NoticiaColaboración El amor a los últimos, los descartados Lienzo con la imagen del beato Tiburcio Arnaiz SJ, descubierta en su beatificación en la Catedral de Málaga Publicado: 20/11/2018: 18702 Un mes después de la beatificación del Padre Arnaiz SJ, Juan Antonio Paredes, profesor emérito de los Centros Teológicos, actualiza su mensaje. “Más de 8.500 personas asistieron el 20 de octubre a la beatificación del padre Arnaiz celebrada en la Catedral de Málaga y sus alrededores”, nos decía la portada de DiócesisMálaga del día 28 de octubre. Y en su homilía, el cardenal Becciu recordó que el Padre Tiburcio Arnaiz fue “un pastor con olor a oveja”, “heraldo del Evangelio, especialmente entre los más humildes y olvidados de los llamados ‘corralones’, los barrios más pobres y también más hostiles a la Iglesia de Málaga”. Su vida es un ejemplo, especialmente para los sacerdotes y personas consagradas. “¡Cuanta necesidad hay, en nuestros días, de abrir el corazón a las necesidades espirituales y materiales de tantos hermanos nuestros, quienes esperan de nosotros palabras de fe, de consuelo y de esperanza, así como gestos de acogida y de generosa solidaridad!” El reciente Sínodo de Obispos ha centrado su atención en los jóvenes, lo que creo un formidable acierto. Pero quizá los últimos de hoy, los descartados, son las personas mayores aparcadas en casas donde se espera la muerte. Y muchas, en sus pobres viviendas de los pueblos pequeños, de donde han marchado ya la guardia civil, los maestros, los médicos, los taxistas y hasta los curas. Con el agravante de que la gran mayoría de estas personas frecuentaban el templo cuando podían caminar, y comulgaban cada domingo. Son ellas las que “esperan de nosotros palabras de fe, de consuelo y de esperanza, así como gestos de acogida y de generosa solidaridad”. Cuando veo y experimento el abandono, por parte de la Iglesia, en el que viven numerosos mayores y enfermos de nuestros pequeños pueblos y de muchas residencias de mayores, me pregunto quién son hoy esos últimos a quienes tenemos que servir, y qué nos dice el Padre Arnaiz. No vaya a ser que honremos a los muertos y nos olvidemos de los vivos. Es verdad que el “olor a oveja” no resulta muy agradable y que los mayores son el pasado. Pero tienen pleno derecho, como Iglesia peregrinante que está llegando a la meta, a que los acompañemos con la cercanía, la palabra y los sacramentos en la etapa más difícil y decisiva de la vida. Y a que les digamos que también ellos son Iglesia evangelizadora, porque tienen tiempo para orar, y muchos sufrimientos que ofrecer por el apostolado de cada día. En lugar de consumirse lentamente en la soledad y en el olvido, muchos pueden descubrir que ellos son los “enfermos misioneros”.