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Colación de ministerios laicales de Lector y Acólito (Parroquia de San Agustín-Melilla)

Publicado: 03/11/2015: 524

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la colación de ministerios laicales de Lector y Acólito (Parroquia de San Agustín-Melilla) celebrada el 3 de noviembre de 2015.

COLACIÓN DE MINISTERIOS LAICALES

DE LECTOR Y ACÓLITO

 (Parroquia San Agustín-Melilla, 3 noviembre 2015)

 

Lecturas: Rm 12, 5-16; Sal 130, 1-3; Lc 14, 15-24.

1.- Querido hermano en el episcopado, D. Ramón; estimados sacerdotes; querido Antonio. Hermanos y hermanas, todos feligreses, que os unís a esta celebración.

            Hoy es un día de acción de gracias a Dios y de petición. Toda bendición tiene esa doble faceta. Siempre que bendecimos a Dios lo hacemos para darle gracias y para pedirle que nos siga bendiciendo, que nos siga otorgando su Gracia. Por tanto, hoy es un día de bendición.

El Señor quiere regalarle a su Iglesia que un miembro de esta comunidad cristiana sea instituido como lector y acólito, como ministerios laicales a ejercer en favor de la comunidad cristiana. Los ministerios y las órdenes sagradas no son para uno mismo, son para ofrecerlas en servicio a la comunidad eclesial.

2.- El bautismo es el sacramento que nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia, nos otorga el perdón de los pecados –de todos los pecados, sea el pecado original o los pecados cometidos como adultos– y nos llena de gracia mancándonos con el sello del Espíritu.

Eso es lo más importante para todos los fieles: el bautismo. A partir de ahí, el Señor llama a todo bautizado a ejercer o a vivir el cristianismo de una manera o de otra. Pero todos somos llamados a vivir, a ejercer nuestro ministerio bautismal cada uno en su estado y en su edad: como niños, como adolescentes y jóvenes, como adultos y personas maduras. Esto en el arco vital.

3.- En la multiplicidad de dones y carismas, que el Señor regala a la Iglesia, unos lo hacen desde el don o ministerio de la palabra, de la profecía, de la proclamación y del anuncio de la Buena Nueva en lugares donde no se ha escuchado nunca. Otros lo hacen en lugares donde ya se conoce a Jesucristo, mediante el anuncio catequético y la formación orgánica y sistemática que es la catequesis. Otros tienen otros ministerios porque el Señor les concede una buena voz y unas buenas manos para manejar las cuerdas con arpegios armónicos.

Cada uno tiene una función. Todos tenemos una función. Hasta el enfermo y el impedido. Ellos pueden ofrecer su vida, pueden rezar, ofrecer su dolor o su trabajo en pro de la Iglesia.

4.- Las personas de especial consagración, según su carisma fundacional, están llamadas a vivir su vocación. Los padres de familia, ¡qué gran tarea de educar cristianamente a vuestros hijos! ¡De mantener la unidad familiar en una sociedad que desprecia el matrimonio!

Todos tenemos una misión que cumplir. Cada uno tiene que cubrirla desde la vocación bautismal que es común a todos. Los mismos sacerdotes ordenados o el diaconado son maneras concretas de ejercer en la vida, por llamamiento del Señor, la vocación bautismal. Y todo en bien y en redundancia de la comunidad cristiana.

5.- Hoy vamos a instituir a nuestro hermano Antonio como lector y acólito. Dos ministerios que se conceden a los laicos. Dos ministerios, además, que hacen referencia a un banquete doble: el de la Palabra y el de la Eucaristía.

Siempre que venimos a la celebración eucarística primero escuchamos la Palabra de Dios que se proclama. No es una simple lectura privada como podríamos hacer en casa. No es una simple lectura personal. Es una auténtica proclamación de la Palabra. Un lector para todos la hace presente. Hace presente a Cristo como Palabra.

            Como dice el Concilio Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 7), Cristo está presente en su Iglesia de muchas maneras. Está presente en la Sagrada Palabra escrita de la Biblia. Está presente cuando se proclama esa Palabra. Pero también está presente en la Eucaristía, esa es la forma de presencia más importante que existe. Está igualmente presente en las personas, en los pobres, en los que nos encontramos cada día, en el otro, en el diferente. Está presente de muchas maneras. La forma más especial, en la forma eucarística.

