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Jornada de formación de los voluntarios de Cáritas (Colegio Gamarra-Málaga)

Publicado: 29/11/2014: 556

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la jornada de formación de los voluntarios de Cáritas, celebrada en el Colegio Gamarra de Málaga, el 29 de noviembre de 2014.

JORNADA DE FORMACIÓN

DE LOS VOLUNTARIOS DE CARITAS

(Colegio Gamarra-Málaga, 29 noviembre 2014)

 

Lecturas: Is 63, 16b-17.19b; 64, 2b-7; Sal 79, 2-3.15-19; 1 Co 1, 3-9; Mc 13, 33-37. (Domingo de Adviento I-B)

1.- Tiempo de Adviento

Como se nos ha dicho en la monición de entrada, comenzamos el nuevo tiempo litúrgico del Adviento, que nos pone en sintonía con la primera venida de Cristo y la segunda venida, pues estamos en ese justo momento: entre la primera y la segunda venida.

El Adviento es todo un símbolo que nos ayuda a acercarnos al hombre, a defender su dignidad, a tratarlo bien, a mantener lo mejor que es y tiene la naturaleza humana, a respetarlo integralmente.

Aceptamos que la humanidad no tiene futuro sin Dios; tiene futuro porque Dios ha venido a estar con nosotros y se ha hecho hombre.

 El Adviento, que viene de parte de Dios como diálogo previo de la Encarnación de Jesús para iluminar con su luz nuestras tinieblas, nuestras dificultades, nuestras miserias como nos dirá el texto de Isaías que Dios sale a nuestro encuentro y la encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos; nos aparta de nuestras culpas (cf. Is 64, 4).

«Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento» (Is 64, 5).

El lema que habéis trabajado y que se ha propuesto era "De la desconfianza a la acogida". El Adviento y la celebración de la Navidad nos anima precisamente a vivir con mayor fuerza, aunque lo hayáis trabajado durante este día, a acercarnos al otro como Cristo se acercó al hombre, a todo hombre, a la humanidad. Y se revistió de nuestra naturaleza para acercarse.

Cabe que describiéramos una fenomenología de la relación y de las distancias con el otro. Podríamos describir innumerables formas de prevención, de distancia, de miedo cuando alguien que no conocemos se acerca a nosotros o cuando nos acercamos a otro. Desde el desconocimiento, que desconocer es desamor, amar es conocer, conocer es amar en lenguaje de san Juan. Cuando no conocemos el otro es un extraño y tememos que nos desestabilice, que nos moleste, que nos quite el sitio, que nos agreda, que nos insulte, que nos desplace, que nos manipule. Podemos temer muchas cosas.

Apelo a la experiencia de cada uno cuando os habéis encontrado con un extraño y con unas actitudes de ese extraño que nos han prevenido por miedo, por desconfianza, por falta de conocimiento. Hasta que después, sobrevenidos a esa primera reacción y con la fuerza y el amor de Dios hayamos podido acercarnos y acoger al otro, o ser acogidos por otros.

Esto nos lo capacita Jesucristo, no lo haríamos de forma espontánea, no lo hacemos de forma espontánea. Lo hacemos porque Cristo vive en nosotros y porque Él antes se ha encarnado y se ha acercado a todos nosotros pecadores, en tinieblas, con corazones desgarrados, con pecados, encadenados. Y Él no ha tenido miedo de acercarse a nosotros. Y nos ha devuelto la alegría, la luz y la libertad.

¿Qué más podemos esperar en este Adviento? Asemejarnos un poco a lo que el Señor ha hecho con todos y cada uno de nosotros hasta llegar a la acogida plena.

2.- Irrupción de Dios en la historia

Además de esa actitud hemos de pensar que Dios interrumpe en la historia para transformarla. Y ese es el grito de Adviento de Isaías: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!» (Is 63, 19). No los montes físicos, sino otros montes de orgullo, de prepotencia, de autosuficiencia del hombre, de endiosamiento... Y el Señor viene, rasga los cielos y se planta en los montes para allanarlos.

Petición que vamos a hacer al Señor: "ven, rasga los cielos y baja derritiendo nuestros montes".

