DiócesisHomilías

Visita del Arciprestazgo de Santa María del Mar al Santuario de Santa María de la Victoria (Málaga)

Publicado: 22/05/2014: 403

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la Visita del Arciprestazgo de Santa María del Mar al Santuario de Santa María de la Victoria en Málaga el 22 de mayo de 2014.

 

VISITA DEL ARCIPRESTAZGO DE SANTA MARÍA DEL MAR

AL SANTUARIO DE SANTA MARÍA DE LA VICTORIA

(Málaga, 22 mayo 2014)

Lecturas: Hch 15, 7-21; Sal 95, 1-3.10; Jn 15, 9-11.

1.- En la lectura de los Hechos de los Apóstoles se describe lo que la Iglesia ha venido a llamar la universalidad de la salvación: todo hombre está llamado a conocer a Dios y a asimilar, a hacer suya la salvación que Cristo nos ha traído.

                En los Hechos aparece que también los gentiles son invitados a la fe cristiana. En una discusión sobre si era necesaria la circuncisión de los gentiles, rito propio de los judíos, para hacerse cristianos, Pedro dijo: «Hermanos, vosotros sabéis que, desde los primeros días, Dios me escogió entre vosotros para que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran» (Hch 15, 7).

El Evangelio es predicado a todo el mundo y el Espíritu Santo es dado a todos. «Y Dios –continúa Pedro–, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros» (Hch 15, 8). Por tanto, «no hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe» (Hch 15, 9). Es decir, no hay distinción entre judíos y gentiles, todos somos hijos de Dios.

2.- A veces, ocurre que esta discusión entre los Apóstoles y discípulos sucede entre los cristianos. Los judíos en época de Jesús tenían una fuerte vivencia y convicción de ser un Pueblo escogido; pero un Pueblo cerrado en sí mismo, separado de los demás. Escogido pero sin mezclarse, sin abrirse al otro.

Que no sea ésta una tentación para nosotros de ser cristianos de un modo cerrado entre nosotros, sin querer abrir la salvación a todo el mundo. En esta nueva evangelización a la que estamos llamados, todos los papas, maestros y pastores, nos recuerdan esta llamada universal a la santidad.

                El Evangelio es para todos, cristianos deben poder ser todos los que quieran, los que son tocados por la Gracia y aceptan el don de la fe. Pero no podemos poner nosotros barreras, no podemos poner obstáculos para que quien quiera pueda participar de la fe que nosotros gozamos.

                Pablo y Bernabé les contaron a los Apóstoles las experiencias que ellos habían tenido con los paganos, muchos de ellos se habían convertido, se habían bautizado, habían recibido el Espíritu igual que ellos (cf. Hch 15, 12). ¿Quiénes somos nosotros para prohibir la entrada en la fe al no creyente o al creyente de otra religión? Se nos pide una apertura propia del Evangelio, propia de la voluntad de Dios.

                Más aún, se nos pide que seamos evangelizadores de esa gente, como lo fue Pablo. Que animemos, que prediquemos a los no creyentes para que entren a formar parte del Pueblo de Dios.

3.- No hay que imponer yugos innecesarios, decían los Apóstoles, como dedujeron en el Concilio de Jerusalén. Dice Pedro: «¿Por qué, pues, ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar?» (Hch 15, 10). Por tanto, continúa diciendo: «a mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios» (Hch 15, 19), con yugos innecesarios, con normas innecesarias.

Vivir la frescura del Evangelio es lo más precioso que hay. Claro que son necesarias las normas para convivir, por supuesto. Pero a veces queremos exigir más de lo que la misma Iglesia pide. Que no sea así entre nosotros, que estemos abiertos a esa universalidad de la salvación que nos pide la Iglesia en estos momentos, y que ya lo vivieron con dificultades y controversias los primeros discípulos, que nos ahorremos esas controversias que ya tuvieron entonces, y están superadas, no caigamos en las mismas.

¡Abramos las puertas! ¡Prediquemos a Cristo crucificado y resucitado! ¡Anunciemos la luz del Evangelio a todo el mundo! Y el que quiera que entre, que venga a formar parte de nuestra fe, de nuestra familia de creyentes, porque la salvación la trae Jesucristo (cf. Hch 15, 11), no la trae las normas, no la traen las instituciones; la trae el Espíritu en este momento como continuador de la obra de Cristo, de la obra que Cristo ya cumplió.

4.- El Evangelio de Juan nos ha recordado el amor del Padre y cómo hay que permanecer en ese amor. Es una invitación a permanecer en el amor en Cristo y con Él en el amor del Padre (cf. Jn 15, 9). «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15, 10).

El amor no es un afecto o un sentimiento. Estamos muy acostumbrados a escuchar que se confunde el amor con otra cosa que no es: sentimiento, afecto. Eso puede ser una manifestación del amor, pero no es el amor. El amor es la entrega. El amor es en primer lugar haber tenido experiencia de ser amado, nadie puede saber amar si previamente no ha sido amado. Como todos hemos sido amados por Dios, porque Cristo nos ha amado primero, podemos amar.

