Desde el principio intentó orientar su magisterio a revalorizar el cristianismo, por aquel entonces, muy combatido por el positivismo, el idealismo, el evolucionismo, el nihilismo y el marxismo. También, desde el comienzo de su pontificado, estuvo absorbido por problemas de diversa índole, como la “Cuestión Romana”, la actitud sectaria de la tercera República Francesa y el conflicto con la Alemania de Bismarck. Pero León XIII era una persona que sabía escuchar y se dejaba aconsejar. Todo un cuerpo de secretarios a su servicio trabajaba de una manera eficaz en la elaboración de sus encíclicas, que durante su pontificado fueron 51.

La más sobresaliente y conocida fue la “Rerum novarum” (1891). En esta encíclica se establece lo siguiente: la propiedad privada, tan combatida por los socialistas, es un derecho natural y tiene a su vez una función social. El Estado tiene la obligación de intervenir en lo social y de promover la prosperidad pública y la privada. El salario debe ser el suficiente para poder vivir y la cuantía de un jornal no debe regularse por la ley de la oferta y la demanda. No es admisible la lucha de clases. Los obreros pueden y deben sindicarse.

La encíclica produjo un gran impacto: para los conservadores era un documento socializante, para los más avanzados era algo insuficiente. Hoy, reconocemos que esta encíclica era el primer paso. Pío XI con la “Quadragessimo anno”, Pío XII con su radiomensaje de Pentecostés (1941), Juan XXIII con la “Mater et Magistra”, Pablo VI con la “Octogesima adveniens” y Juan Pablo II con la “Laborem exercens” y la “Centesimus annus” completan lo que inició un gran pontífice como fue León XIII, al que la Iglesia recuerda con gratitud. Es el padre de la Doctrina Social de la Iglesia.