NoticiaDiócesis D. JESÚS CATALÁ. El gozo y el don de haber colaborado con un santo Monseñor Catalá con san Juan Pablo II Publicado: 17/05/2020: 18656 JESÚS CATALÁ IBÁÑEZ. OBISPO DE MÁLAGA • CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL PAPA JUAN PABLO II (Málaga, 18 mayo 2020) El centenario del nacimiento del papa san Juan Pablo II es motivo de acción de gracias a Dios por el regalo que supuso para la Iglesia católica y para el mundo entero la persona y el ministerio episcopal de quien fue Obispo de Roma durante veintisiete años, entre 1978 y 2005. El papa polaco es una figura histórica gigante, merecedora del título de “Magno”, quien dirigió la Iglesia y acompañó a la generación que vivió el paso del segundo al tercer milenio, tal como le vaticinó su amigo y maestro el cardenal Stefan WyszyÅ„ski (1901-1981) el día de la elección a Sumo Pontífice. El joven Karol WojtyÅ‚a sufrió la dura experiencia de los regímenes políticos totalitarios, que pisotean la dignidad del hombre, enarbolando la bandera de la libertad, pero al servicio de una ideología de poder, donde no hay lugar para Dios ni para el hombre. Durante y después de la segunda Guerra Mundial le tocó vivir en Polonia la ocupación de su patria por parte de los alemanes, primero, y de los rusos, después. Su formación humanista, filosófica y teológica forjaron una personalidad sólida y coherente con los principios cristianos, de los que dio testimonio en su vida y en sus abundantes escritos. Pero lo más importante y sobresaliente de su persona es su figura como hombre de fe firme y de oración constante y profunda, que impregnaba toda su vida y que le llevaba a ser un hombre de acción; un “hombre de Dios”, que transformaba la sociedad en que vivía. En su espiritualidad estaba muy presente la Virgen María, tal como reza su lema episcopal: Totus Tuus”. Ordenado sacerdote en 1946 ejerció su ministerio en Cracovia, su Diócesis de origen, y algunos años después (1958) fue ordenado Obispo auxiliar de la misma iglesia particular. En su condición de obispo participó en el Concilio Vaticano II, evento eclesial que renovó la Iglesia católica. Y también participó en las Asambleas del Sínodo de los Obispos, que mantuvieron el espíritu del concilio. El papa Pablo VI lo nombró cardenal en 1967. La elección al pontificado tuvo lugar en 1978, tras el breve pontificado del papa Juan Pablo I. El magisterio del papa polaco ha sido muy abundante, rico y profundo; tal vez ha sido muy poco leído y conocido por los fieles cristianos. Sus detractores decían que era avanzado en lo social y retrógrado en lo doctrinal; naturalmente no entendieron su mensaje y su doctrina. Juan Pablo II fue sucesivamente un cristiano laico, un sacerdote, un obispo y un papa muy coherente con la doctrina cristiana, dado que la luz del Evangelio impregna toda la vida y todas las dimensiones del ser humano, sin dejar un resquicio de oscuridad. Juan Pablo II fue un papa valiente en una época de grandes retos; un promotor de la paz ante amenazas de guerra; su intervención callada y eficaz tuvo mucho que ver con la caída del muro de Berlín y del derrumbe del poder comunista; fue un defensor incansable de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural; y un abogado de la familia ante los ataques mal llamados “progresistas”. Aunque la ideología venía de antes, a partir de la revolución del llamado “Mayo-francés de 1968”, la sociedad pedía unos cambios en la familia, en las relaciones personales, en lo social, en la cultura, en la política, en la religión. Los promotores de estas ideologías querían que la Iglesia las aceptase sin crítica alguna, bajo acusación de que, si no lo hacía, no era progresista y se quedaba inmovilizada y atrasada. Pero hay verdades de la doctrina cristiana revelada, que un papa no puede cambiar, al son de las modas de la sociedad. Juan Pablo II tuvo que bregar duro para llevar adelante la reforma pedida por el Concilio Vaticano II. La providencia divina me concedió trabajar, entre los años 1985-1996, en un organismo vaticano llamado Secretaría general del Sínodo de los Obispos, dependiente directamente del papa Juan Pablo II. Recuerdo que, en uno de nuestros encuentros, sentados en la misma mesa, el Papa, con rostro firme y voz fuerte, dijo: “¿Qué puede hacer este pobre Papa? El Papa no puede hacer lo que quiera, porque debe fidelidad a la doctrina de Cristo”. La fuerza para gobernar la Iglesia le