NoticiaOpinión Agosto y sus cosas FOTO JORGE FUEMBUENA Publicado: 03/08/2023: 10094 Artículos Alcanzamos el octavo mes del año. Es un mes especialmente mariano. En su ecuador, celebramos la Asunción de Nuestra Señora. Es un día muy bonito, vinculado a la devoción a la Madre de Jesús y a un dogma que remite al modo de vida del que disfrutaremos en el cielo. Ella es, junto a su Hijo, primicia. Además, es una fiesta que también supone un aldabonazo a la espiritualidad, por si alguien se despista en el cuidado de la vida interior. Escribía Antonio Gala: «Veranear es trasladarse, fugarse casi, ser un poco otro, trastornar los horarios, las costumbres, transigir, curiosear, exaltarse, olvidarse». No olvidemos en el estío lo verdaderamente importante. Aunque seamos conscientes de que el verano, con su agosto, es la estación propicia para vivir de otra manera, descansando. ¡Qué importante es la teología del ocio! Alimenta la virtud En los días de agosto, conviene alimentar la virtud porque en verano los cuerpos se calientan y las almas se enfrían. Todo, en verano, cambia de color, también algunas almas. Todo bulle, reluce, se exhibe, canta, se engríe. Brota el sudor lo mismo que un rocío, advertirá Gala. De sobra sabes que es necesario descansar. Pero recuerda descansar bien, en Dios. Que el veraneo sea una ocasión para crecer más como creyente. Cuida la oración, porque como otras realidades necesita ser alimentada. Conjugándola con altas dosis de libertad. Agosto es un mes para reencontrarse, probablemente también contigo mismo. Pues ¡adelante! Pero viviendo como hijos e hijas de luz. Cuidando el tipo de vacaciones, el tiempo invertido en la oración, el gasto económico. Que no se te vaya la cabeza. Y vive, por unos días, sin preguntas ni respuestas. Evitando a toda costa preguntas incómodas. Ya saldrán cuando tengan que salir. Emergerán naturalmente. Ofreciendo certero consejo, llegado el caso, sin más trascendencia que la que deja una sentencia corta e iluminadora. Posibilitando en libertad el encuentro bañado por la ternura, el cariño y la complicidad, especialmente con Cristo, que regala una conversación a corazón descubierto, sin juicio ni escrúpulo; un sorbo de vida que se vive como único en compañía de quien es el amigo con mayúscula. Que no te importe perderte si te pierdes en sus caminos para luego volver a la senda que nunca debiste abandonar.