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El Señor de la Málaga de los siglos pasados

Santo Cristo de la Salud
Publicado: 27/06/2014: 21713

Piensen en una ciudad portuaria, de calles tortuosas y sucias, donde se ha declarado una epidemia, y cuyos medios para combatirla es purificando el aire, quemando pólvora y romero, esparciendo estiércol de vaca por doquier y disparando cañonazos desde las baterías de defensa.

Los médicos ni siquiera se atreven a entrar en las casas de los afectados, limitándose a vocear en la puerta los remedios que se les ocurren, más propios de nigromantes que de personas de ciencia. En hospitales improvisados se hacinan la mayoría de enfermos asistidos rudimentariamente, esperando la muerte y a ser conducidos a los llamados 'carneros' donde serán enterrados cubiertos de cal viva. Esa dantesca ciudad, que en realidad podía ser cualquier otra del occidente europeo, es Málaga, donde hasta bien entrado el siglo XIX, se combatía las periódicas pandemias según el delirante protocolo descrito. Así no es de extrañar que la gente de entonces, impotente ante el mal, buscara el remedio sobrenatural, impelida por la creencia de que la peste era un castigo enviado por Dios a un pueblo pecador. Este es el origen de innumerables devociones repartidas por todo el mundo católico, y más concretamente de la devoción al Santo Cristo de la Salud, protector jurado de la ciudad, por iniciativa de su Ayuntamiento y equivalente a la patrona Santa María de la Victoria, que fue siempre de la predilección del estamento eclesiástico.

Hoy cuesta imaginar la enorme devoción que los malagueños de antaño sintieron por este Cristo, similar o superior al fervor que desde mediados del pasado siglo suscita la efigie de Jesús Cautivo entre sus descendientes, lo que es demostrativo de que hasta los sentimientos más íntimos y sagrados no son inmunes a las veleidades humanas. Ahora que se acerca el día 31 de mayo, fecha de su festividad, no está de más ilustrar o recordar a quienes gustan de estos temas, el apasionante origen de esta imagen del Señor.

El titular

Todo empezó hacia 1633 cuando en el convento de los trinitarios calzados, actualmente un edificio con mucho pasado pero con poco futuro, se fundó una piadosa hermandad de penitencia en torno a un Cristo atado a la Columna allí existente y que, según se creía, había sido donado por los Reyes Católicos. Quizás, porque los frailes o el patrono de la capilla donde se veneraba, que era el regidor Juan Tristán de León, quisieran el monopolio sobre la misma, los cofrades pronto llegaron a la conclusión de que lo mejor era contar con una escultura propia, para lo que contrataron una con el escultor de origen turolense José Micael y Alfaro (1595-1650). Este titular, la imagen que se historia, no entró con buen pie, porque, casi simultáneamente a su hechura, la hermandad se vio envuelta en una crisis que le hizo suspender la procesión anual del Miércoles Santo y trasladarse desde la Trinidad hasta la céntrica iglesia de San Juan, para lo cual tuvieron que deshacerse de ella, dado que en esta parroquia ya existía un Cristo flagelado al que el clero allí adscrito les obligaba a rendir culto. De esta forma, la talla de Micael pasó a manos particulares, primeramente a las de una tal Ana de Medegal, y tras su muerte, a las de un anónimo propietario que vivía en la Alcazaba.

Así estaba la situación cuando, en noviembre de 1648, se sintieron los primeros síntomas de una de las pestilencias más devastadoras de las que ha sufrido Málaga, que llegaría a perder en los meses que duró más de una cuarta parte de población. El lunes 31 de mayo de 1649, cuando mayor virulencia alcanzaba la enfermedad, la viuda del último propietario del Señor se mudó de casa, por lo que requirió los servicios de un carretero para trasladar sus pertenencias, entre las que se encontraba la escultura. Al pasar el carro ante las puertas del Ayuntamiento, en la hoy plaza de la Constitución, se dio la circunstancia de que la pareja de bueyes frenaron en seco su marcha, negándose a avanzar pese al castigo que les infligía su dueño.

El hecho, por lo extraño, motivó la curiosidad de quienes se encontraban cerca, arremolinándose para ver en qué quedaba todo aquello. Fue entonces cuando una voz de niño se impuso advirtiendo: «¡Miren de qué suerte llevan a un Santo Cristo!». Los presentes, no viendo por parte ninguna criatura alguna, quedaron llenos de estupor, procediendo el escribano Francisco Solano Alcázar a registrar el carromato, encontrando cubierto bajo unas frazadas a la sagrada efigie. La reacción espontánea de los testigos del hallazgo, entre los cuales se encontraban varios mayordomos de la Cofradía de la Esperanza, radicada en la vecina ermita de Santa Lucía que se alzaba en la actual calle de ese nombre, fue a introducirla a hombros en las Casas Consistoriales, mientras proclamaban que portaban al verdadero médico que curaría a Málaga.