venía al Papa, naturalmente, del Espíritu Santo, que es el principal guía y actor. Deseo remarcar la honda espiritualidad de san Juan Pablo II como hombre de profunda oración y hondo pensamiento cristiano. Cuentan los más cercanos que, cuando venía a Roma para participar en alguna reunión o encuentro, pasaba largas horas de oración por la noche de bruces en el suelo. En varias ocasiones tuve ocasión de concelebrar en su Capilla privada y siempre se le veía antes de la Misa sumido en oración, preparando la celebración del memorial de la muerte y resurrección del Señor con gran unción. Y durante las celebraciones masivas al aire libre con participación de miles de personas mantenía el recogimiento espiritual. Además de las innumerables jornadas de trabajo, reuniones y encuentros, lo acompañé en tres viajes a África: Costa de Marfil (1990), Angola (1992) y Uganda (1993). Han sido experiencias profundas e inenarrables por lo significativo de la presencia del papa Juan Pablo II en medio de aquellas personas necesitadas, a quienes les devolvía su dignidad perdida, las sostenía con su oración y su palabra y las animaba a vivir como personas y como cristianos. Recuerdo el grito de dolor del Papa a favor de estos pueblos, a los que los colonizadores y depredadores habían despojado de sus riquezas naturales y a veces hasta de su dignidad; y, tras haberlos estrujado, los habían abandonado a su suerte. Hay un aspecto simpático que deseo narrar: su buen humor. Siempre me ha gratificado verle alegre, sonriente o riendo. He podido percibir en él en diversas ocasiones un “humor fino”, delicado, al estilo inglés. Y son muchas las ocasiones que le he visto reír con toda el alma. Otro aspecto que me ha fascinado ha sido su mirada penetrante y profunda; pero no escrutadora, sino afable y amical. Recuerdo en algunas Asambleas sinodales haber tenido que acercarme a él para darle algunos documentos. Su mirada profunda penetraba en mis ojos, que no podían dejar de mirarle, pero con cierto rubor. Y también he percibido su mirada aguda cuando él contemplaba a los padres sinodales en el aula de reuniones. En esta misma aula recuerdo la mirada afectuosa y cómplice entre él y el cardenal J. Ratzinger, sentado a cierta distancia, a quien acababa de incluir entre los miembros de un equipo de trabajo; los dos se miraron y asintieron a lo que estaba sucediendo. También pude percibir esa mirada dulce y penetrante a la vez, cuando fuimos a concelebrar en su Capilla privada el Arzobispo de Valencia, acompañado de los dos obispos auxiliares ordenados hacía poco. Al terminar la Eucaristía nos saludó uno por uno; y al acercarse me llamó por mi nombre y con humor dijo que lo había abandonado para marchar a Valencia. Me conmovió este comentario suyo, e incluso que se acordara de mi nombre. La devoción de la monja polaca Faustina Kowalska al corazón misericordioso de Jesús influyó en la determinación del Papa de celebrar el domingo de pascua “In albis” como domingo de la “Divina Misericordia”. Este tema marcó su pontificado desde el inicio, como un hilo conductor, con la publicación de su encíclica “Dios rico in misericordia” (1980). Al final de su vida dio a todo el mundo un testimonio elocuente de fe y de valentía aceptando la enfermedad, que le sumía en la parálisis, y afrontando serena y cristianamente la muerte. Tullido en su cuerpo, pero vigoroso en su espíritu, ha dado valor y ha dignificado el sufrimiento humano y la muerte. Juan Pablo II fue beatificado por el papa Benedicto XVI en 2011 y canonizado por el papa Francisco en 2014. Su vida ha sido puesta, pues, como ejemplo para todos los cristianos y su intercesión ofrecida a toda la Iglesia. La santidad es una gracia que Dios ofrece a todos, y que exige responder a la llamada de Dios, aceptando su voluntad hasta identificarse con Jesucristo, nuestro salvador y maestro. En el catálogo de los santos hay modelos para todos los estados de vida, edades, profesiones y vocaciones. Todos estamos llamados a vivir la santidad. Con ocasión del centenario del nacimiento de este gran papa, san Juan Pablo II, demos gracias a Dios por el regalo de su persona, de su ejemplo y de su magisterio. Y pedimos su intercesión a favor de toda la Iglesia y del mundo entero, sobre todo en estos momentos de pandemia y de crisis mundial. ¡Que el Señor ilumine a los pastores de la Iglesia, a los gobernantes y a quienes tienen responsabilidad en las naciones!