Así lo recalca la primera carta de Juan: el amor no consiste en que nosotros amemos primero a Dios, sino en que Él nos ha amado primero en el Hijo y ha dado su vida por nosotros (cf. 1Jn 4,10). Y después hemos experimentado el amor, desde antes de nuestro nacimiento, el amor a través de nuestros padres y a través de otras personas. Eso nos ha capacitado para amar, pero el amor implica acción, implica donación, no es un simple sentimiento como algunos dicen hoy en día.

5.- Cumplir los mandamientos, dice el Señor, las diez palabras de vida, el decálogo son palabras de vida, son invitación a la vida, a amar a Dios y el prójimo, resumidos en los dos mandamientos principales; pero son palabras de vida, no son cortapisas ni obstáculos a la vida ni al amor. Jesús nos invita a vivir los mandamientos como palabras de vida, como palabras de amor y de respeto a Dios y al prójimo.

                Y ese amor vivido en acción, el refrán nuestro: “obras son amores”, eso lleva a la alegría; pero a la alegría profunda, a la alegría de Cristo resucitado. «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15, 11).

                Si queremos vivir en la alegría plena, verdadera, éste es el camino: vivir el amor, cumplir los mandamientos; aunque nos parezca un poco complicado.

6.- Con la Virgen María cantamos las alabanzas del Señor. Hoy, hemos dicho al principio, que el Arciprestazgo de Virgen del Mar venía a visitar a la Virgen con motivo de la Visita Pastoral que estamos realizando en cada una de vuestras parroquias.

                Quiero felicitaros por este gesto que hacéis cada año a la Patrona como Arciprestazgo. Además, quiero invitaros, como ya lo he hecho en otras ocasiones, en otros momentos, a que promovamos la devoción a la Patrona. Y a que además de este gesto filial de amor a la Virgen de la Victoria, animéis en vuestras comunidades cristianas a venir a visitar a la Madre con ocasión de los motivos, que son motivos buenos, de la celebración de sacramentos; por ejemplo: animo a las familias en las que ha nacido un niño y ha sido bautizado, con ocasión del bautismo del hijo, con ocasión de las comuniones de los hijos, con ocasión de la confirmación, con ocasión de un matrimonio, dos que se casan, con estas ocasiones a que vengáis a dar gracias y a pedir la protección de la Virgen.

                Ya sé que la Virgen del Carmen tiene mucho tirón desde el Perchel al Palo; ya lo sé, pero no está en contradicción con la devoción a la Patrona de la Diócesis. Si una familia por el nacimiento de su hijo viene a darle gracias a la Patrona y a pedir su maternal protección, no se enfada la Virgen del Carmen. Manteniendo la devoción a otros títulos de la Virgen, recordemos que la Patrona de nuestra Diócesis es la Virgen de la Victoria.

                Digo estas ocasiones que son sacramentales, pero hay más ocasiones: aniversarios de bodas, aniversarios de otras cosas. Es un gesto hermoso de dar gracias a la Virgen o con la Virgen al Señor.

                Vamos a pedirle a Ella, a nuestra Madre que nos ayude a proclamar el Evangelio a los gentiles de nuestra sociedad, a ensanchar ese círculo para que muchos acepten la fe y sean iluminados por el Evangelio.

Vamos a pedirle también, que permanezcamos en el amor de Dios. Dios siempre nos amará, la respuesta nuestra ha de ser permanente, hemos de seguir amando a Dios. El amor de Dios lo tenemos siempre, el amor hacia Dios es lo que nos corresponde a nosotros. Que la Virgen nos mantenga en esa actitud de amor filial.

Y finalmente, pedirle también que nos anime a vivir la alegría pascual. Vivir el amor nos lleva a vivir la alegría y la alegría en plenitud; pues que nos conceda con su intercesión vivir la alegría pascual.

7.- Damos gracias al Señor por los buenos frutos de la Visita pastoral al Arciprestazgo de Virgen del Mar en Málaga, que aún continúa y que culminaremos aproximadamente a final de junio.

Quiero felicitar a todo el Arciprestazgo, a los sacerdotes y diáconos, que os acompañan en este caminar y que coordinan, pastorean las distintas comunidades cristianas y a todos los que tenéis una responsabilidad en cada una de las comunidades: de catequesis, de evangelización, de cuidado y visita a enfermos, de tantas cosas. Todos somos necesarios, cada miembro de la comunidad tiene una tarea que si no la hace él no la hará otro por él.

Me gusta poner el ejemplo de que, si unos padres cuando nacen sus hijos, no les hablan de Dios, no rezan en el hogar, no está presente la fe, no va a ir nadie de fuera por la noche a acostar a los niños y a hacer lo que los padres no hacen, esa tarea es insustituible. Lo mismo en una comunidad cristiana, en una parroquia o en una asociación de fieles. Cada uno tenemos una misión, que sepamos asumirla.

Contad las maravillas del Señor a todas las naciones (Sal 95, 1-3.10), nos ha dicho el Salmo que hemos proclamado hoy. Que cantemos con la Virgen las maravillas que Dios ha hecho en Ella y también en cada uno de nosotros. Que así sea.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo