedimos de un modo especial para que el Señor acoja de manera misericordiosa a nuestro hermano Andrés, que le perdone los pecados y que lo acoja en su Reino de inmortalidad y de paz.

Pedimos a Dios que perdone no solo sus ofensas, sino las nuestras también. Y que nos prepare día a día para este encuentro que nuestro hermano Andrés ya ha tenido y al que estamos llamados cada uno de nosotros. No sabemos cuándo, pero a todos nos tocará este encuentro con el Señor. Que esta celebración nos ayude a prepararnos para ese encuentro.

Pedimos a la Santísima Virgen María que le acompañe hasta las moradas eternas, que le lleve de la mano hasta el encuentro con su Hijo Jesucristo. Que así sea.

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