Qué importante es tener y mantener mirada acertada, crítica y limpia sobre las cosas. Sobre la realidad. Hacer una lectura trascendente de la realidad. A este ejercicio el cine está convocado. Junto a los cineastas y espectadores. No hablamos solo de producto, sino de proceso. De libertad creativa y reflexiva. ¡Cuántos juegos de poder o planteamientos sutiles amenazan la creación y la libertad! ¡Cuántos prejuicios, intereses y compromisos larvan propuestas que de otra manera crecerían exponencialmente y ayudarían a vivir mejor!

Convoquemos al amanecer las miradas. También al atardecer y anochecer. En todo tiempo y lugar. El de esas mañanas de domingo, en invierno, a primera hora, como escribe Karmelo Iribarren. ¡Ay la mirada! Hay miradas turbias, sinceras, opacas; ingenuas, sencillas, sucias; planas, tristes, vivas... tantas como corazones. En este proceso de desnudar existencia y corazones, toda expresión artística, si no se deja secuestrar por ideologías, será chaleco salvavidas. También en este convulso arranque de siglo.

El mundo necesita miradas espirituales que generen progreso y cambio. También en la industria del cine. Nos irá mejor a todos con ese tipo de mirada. Las sociedades europeas gritan desesperadamente la necesidad de otro tipo de mirada al mundo. Necesitamos de arte y cultura. Pero no de un arte secuestrado que dirige a la opinión pública en la dirección política de turno; sino que lo necesitamos despertando conciencias, ofreciendo mirada profética y un planteamiento con libertad y verdad; íntimas aliadas.

Artículo publicado en la sección OPINIÓN. del Diario SUR el lunes 14 de noviembre de 2022