Esa venida y esa interrupción de Dios en la historia, el Eterno entra en la historia, con esa entrada el Señor cambia el mundo, lo transforma a bien, a mejor.

3.- La venida del Señor cambia el mundo

«Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él» (Is 64, 3). ¿Cuánto ha hecho Dios por ti? ¿Cuánto ha hecho por nosotros? ¿Hay alguien que haya hecho más por nosotros? Ni siquiera nuestros padres físicos, nuestros padres de sangre que nos han dado la vida como mediadores de la vida que Dios nos da.

4.- Petición de que venga Dios

Cojamos ese grito de Isaías y pidámosle al Señor que continúe bajando para transformarnos desde dentro, que venga: «Despierta tu poder y ven a salvarnos» (Sal 79, 3), como hemos rezado en el Salmo.

  «¡Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar a tu viña» (Sal 79, 15). ¡Ven a quedarte con nosotros! Esa es la actitud del Adviento.

5.- Espera confiada en la venida del Señor

Estamos en una espera confiada en la venida del Señor. San Pablo nos ha recordado: «no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan que acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro» (1 Co 1, 7-8). Espera confiada hasta el final, y no sólo hasta el final de nuestras vidas, sino hasta el final del mundo.

6.- Vigilancia

El Señor también nos pide, tal y como hemos escuchado en el Evangelio de Marcos, la vigilancia: «mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento» (Mc 13, 33). ¡Alertas y velad! Vigilancia y preparémonos para vivir mejor estas Navidades.

7.- Actitudes para el Adviento

Preparémonos para conmemorar un año más la Navidad y renovarla en nuestro corazón, con la firmeza de la fe, que nos llevará a la vigilancia y sobriedad. Y hagámoslo desde una serie de actitudes que cito a continuación:

1) Con esperanza gozosa, fijos nuestros ojos en Dios que viene, en la eternidad, en lo que nos espera. No podemos tener la mirada a ras de suelo, hemos de levantar la mirada hacia la transcendencia, hacia la eternidad, hacia Dios, porque eso es lo que nos da esperanza.

2) Firmes en la fe para no dejarnos llevar por el oleaje de nuestra sociedad: de modas, ideologías, pensamientos, errores... Firmes en la fe y firmes en la Doctrina, en lo que la Iglesia nos enseña.

3) Sobrios y vigilantes. Las vigilias implican sobriedad, no podemos vivir como lo paganos contemporáneos nuestros. Además de esa mirada a Dios y firmeza en la fe, sobriedad en la vida. Podemos vivir sin muchas cosas de las que vivimos. Y vigilantes para no usar y no abusar de las cosas de este mundo, para no echar demasiadas raíces aquí que nos impidan pensar, querer y desear el más allá. Este mundo desaparece y hay muchas razones para no centrar nuestra atención y nuestras energías aquí.

4) Como buenos samaritanos, sois voluntarios de la caridad y de la acogida, con los ojos abiertos y con el corazón sensible para captar los latidos del necesitado y con las manos abiertas a la caridad efectiva y generosa.

Como buen samaritano con los ojos abiertos, el corazón en sintonía y las manos abiertas. Ese lenguaje ya sé que lo entendéis porque es lo que estáis haciendo, pero hemos de pedir al Señor que nos mantenga así, para que no cerremos los ojos para no ver, ni cerramos nuestro corazón para no sentir y para no sintonizar, ni cerremos nuestras manos. Necesitamos seguir y estar en esa actitud.

8.- Ven, Señor Jesús.

Ven, Señor Jesús, ven a nuestros corazones, ven al final de los tiempos restaurando la historia humana plenamente.

Ven también ahora en la Eucaristía, en la que celebramos tu presencia “hasta que vuelvas”.

Ven a nuestras almas, deposita en ellas las semillas de la esperanza, las del amor y las de la fe firmes.

Que la Virgen María, la Madre del Hijo de Dios y Madre nuestra nos tome de su mano y nos acompañe en nuestro caminar, para que no nos perdamos en nuestra dirección hacia la eternidad. Amén.

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