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Anunciación del Señor (Catedral-Málaga)

La Catedral de Málaga está dedicada a la Anunciación del Señor. FOTO: S. FENOSA
Publicado: 25/03/2019: 2202

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la solemnidad de la Anunciación del Señor, en la Catedral de Málaga, el 25 de marzo de 2019.

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 25 marzo 2019)

Lecturas: Is 7, 10-14; 8, 10; Sal 39, 7-11; Hb 10, 4-10; Lc 1, 26-38.

1.- Los signos amorosos y salvadores de Dios

El Señor le dijo al rey Ajaz que pidiera un signo (cf. Is 7, 11), pero no quiso (cf. Is 7, 12). Entonces Isaías profetizó: «El Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel» (Is 7, 14).

Dios ama a su pueblo y quiere que se salve y que viva; por ello realiza signos amorosos que traen la salvación a sus fieles. Dios se acerca a los hombres y se interesa por ellos. «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16); los cristianos estamos llamados a manifestar ese amor, porque «hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (Ibid.).

Nosotros, queridos hermanos, pedimos a veces signos al Señor, para que él realice nuestra voluntad y nuestros deseos. Pero Dios no suele hacer lo que le pedimos, y por eso nos enfadamos con él; sin embargo, él nos muestra su amor de manera diferente al modo con que nosotros desearíamos. Dios nos envía a su Hijo, nacido de mujer, que se ofrece por nosotros en oblación al Padre. Dios actúa de modo distinto a lo que nosotros deseamos.

Hoy contemplamos el momento de la Anunciación del ángel a la Virgen, en el que se opera la Encarnación del Hijo de Dios. Ese momento ha sido de silencio, de intimidad, de sencillez, sin expectacularidad, desconocido por los hombres. Solo estaban como protagonistas María y el ángel. Hoy celebramos este gran acontecimiento de la venida del Hijo de Dios al mundo, que ha cambiado radicalmente la historia de la humanidad; este evento marca un hito en la humanidad. Hoy estamos un pequeño grupito de personas en la Catedral celebrando esta maravillosa obra de Dios; y también puede marcar un hito importante en nuestra vida, en nuestra historia personal y de relación con el Señor. Podemos contemplar a María aceptando la voluntad de Dios y abandonando sus propios planes.

2.- Hacer la voluntad de Dios

La carta a los Hebreos afirma que los sacrificios de la antigua alianza, ofrecidos según la ley mosaica, no quitan los pecados (cf. Hb 10, 4); mientras que la Encarnación de Jesús, que viene a hacer la voluntad del Padre (cf. Hb 10,7.9), y su oblación es fuente de santificación y salvación (Hb 10,10).

Cristo, al venir al mundo para realizar su misión, asume el dolor y la debilidad humana; se encarna, asumiendo todo lo humano. Conocer esta verdad nos obliga a reconocer que: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia (…). La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (Papa Francisco, Misericordiae vultus, 10).

Creer en el amor de Cristo nos lleva a una «lógica nueva», como dice el papa Francisco, que cambia nuestro modo de relacionarnos con Dios y entre nosotros y de ver el mundo (cf. Lumen fidei, 27). ¡Ojalá entremos en la lógica de Dios, en la que la Virgen entró y a nosotros nos cuesta!

“La universalidad de la experiencia del amor requiere un aprendizaje. En esto observamos grandes carencias en nuestra cultura actual, que inunda a las personas de reclamos emotivos, pero no las acompaña en ese camino de crecimiento en el amor verdadero” (Obispos de la Sub-Comisión episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, Nota para la Jornada por la vida, 2019). Nuestra sociedad valora mucho el sentimiento, la emoción y los afectos; pero eso no se puede confundir con el amor verdadero; si se confunde, tiene consecuencias negativas, porque no se sostiene una relación basada en sentimientos. Una relación humana, matrimonial o de otra forma, no se sostiene con el puro afecto.

3.- La vida humana es un don de Dios, que hay que cuidar

En el pasaje bíblico de la anunciación el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen de Nazaret llamada María (cf. Lc 1,27), para comunicarle que iba a ser la Madre del Salvador. Éste es el misterio que hoy contemplamos: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31). Todo esto es obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), «porque para Dios nada hay imposible» (Lc 1,37).

La vida ha nacido del amor de Dios y exige ser acogida y reconocida como digna de ser amada. No hay vidas humanas desechables o indignas, que puedan ser eliminadas sin más. Dios es el garante de la vida, porque es el creador de la misma. Reconocer la dignidad de la vida humana implica empeñarse en conducirla a su plenitud, para vivir una alianza de amor con Dios.

Los Obispos de la Sub-Comisión episcopal para la Familia y la Defensa de la vida en su mensaje para la Jornada por la Vida, nos dicen: “Hemos de esmerarnos especialmente con «los pequeños», es decir, los más necesitados por tener una vida más vulnerable, débil o marginada. Aquellos que están por nacer y necesitan todo de la madre gestante, aquellos que nacen en situaciones de máxima debilidad, ya sea por enfermedad o por abandono, aquellos que tienen condiciones de vida indignas y miserables, aquellos aquejados de amarga soledad, que es una auténtica enfermedad de nuestra sociedad, los ancianos a los que se les desprecia como inútiles, a los enfermos desahuciados o en estado de demencia o inconsciencia, a los que experimentan un dolor que parece insufrible, a los angustiados y sin futuro aparente. La Iglesia está llamada a acompañarlos en su situación, para que llegue hasta ellos el cuidado debido que brota de la llamada a amar de Cristo: «haz tú lo mismo» (Lc 10, 37)”, tal como dijo Jesús al maestro de la ley al narrarle la parábola del buen samaritano. ¡Cuida a tu hermano! ¡Cuida a tu prójimo, sobre todo al más necesitado!

Los cristianos debemos empeñarnos en construir una sociedad, que proteja la vida humana en todas sus manifestaciones y en todas sus etapas desde la concepción hasta la muerte natural; que valore y ame de verdad la vida, que proclame el evangelio de la vida, que celebre su nacimiento, que cuide de su crecimiento. El amor a la vida es la respuesta al don que todos hemos recibido en nuestra existencia.

Y también hemos de denunciar todo aquello que la desprotege, la abandona y la considera sin valor. Como nos han invitado los últimos papas, hemos de luchar contra la «cultura de la muerte» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 12) y de romper con una «cultura del descarte», tan perniciosa para la vida de los hombres (Francisco, Evangelii gaudium, 53).

María, la Virgen de Nazaret, respondió al ángel que aceptaba la voluntad de Dios y acogía la nueva vida que se iniciaba en su seno: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Estas pueden ser también nuestras palabras y nuestra oración en esta solemnidad de la Anunciación del Señor, que es el título de nuestra Catedral.

Quiero agradecer al Cabildo catedralicio el cuidado de nuestro primer templo, así como a todas las personas que colaboráis aquí. Es un templo precioso que necesita cuidados y que requiere ser rehabilitado porque está enfermo de algunas patologías arquitectónicas. Hemos de mantener nuestro empeño de cuidarlo. ¡Gracias, pues, querido Cabildo y quienes colaboráis aquí!

¡Que la fiesta litúrgica de la Encarnación cambie también nuestra vida, como cambió la historia de la humanidad!

Le pedimos a ella que nos ayude a defender la vida humana en todas sus etapas y a protegerla en todas las condiciones, sobre todo en las más difíciles. Amén.

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