NoticiaReligiosas Fallece la hermana Josefina de San Elías, carmelita descalza Publicado: 03/07/2014: 18624 Este miércoles ha fallecido la hna. Josefina de San Elías, carmelita descalza del Convento Corazón Eucarístico de Jesús, en Ronda. Una vida Consagrada - Una misión Consumada Hna. Josefina de San Elías, Candelaria Rivas Ortuño, Carmelita Descalza. (21 octubre 1922, Melilla - 2 julio 2014, Ronda) Pinceladas de una vida ejemplar Nace nuestra hermana el 21 de octubre de 1922 en Melilla. La menor de 6 hermanos, que la querían y mimaban: Mercedita, Antonio, Carlos, Anita y Pepita. Ella correspondió amándolos, y rezando mucho por ellos, y por sus sobrinos; que mantuvieron siempre el cariño por sus “titas monjas”, viniendo y llamándolas. Sus Padres, Antonio y María eran muy cristianos. Muriendo el padre cuando ella sólo tenía unos 9 años. «¡Mi padre era muy bueno y mi madre era una santa!» nos decía cada vez que la nombrábamos. “Lalia”, como la llamaban todos los de casa, por su nombre de bautismo: Candelaria, era un alma de Dios, que se tomaba en serio el ser cristiana. En plena juventud sintió la llamada de Dios, y la siguió entrando en este Carmelo de Ronda, (dos años antes le había precedido su hermana Anita: Hna. Ana María de la Eucaristía) el 24 de mayo de 1943, día en que estaba de procesión la imagen de, la tan querida Virgen, María Auxiliadora. Sin saber lo que iba a suponer para ella los Padres Salesianos, pues mientras estuvieron en Ronda siempre fueron nuestros confesores. El último fue el tan querido D. Francisco Alegría, el cual ella llamaba, con toda la ternura de una hija: “¡Mi Padre confesor!” Fue precisamente él, el último sacerdote con quien habló. Al llamar para preguntar como estaba, y hallarse ella en la recreación pues había manifestado deseo de ir, y sacando fuerza pudo decirle que pidiera por ella. Bendita providencia de Dios, pues fue la última vez que vino a la recreación. En el convento tuvo ocasión de saciar su sed de rogar y sacrificarse por las almas ejerciendo los diferentes oficios que se le encomendaban con espíritu de fe. Ejerció el oficio de Tornera, con el esmero de un corazón compasivo y un oído atento a los que venían buscando consuelo. El oficio de enfermera, el cual pedía cada trienio, para prodigar la caridad con ellas, especialmente a una que tenía muy impedida y con la escasez de TODO, era un oficio de mucho sacrifico y abnegación, cosa que ella ejecutaba en grado heroico. Su única preocupación era aliviar, no escatimando nada: sueño, trabajo, ingeniarse para crear cosas que pudieran disminuir las incomodidades y sufrimiento. En una época en que no había pañales, ni salva camas, ni grúas, ni termo de agua caliente sino un hornillo de carbón que cuando ya parecía tener el agua caliente, para esterilizar las jeringuillas, se mojaba el carbón y la ceniza y caía dentro. Cuántas veces ha recordado a sus enfermas y las peripecias para aliviarlas y alababa a Dios por las comodidades que hay hoy para su cuidado. Y todo esto lo hacía, no por sus propios méritos, según ella, sino unida a la Santísima Virgen con el rezo del Santo Rosario el cual, cuando ya no podía hacer ningún oficio, rezaba de continuo. El de Sacristana también lo ejerció, desvelándose por las cosas del Señor el cual le costó lágrimas, con los muchos roquetes, de tantos pliegues, que tuvo que lavar y planchar, especialmente durante el tiempo que, esta Iglesia se usaba como parroquia, hasta que se pudo reconstruir el Socorro que había sufrido la quema en la guerra. Aun le quedaba uno por el cual pasó: el delicado oficio de Maestra de Novicias. Ese oficio que dice Nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, que es “¡Criar almas donde mora Dios!” Y como se notaba que se le ensanchaba el corazón, con esa sonrisa que no podía ocultar, aun con lo malita que estaba en esta última enfermedad, cuando las veía entrar en su celda para preguntarle ¿cómo estás? Le decía la enfermera para estimularla: “¿Quién es?” Y al decir ella el nombre de una, a la siguiente pregunta “¿y quién es esa hermana...?” Decía, con su sonrisa cálida y serena, pero que la iluminaba: “¡Mi novicia!”