La narración de lo sucedido se extendió rápidamente entre el vecindario que se agolpó para visitar al Señor, entronizado en la capilla municipal, y bautizado desde ese instante como «Santo Cristo de la Salud». Dado que la peste fue remitiendo progresivamente desde esa jornada, el pueblo piadoso no dudó en una providencial intervención divina. Todo ello se encuentra puntualmente recogido en las actas capitulares del Consistorio, con fecha de 1 de junio de 1649, apenas un día después del hallazgo supuestamente milagroso, y redactado por el regidor Martín de Mújica, aunque será el relato redactado por el impresor Juan Serrano de Vargas en su célebre 'Anacardina espiritual', compuesta en 1650, quien fijaría toda la invención acerca del origen de la teúrgica imagen. Para entonces ya se había propagado la historia paralela de que su artífice, el mencionado Micael, autor igualmente del apostolado del coro de la Catedral, viendo los portentos obrados por su obra, había anunciado que su muerte estaba cerca. Al parecer esto respondía a la creencia extendida entre los imagineros de que quien labraba una talla milagrosa fallecía al poco tiempo. Sea inventiva del imaginario popular o por pura aprensión del maestro, éste falleció, efectivamente, justamente un año después de los sucesos de la plaza, siendo enterrado en la iglesia de Santiago.

La rogativa

Con semejantes antecedentes, a lo que se unió su nombramiento oficial como patrono y la declaración de su festividad para el 31 de mayo, el Señor de la Salud pasó desde entonces a engrosar el selecto grupo de celestiales abogados de Málaga, junto con la Virgen de la Victoria, y los mártires Ciriaco y Paula, entre otros santos. Siempre que alguna calamidad pública, de carácter local o nacional se cernía amenazante, los cabildos eclesiástico y civil conjuntamente organizaban las preceptivas rogativas que, de por lo común, principiaban con su traslado conjunto hasta la Catedral donde quedaban entronizados hasta que se consideraba conjurado el peligro. Gracias a un cuaderno manuscrito sobre el modo de practicar las diversas ceremonias que se celebraban en el primer templo de la diócesis durante el siglo XVIII, se puede conocer el protocolo seguido para la recepción del venerado simulacro: «Cuando viene la Ciudad a esta Santa Iglesia trayendo al Santo Cristo sale el Cabildo con cruz y ciriales, preste y diáconos, y con velas encendidas hasta las cadenas para recibirlo y se empieza a repicar. Al llegar la santa imagen y moverse la procesión se empiezan a cantar los himnos de la Transfiguración con órgano. Y colocado el Señor en el pavimento, cerca de la lámpara, canta la capilla un motete en el coro. Al día siguiente se instalan las santas imágenes en el pavimento de la capilla mayor a los lados de las gradas. La del Santo Cristo al lado del Evangelio, y la de Nuestra Señora al lado de la Epístola».
Culminadas las rogativas eran devueltas a sus templos en solemnes procesiones donde participaban las autoridades, la milicia, las órdenes religiosas, las parroquias y todo el clero secular encabezados por el obispo. Lo más usual era en esas ocasiones que el Señor de la Salud, que siempre era portado por regidores y caballeros, acompañara y despidiera cortésmente a su Madre, que volvía a su lejano convento de los Mínimos, a la altura de la desaparecida puerta de Granada, regresando a continuación hasta la capilla del Ayuntamiento que hacía esquina con la actual calle Especerías, inmediata al mercado de carnicerías que allí había hasta la primera mitad del siglo XIX. En este enclave se veneró ininterrumpidamente el Cristo hasta que, con motivo de la invasión francesa, fue reubicado en la iglesia de la Victoria, volviendo a su tradicional emplazamiento en 1813, y sorteando después un intento de mudanza a la Catedral en 1821. Posteriormente, pasó a quedar establecido en la parroquial de los Santos Mártires durante el transcurso de unas reparaciones en su capilla, hasta que, finalmente, al ser demolidas las antiguas Casas Consistoriales y quedar desestimado un intento de edificar una iglesia 'ex profeso' para acogerlo, quedó emplazado en la cercana iglesia de San Telmo, en origen, templo de la Compañía de Jesús bajo la advocación de San Sebastián. La Corporación Municipal consiguió a la postre la cesión de este magnífico edificio, del mismo modo que siempre fue la propietaria de la talla de Micael, obligándose a mantener su culto, para lo cual siguió costeando la presencia del respectivo capellán. En la actualidad, la iglesia, que desde que pasó a ser presidida por el patrono se denomina del «Santo Cristo de la Salud», se encuentra en un complejo proceso de restauración, que ojalá sea aprovechado para recuperar altares desmantelados como el del Crucificado de las Ánimas, o a devolver su prestancia al retablo del presbiterio que hasta los años setenta contaba con una tribuna acristalada donde se ubicaba al titular de la iglesia.

Aspecto cofrade
Hasta 1850, el Señor de la Salud no contó con una Congregación establecida en su honor, que, curiosamente, dada las especiales connotaciones que concurrían sobre la escultura, fue aprobado antes por el estamento civil que religioso. El 10 de agosto de ese año, según consta en los libros de acuerdos municipales, el regidor Salvador Net presentaba a sus compañeros de gobierno las bases de los estatutos por los cuales habían de regirse, constando en la sesión celebrada el día 24 del mismo mes que «el Ayuntamiento en su calidad de patrono de esta milagrosa imagen no encontró reparo en dicho proyecto». La vida de esta hermandad fue corta y precaria, experimentando una transitoria reorganización hacia principios del siglo XX que tampoco perduró. Desde la segunda mitad de esa centuria se hizo patente el olvido y la postración del fervor al Señor de la Salud. La última vez que asistió a una procesión de rogativas fue en 1945 con motivo de la sequía, y luego, en 1999, volvió a salir a la calle, aunque esta vez fue para presidir el altar del Corpus levantado por la Agrupación de Cofradías y que en esa edición contó con un decorado simulando la fachada de una vivienda malagueña dieciochesca, pintada por Jesús Castellanos Guerrero.

En cuanto a la función votiva del 31 de mayo a la que el Ayuntamiento está obligado por juramento, se mantuvo hasta aproximadamente 1969. Luego, hacia 1980, un gran devoto del mismo, Eduardo Oyárzabal Pinteño, logró rehacer la antigua corporación que, al menos durante unos años, logró reactivar los cultos al Señor, recuperar su festividad y la presencia capitular en los cultos organizados, viviendo una meritoria etapa de brillantez, siendo hermano mayor Eduardo Nieto Cruz, aunque desgraciadamente se encuentra actualmente en un estado cercano a la suspensión.
En relación al Señor, que en el transcurso de los siglos había recibido al menos tres restauraciones, por su propio autor en 1649, por mano desconocida en 1750 y por el escultor local Mateo Martínez en torno a 1834, tuvo que sufrir una intervención de mayor alcance a cargo de Francisco Palma García, tras ser profanado en la tumultuosa década de los treinta del pasado siglo. Como resultado de esta reconstrucción su fisonomía quedó trastocada en sus volúmenes y muy oscurecida en su policromía, prescindiéndose de los atributos que le eran propios y tan comunes a los antiguos Cristos malacitanos, tales como la cabellera postiza, la pureza de tela, y los angelitos que sostenían las borlas de los cordeles. En 2005 fue restaurado por la empresa Quibla Restaura, en un arduo proceso que intentó devolverle su aspecto originario, con resultados un tanto sorprendentes.

Una vez más las corporaciones penitenciales son las que, en cierta manera, han incentivado la memoria del Señor de la Salud. Así, la Cofradía de los Estudiantes lleva una representación suya, en metal repujado, como remate de una de sus insignias, y las hermandades de Nueva Esperanza y Fusionadas lo han incluido en la iconografía de los tronos del Nazareno del Perdón y de Nuestra Señora del Mayor Dolor, respectivamente. Los Dolores de San Juan cuenta con un deliciosa reproducción suya dentro de una urna, muestra de las terracotas para el culto doméstico que tan usuales eran en la Málaga decimonónica.

También este año la Archicofradía de la Expiración ha pintado uno de los cirios de la candelería de María Santísima de los Dolores Coronada con el retrato del Santo Cristo, labor realizada por el ceramista Daniel García Romero. Mención aparte merece la Cofradía del Sagrado Descendimiento, que no solo ha acogido a la venerable efigie en su capilla del Hospital Noble mientras duren las obras de su iglesia, sino que ha organizado un triduo en su honor en estos últimos días del mes de mayo, que a poco que se preste atención trae ecos de las antiguas coplillas que se cantaban en su honor: «Todo este pueblo proteste/ con gratitud amorosa,/ fuisteis salud milagrosa/ en el tiempo de la peste./ Hoy Málaga manifieste/ que haya en Vos su protector./ Hallemos nuestra salud,/ pues sois nuestro Salvador»

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