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Predicación de la novena a Santa María de la Victoria. Día 2º.

Publicado: 16/09/2014: 8511

NOVENA A SANTA MARÍA DE LA VICTORIA. DÍA 2º

(Catedral de Málaga,  31 agosto 2014)

Lecturas: Is 56,1.6-7; Sal 121,1-2.3-4a.4b-5.8-9; 1 Pe 2,4-9; Jn 4,19-24

Como María, adorar en «espíritu y verdad»

1. Introducción

Queridos hermanos del Cabildo Catedral, queridos miembros de las instituciones que hoy venís a venerar a nuestra patrona, queridos hermanos de la Junta de Gobierno de la Hermandad de Sta. María de la Victoria y hermanos todos.

Estamos celebrando la dedicación de esta Santa Iglesia Catedral, nuestro hogar, el hogar de nuestra familia: la comunidad cristiana. Ayer, a la luz del ejemplo de la Virgen María, se nos invitaba a admirar y agradecer al Señor todo lo que este templo significa y a renovar “la dedicación”, la consagración de toda nuestra vida al Señor.

Hoy, la palabra de Dios y el ejemplo de la Santísima Virgen María nos invitan a dar a Dios el culto que Él quiere: a adorarle en espíritu y verdad.

2. La Palabra de Dios proclamada

El profeta Isaías anunció que al llegar la plenitud de la salvación, los extranjeros que se diesen al Señor para servirlo y amarlo, los que quisieran vivir su voluntad y perseverar en su alianza, serían traídos a su “monte santo” y los alegraría en su “casa de oración”.

Esta profecía se ha cumplido en la persona y la obra de Jesucristo: nosotros, que no éramos parte del pueblo de la primera alianza, hemos sido traídos por el Señor para alegrarnos en su “casa de oración”.

Como afirma la segunda lectura, hemos sido llamados a formar parte del templo de Dios: “Acercándoos al Señor (…) vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu.” Esta es nuestra alegría, que por puro don del Señor, hemos sido hechos “una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios” Y lo hemos sido “para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo” y “para proclamar las hazañas del Señor”; es decir, para ofrecer sacrificios espirituales y anunciar lo que Dios ha hecho para salvar a todos los hombres.

A la luz del evangelio podemos entender en qué consisten los “sacrificios espirituales” que Dios acepta.

En el diálogo de Jesús con la samaritana, esta plantea a Jesús una cuestión que disputaban los samaritanos con los judíos: ¿en qué lugar se podía dar culto auténtico a Dios?, ¿en el templo de Jerusalén o en el monte Gerizin, en Samaría?

La respuesta de Jesús, anuncia un cambio radical: Ha llegado la hora en que el culto al Padre ha dejado de estar vinculado a un lugar: ni al monte Garizín, ni al templo de Jerusalén; ha dejado de ser importante el lugar en el que adorar, en el que dar culto, porque lo que realmente importa es que se adore “en espíritu y verdad”.

Dios, que es espíritu (v. 24a), se ha acercado a nosotros en Jesucristo para ofrecernos la salvación. Por eso, el único acto de culto aceptable, la única adoración posible consiste en responder orientando totalmente nuestra vida hacia el Padre; en acoger al Espíritu Santo y dejarnos conducir por él, para vivir según la verdad, que es Jesucristo.

San Pablo, en el texto que acabamos de oír de la carta a los Romanos afirma explícitamente el culto que Dios quiere: “Os exhorto (…) a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual. Y no os amoldéis a este mundo”, es decir, a los criterios del mundo, a su modo de valorar, sentir y actuar. Como dice el papa Francisco no caigáis en la mundanidad espiritual, no seáis “cristianos insípidos, que parecen vino aguado”, porque han perdido el sabor al Evangelio. Al contrario, dice san Pablo, “transformaos por la renovación de la mente para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12,1-2).

El culto que el Padre quiere y espera de nosotros es vivir de acuerdo con su voluntad, entregar toda nuestra vida, con Jesús y como él, a la voluntad del Padre, gastar nuestra vida en amar y servir.
Este es el culto que ofreció Jesús, como nos recuerda la carta a los Hebreos, poniendo en labios de Jesús el salmo 40: “He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios! tu voluntad”. La ofrenda de Jesús no fue un rito, sino la entrega de su propia vida por fidelidad a la voluntad de Dios y por amor a todos los hombres, como dice Hebreos: “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte”. Cristo ofreció su propia vida.

