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Visita pastoral a la parroquia de Nuestra Señora de Gracia (Málaga)

Publicado: 25/05/2014: 437

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la visita pastoral a la parroquia de Nuestra Señora de Gracia en Málaga el 25 de mayo de 2014.

 

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA

(Málaga, 25 mayo 2014)

Lecturas: Hch 8, 5-8.14-17; Sal 65, 1-7.16.20; 1 Pe 3, 15-18; Jn 14, 15-21.

(Domingo Pascua VI - A)

1.- Estamos celebrando esta Eucaristía en tiempo pascual, que es un tiempo especial que la Iglesia nos concede para que disfrutemos de la resurrección del Señor, para que gocemos largamente de este tiempo de alegría, de gozo, de luz.

San Agustín comentando los dos tiempos, el que precede a la Pasión del Señor y el que después de la resurrección continúa, lo compara en la liturgia al tiempo de Cuaresma en la que nosotros hacemos penitencia, pedimos perdón, nos esforzamos, lo mismo que el Señor antes de su Pasión tuvo que padecer. Y después, el tiempo de Pascua, San Agustín lo describe como el tiempo de la contemplación, del gozo, de la alegría, de la luz. No hay ayunos, ni abstinencias, es más bien gozar. Es como la fiesta. Cuando hacéis una fiesta en casa, ¿el periodo anterior preparatorio por qué se caracteriza? Por el trabajo, por el ansia, por hacerlo bien, por, a veces, hasta dormir poco. Después llega la fiesta y, ¿qué es lo que se pretende? Gozar de la fiesta, estar con los otros, compartir. Eso es un poco lo que la Iglesia nos ofrece. Que sepamos compartir, celebrar la Eucaristía juntos, darle gracias a Dios por todos los beneficios, todas las gracias que a través de su Hijo Jesús nos ha regalado.

2.- En tiempos de los Apóstoles los que habían tenido la experiencia de la alegría y de la luz de la resurrección fueron anunciándolo a los demás. En el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos leído encontramos al Apóstol Felipe que bajo a la ciudad de Samaría y predica la resurrección del Señor (cf. Hch 8, 5).

                Este hecho de predicar lo que él había vivido produce dos efectos en los oyentes. En primer lugar, lo que los escuchan van transformándose interiormente. La luz de Cristo y de la resurrección les va llenando, la alegría pascual le va desbordando interiormente. De tal manera, que toca no solamente la parte espiritual sino la parte física.

El gentío escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo: «de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban» (Hch 8, 7). Eran efectos visibles de esta presencia de Cristo resucitado.

3.- Otra consecuencia u otro efecto de esta predicación y de la vivencia de los Apóstoles era la alegría: «La ciudad se llenó de alegría» (Hch 8, 8).

Los que escuchan la Buena Nueva del Señor se alegran. Los discípulos cuando vieron a Jesús resucitado quedaban alegres por el encuentro.

Estos dos efectos, uno, el llenarse de luz y quedar transformados; e incluso, curados de ciertas heridas puede ocurrir también hoy cuando alguien anuncia el Evangelio. Anuncia que Cristo ha resucitado, que ha vencido a la muerte, que tiene sentido el dolor con Él. A mucha gente esto puede ayudarle a cicatrizar heridas y, sino a sanar del todo físicamente, sí a tener la fuerza para afrontar una enfermedad, ¿o es que eso no es sanar? ¿No es una forma de sanar el saber cicatrizar una herida, el saber aceptar con serenidad, con paz interior? ¿Cuántas veces hemos ido a visitar un enfermo pensando que íbamos a consolarte, a estar con él un rato y quien ha salido fortificado, más sereno y gozoso hemos sido los visitantes? ¿Por qué? Porque ese enfermo con fe, con amor ha sido capaz de transmitir lo que vive interiormente, a pesar de estar enfermo. Si vivimos la Pascua como el Señor desea, probablemente transmitiríamos más gozo y más alegría. Seríamos más capaces de encajar las cosas y de superarlas.

Por tanto, si anunciamos lo que creemos podemos también tener los efectos en nosotros: ser curados, ser sanados, ser perdonados de los pecados y para eso está la confesión. El Señor no sana y nos cura de las enfermedades, porque las enfermedades físicas son consecuencias del pecado; si nos sana del pecado nos sana también de las enfermedades físicas incluso. Y el otro efecto: nos llena de alegría.

4.- El apóstol Felipe, además de predicar, actúa. Felipe celebró fundamentalmente dos sacramentos: primero el bautismo. Los que creían en el nombre de Jesucristo, se bautizaban (cf. Hch 8, 12). El Apóstol bautiza con agua.