6.- Primero escuchamos la Palabra de Dios que alimenta nuestro corazón a través del oído. Es importante la escucha de la Palabra, que es acogedora de lo que nos dice y obediente a lo que nos propone. Cristo es la Palabra definitiva, la última Palabra de Dios Trino. La Palabra de Dios nos enriquece y nos comunica la voluntad de Dios para ser obedecido. Nosotros escuchamos para entender y para obedecer lo que nos diga Cristo, la Palabra.

La palabra obediencia se puede desintegrar en dos: “ob-audiencia”, que es obedecer a la palabra que escucho de manera fiel, libre y de modo permanente. Los cristianos “ob-audiemos”, obedecemos, escuchamos e intentamos ser fieles a esa Palabra.

El ministerio del lector es precisamente para que nos proclame la Palabra que escucharemos, para que así sea obedecida y entre en nuestro corazón. Esa es una forma de alimentarnos, a través de la escucha atenta y fiel de la Palabra. Como hizo la Virgen María, que fue la gran oyente, obediente de la Palabra.

Querido Antonio, como lector nos proclamarás la Palabra para que sea escuchada, para que vaya penetrando en nuestro corazón como esa lluvia que empapa la tierra, que la traspasa, que la esponja, que la hace fecunda. Nuestro corazón necesita alimentarse de la Palabra de Dios para que nos transforme poco a poco el corazón. Un aspecto del banquete: la Palabra.

7.- El otro aspecto del banquete: la Eucaristía. El pan y el vino como signo de la presencia eucarística, transformados por el Espíritu Santo en la acción sacramental, que se convierten en el Cuerpo y Sangre reales de Cristo, alimento y prenda de vida eterna. «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6, 54). Necesitamos el Pan para peregrinar en ese mundo.

Con la proclamación se te confiere el acolitado para servir el altar. Es un servicio a la mesa; por tanto, al otro aspecto del mismo banquete. En este banquete tenemos dos maneras de alimentarnos: uno en la Palabra, del cual tú vas a ser lector; otro en la Eucaristía, del cual tú vas a ser servidor en el altar o acólito.

Os animo, queridos fieles, a alimentarnos de ese doble banquete. Sin ello no podremos vivir, no podremos dar testimonio de Cristo, no podremos llevar nuestra vida espiritual adelante. Necesitamos este doble alimento que es un regalo del Señor.

8.- En el Evangelio de Lucas aparece un gran convite. Los que fueron invitados al principio se excusaron y no quisieron participar (cf. Lc 14, 18). No seamos nosotros como esa gente que se excusó y no fueron al banquete. El banquete se hará igual, pues a él serán invitados todos los que andan por los caminos, pobres, lisiados, cojos, los parias de la ciudad… todos ellos irán y se alimentarán (cf. Lc 14, 21).

Los que acepten el don del Señor irán al banquete y se alimentarán. Tendrán la prenda para la vida futura. Tendrán el alimento para el camino. Los que no quieran alimentarse quedarán fuera de ese banquete.

Es una invitación que hace el Señor a través de esa parábola, de ese ejemplo narrativo, para que no nos alejemos, para que no renunciemos a este hermoso banquete al que el Señor nos convida.

9.- Vamos, pues, a proseguir la celebración. Haremos lo que se llama la colación de los ministerios. Se le ofrecerá a nuestro hermano Antonio, en primer lugar, el libro de la Palabra que en otras eucaristías leerá. Y se le ofrecerá también una patena simbolizando su servicio en el altar. Cuando el Obispo le entregue tanto el libro de la Palabra Sagrada como la patena hará una exhortación y una oración para que el Señor te bendiga y te ayude en estos nuevos ministerios que hoy vas a recibir.

            San Agustín, titular de la parroquia, ejerció primero el sacerdocio común de los fieles, el bautismal; después el sacerdocio presbiteral; y, por último, el ministerio episcopal. Le pedimos a este gran santo que nos ayude a vivir una relación personal con el Señor y a servir a la Iglesia como nos pide Dios a cada uno.

Y le pedimos a la Virgen Santísima que nos acompañe y que proteja hoy, de modo especial, a nuestro hermano Antonio que va a recibir estos dos ministerios. Que así sea.

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