3. La Virgen María, modelo de adoración en espíritu y verdad

Ayer contemplábamos el sí de la Virgen María al anuncio del ángel Gabriel, en Nazaret. Ese sí es el inicio de la entrega de María a la voluntad de Dios, a la que dedicó toda su vida. Su ofrenda, como la de Jesús fue la propia vida.

Apenas el ángel le ha ofrecido un signo, María, dócilmente se ha puesto en camino a la casa de su pariente Isabel. La encontramos asombrada en la noche de Belén, en aquel humilde establo, adorando y guardando en su corazón todo lo que los pastores decían del niño. Ella, obediente a la voluntad de Dios expresada en la Ley de Moisés, va al templo de Jerusalén a presentar, a consagrar su hijo al Señor. Y ante las palabras del anciano Simeón y de Ana se admiraba por lo que decían del niño. María está presente en la adoración de los Magos, que siguiendo el signo de la estrella e iluminados por la palabra de Dios, llenos de una inmensa alegría “entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron” y le ofrecieron sus dones, expresión de la entrega de sus propias vidas. ¡Cómo no intuir el sobrecogimiento de María y su gesto de adoración! Ella es la Virgen que, siguiendo la voluntad de Dios, cuida maternalmente a Jesús y contempla como el Niño crecía en sabiduría y gracia. María es la Virgen peregrina, que acude todos los años al templo de Jerusalén para celebrar la Pascua, para celebrar que Dios les ha liberado de la esclavitud de Egipto y los ha hecho su pueblo. Ella es la Virgen orante que, sorprendida, ofrece a Dios el desgarro provocado por su hijo que, al ser encontrado al tercer día en el templo de Jerusalén, le responde “que él tenía que estar en la casa de su Padre”. La Virgen es la mujer que en Caná de Galilea, ante la respuesta de Jesús a su petición, acepta con docilidad y nos invita a hacer lo que él nos diga, asumiendo ella también esa voluntad. Ella es la madre que, cuando con sus parientes va a buscar a su hijo porque pensaban que estaba fuera de sí, acepta que Jesús esté formando una nueva familia, con los que escuchan y cumplen su palabra. María es la madre que al pie de la cruz, en la oscuridad de la fe, acepta la voluntad de Dios y, siguiendo la invitación de Jesús, nos acoge como hijos y se entrega a nosotros como madre. Ella es la Virgen del Cenáculo que acompaña en la oración a aquellos discípulos que, a la hora de la verdad, abandonaron a su Hijo.

Contemplamos en la vida de María siempre el mismo hilo conductor: escuchar, admirarse, contemplar y meditar, para configurar su vida a la voluntad de Dios que, como nosotros, también ella fue descubriendo poco a poco, en la oscuridad de la fe. Su presencia anual en el Templo de Jerusalén, su amistad e intimidad con Dios, su oración y actos de culto no son algo ajeno a su vida diaria, sino que son la expresión de su entrega a la voluntad de Dios, de su adoración “en espíritu y verdad”.

4. Conclusión

La adoración “en espíritu y en verdad” no significa que hayamos de dejar el culto exterior y las celebraciones comunitarias. Lo que caracteriza a los verdaderos adoradores no es la ausencia de ritos y celebraciones comunitarias, sino la firme voluntad de escuchar y servir a Dios en la persona de Jesucristo, viviendo de acuerdo con su voluntad. Y desde esa opción fundamental, celebrarle comunitariamente con los signos y sacramentos, a través los cuales Dios nos ofrece la salvación.

Pero ¿cómo no conformarse a este mundo? ¿Cómo no ser mundanos teniendo que vivir en el mundo? ¿Cómo tener la manera de pensar, sentir y actuar de Cristo? ¿Cómo conocer y vivir su voluntad? En el Ángelus de hoy el Papa nos ha ofrecido tres indicaciones concretas: Leyendo y meditando el Evangelio todos los días; participando en la misa dominical, en retiros y ejercicios espirituales. Evangelio, Eucaristía y oración, nos ha repetido por dos veces el Papa, pidiendo que no lo olvidemos.

Demos gracias a Dios que nos invita a adorarle en espíritu y verdad. Contemplemos a la Virgen María, en quien podemos encontrar el estímulo y la ayuda necesaria para vivir la voluntad de Dios, y tributar así el culto que agrada al Padre.

Santa María de la Victoria, enséñanos a configurar nuestra vida con la voluntad del Señor, intercede por nosotros para que podamos ofrecer el culto que Dios Padre quiere: adorarle en espíritu y verdad, viviendo según su voluntad. Amén

Gabriel Leal

Sacerdote diocesano

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