Nosotros al inicio de la Eucaristía hemos realizado el gesto del asperge, con agua bendecida nos hemos asperjado porque esa agua bendita es signo de nuestro bautismo, en el que hemos sido regenerados por Dios, se nos ha regalado ser de nuevo una criatura distinta, una criatura hija de Dios, una criatura iluminada. El Bautismo nos transforma. Lo que hemos hecho con el agua bendita, por tanto, ha sido recordar el bautismo que es una transformación, el Señor nos hace hijos adoptivos.

Felipe bautizaba, la Iglesia sigue bautizado hoy y regenerando, el bautismo regenera, da nueva vida.

5.- También el apóstol Felipe imponía las manos orando sobre los ya bautizados y les otorgaba el Espíritu Santo (cf. Hch 8, 15-17); esta donación del Espíritu es lo que llamamos sacramento de la confirmación. Los dos sacramentos que inician en la vida cristiana: el bautismo y la confirmación.

Suelo decir que no debería de haber ningún bautizado adulto sin confirmar. No tiene sentido porque si no lo hace no ha terminado aún la iniciación cristiana. Bautismo y confirmación son dos sacramentos que van muy unidos, íntimamente unidos. La confirmación refuerza, profundiza la gracia bautismal, el compromiso. Es una donación del Espíritu para que el bautizado pueda vivir con alegría, con gozo, con nivel la vida de fe y ser un auténtico creyente y un testigo de la fe. Pues eso lo hacía Felipe y nosotros también lo hacemos.

Os invito a que todos los bautizados, al menos, los bautizados en la infancia y llegados al uso de razón puedan recibir la confirmación. Los adultos, por supuesto.

El tercer sacramento de la iniciación cristiana es la Eucaristía, que estamos celebrando. Pero la Eucaristía es el culmen, el centro de la vida cristiana, el no va más. Eso lo celebramos todos los domingos o diariamente o en las festividades. Es el sacramento del encuentro con el Señor, de la comida, el banquete eucarístico.

Os invito, en esta Eucaristía de la visita pastoral a la parroquia de Nuestra Señora de Gracia, a que vivamos como comunidad estos sacramentos de fe, a celebrarlos con alegría y con gozo.

6.- El apóstol Pedro nos ha invitado y exhortado a dar razón de nuestra fe. Nos dice: «Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3, 15).

Os voy a realizar una pregunta: si al salir hoy, en el encuentro con algunos de la familia, con amigos, en cualquier momento del día alguien os preguntara, ¿tú por qué crees? ¿Qué le responderíais? ¿Daríais razones o diríamos simplemente: «porque sí»?

San Pedro nos exhorta a que seamos cristianos que razonan nuestra fe, que saben contestar por qué creen, por la experiencia que tenemos, por lo que nos supone creer, por lo que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo. El Apóstol nos anima «a dar razón de nuestra esperanza al que nos la pida» (cf. 1 Pe 3, 15).

Para saber dar razón de nuestra fe, —además de la experiencia, lógicamente sino no podemos dar razón, si no tenemos experiencia no podemos hablar de esa experiencia—, es necesario formarse, profundizar en la fe, conocer la doctrina de la Iglesia, el catecismo. Es una invitación que os hago para que todos nos comprometamos a profundizar cada día un poco más en lo que significa nuestra fe, en qué es la Iglesia.

7.- Sabéis que mucha gente ataca a la Iglesia, sobre todo, porque no la conoce. Suelo decir que a veces se atacan fantasmas: «es que la Iglesia… —la critican algunos—. Esa Iglesia que critican no existe, eso no es la Iglesia, eso es lo que la gente se inventa y está en la imaginación de algunas personas.

Pongo el ejemplo de Don Quijote, que atacaba a molinos de viento creyendo que eran gigantes desconocidos, pues estaban en su imaginación. Lo que destrozaba eran las velas del molino de viento, pues los gigantes estaban en su imaginación. ¡Cuántos ataques a los cristianos y a la Iglesia porque no conocen la verdad!

Y, ¿a quién les toca explicar esto? A los cristianos, a nosotros, cuál es nuestra fe, quién es Dios, quién es Jesucristo, quién es la Iglesia, que son los sacramento, que son los mandamientos, y explicarlo, dar razón de esa fe.

8.- Vamos a pedirle al Señor que nos envíe el Espíritu Santo. El domingo que viene celebraremos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. La Iglesia nos prepara ahora para rezar para que el Espíritu venga a nosotros, rezar para que Jesucristo nos envíe su Espíritu. Tenemos ahora una semana para pedirle que nos regale su Espíritu. Y con ese Espíritu ser capaces de vivir con mayor autenticidad y testimonio la fe cristiana.

Que el Señor nos envíe el Espíritu y que la Virgen, Nuestra Señora de Gracia, que supo acoger al Espíritu de tal manera que llevó al Hijo de Dios en su seno, nos ayude a acoger al Espíritu y a Jesucristo como Ella supo acogerlo. Que así sea.

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