NoticiaOpinión Sobre la fidelidad fecunda Publicado: 05/07/2021: 18989 Conviene reflexionar sobre la fidelidad. Máxime en tiempos convulsos donde la fidelidad a la vocación no es valor en alza. Tiempos en los que, lejos de descubrirse como fecunda, se sospecha de ella. La fidelidad, fundada en la verdad y la vocación del ser, aporta estabilidad. A creyentes y no creyentes. Quien es fiel, transitará por la vida, con cierta discreción, desde el convencimiento íntimo de la vocación recibida. Y eso es bueno. Incluso aceptando que pudieran darse puntales fracasos en el iter vital. Hay en esto de la fidelidad algo de misterio: la persona fiel, con la discreción como aliada íntima, jamás comprenderá totalmente cómo alcanzar plenamente la fidelidad: por más que haga, jamás logrará captarlo todo. Es cuando el ser humano se abandona al misterio, como recordaba San Juan Pablo II: «No con la resignación de alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado». Este transitar por la vida, siendo fiel a la llamada recibida, se alcanza porque la verdad, desde la que se fundamenta la existencia, se alía con la libertad sin olvidar que debe pasar por la prueba más exigente: la del tiempo. En ocasiones, casi sin preguntas, ni respuestas. Quizá por esto ser fiel pueda tener muchos matices, también el del silencio o el del brindis por la vida. Quien es fiel lo es, a tiempo y a destiempo, con la certeza de que su fidelidad es un don, un preciado regalo. Precisamente, por eso, en una sociedad en las que las historias fluyen y confluyen conviene reivindicar el valor de la fidelidad. Como valor, incluso, contracultural. De hecho, el creyente, que basa su experiencia de amor en la estabilidad del amor de Dios, sabe que es posible ser fiel aunque las colinas cambien de lugar y las montañas se desplomen.