. Así son las madres: madres hasta el final. ¿AGUAFIESTAS? Hna. Josefina de aguafiestas ¡NADA! Con decirle: “Hna. Josefina ven”, y cogerla de la mano, se le llevaba para hacer de relleno en algún teatrillo para navidad. Ella con su habitual sonrisa y siempre sin hacerse rogar. Sin falsa humildad, dejándose hacer. Con tal de dar gusto a las hermanas. Ahí le poníamos todo lo que pillábamos y ella se reía de buena gana. O le dábamos algún instrumento y, con la sencillez de los humildes, lo cogía y a dadle con el compás. Dicen que Sta. Bárbara es la protectora en el mal tiempo, y de los rayos. ¡Cuánto habrá trabajado cuando le pedíamos a la H Josefina cantar! Ella bien sabía que tenía muy buena voz pero: MUY mal oído. Pero ni corta ni perezosa: “Hna. Josefina, una saeta”. Y a entonarse la garganta con una sonrisa y a empezar, sin saber después cómo la íbamos a parar. Una vez se le pidió que cantara delante de un padre muy querido de nuestra orden. Y el pobre decía: “Pero ¿es verdad, o lo está haciendo adrede?". Jamás había oído semejante “prodigio”. La oración Hna. Josefina, al seguir la llamada del Señor, sabía que se le llamaba a una consagración al Señor para una vida de oración: de intimidad con él. Y esto lo cumplió, día a día y minuto a minuto, costase lo que costase, por todo sus largos años de Carmelita Descalza (72 años). Hemos hablado de sus “Rosarios”: ya rezaba las 4 partes del rosario todos los días. Decía que tenía tantos por que orar. Si mencionábamos a alguien decía: “¡Yo pido por él/ella, todos los días!” Se le veía andando ensimismada para tocar la campana, moviendo los labios y el rosario en la mano. Pasaba por un pasillo en el que se cuelgan cartas con peticiones de oración. Se paraba delante, miraba las peticiones sin poder distinguir lo que decían, por tener la vista mal, y hacer una oración por todo. Y continuaba su camino, rezando...siempre rezando. Su punto fuerte El Oficio Divino que es el rezo de la Iglesia que consta de salmos y trozos de la sagrada escritura etc., lo rezó hasta los últimos días. Para ella era un “oficio” tan divino que cuando no podía rezarlo en la comunidad, lo rezaba en el oratorio, y cuando no podía, en su celdita. Se pasaba toda la mañana y tarde con él. Si le decíamos que se entretuviera leyendo o haciendo algo decía: “¡Sí, pero ANTES es el rezo!”. Y rezaba, y rezaba, con lo que le costaba por tener la vista MUY delicada. Hasta la oculista nos decía: “Con lo malita que tiene la vista...”. La operaron de catarata, y tuvo una contrariedad: nosotras pensábamos que era una temeridad pues estaba muy delicada, principalmente por su enfermedad de Crohn que se le había detectado, y con el cual luchaba, desde hace décadas. Pero el medico pensaba que no pasaría nada. La pena fue que cuando se operó, y todo parecía haber salido bien, al día siguiente se le produjo una hernia de iris por lo cual la tuvieron que operar otra vez pero esta vez sin poderle poner anestesia. Ella calladita lo sufrió todo, y ofreció el dolor y el sufrimiento por un asunto matrimonial que le había encomendado una hermana. Después tuvo que ser intervenida con láser para hacerle un “ojal” ya que el cristalino se le volvió opaco. Con todo esto y mucho más ya se pueden figurar lo delicada que tenía la vista, que no le quedó visión por los lados, y entre la sordera y la vista si no entrabas y te ponías delante no se daba cuenta que había alguien en la celda. Pues aún con todo esto no dejaba el Oficio Divino. Meneando el libro para un lado y otro, ahora la cabeza, ajustándose mejor las gafas por si fuera defecto de estar mal puestas. Ahora levantando la vista para ver si se había ocultado el sol y por eso no veía. Aunque le decíamos que estaba dispensada, que con rezar el rosario o sus rezos personales era suficiente, aún seguía, y seguía hasta terminarlo agotada y mareada del esfuerzo. Así era en su vida de oración, y en todo lo demás: constante y tenaz. Cuando se rompió la cadera el año pasado, en febrero, se le ingresó y estuvo muy malita. En la ambulancia nos decía: “¡estoy más muerta que viva! ¡Esto ya es el fin! ¡Rezad por mí!”. Y en el hospital siguió, sin quererlo ni pensarlo, a balbucir como su testamento. Fragmentado, pero coherente: “Rezad....rezad siempre.....Si no es para esto....¿qué hacemos en el convento?...¿para qué nuestra vida consagrada? Siempre....en todo momento....en todas las cosas, el Señor....” Le faltaban las fuerzas, el aliento, pero seguía y seguía. Lo que había vivido, lo que llevaba en el corazón, por lo cual se había sacrificado y sufrido, se le derramaba a borbotones de unos labios resecos, como el milagro de un manantial fresco y limpio brotando en tierra seca y árida, y recogidas, con emoción, como una herencia que nos dejaba, por las hermanas que la acompañaban. Como solía decir su hermana, nuestra querida Hna. Ana María: “Con lo poquita cosa que es, de todo sale!”. Pues también de esta salió, y siguió su vida de oración como siempre. La caridad fraterna Podríamos seguir y seguir, y ganas no nos falta pero esto es solo unas pinceladas, una muy breve reseña, quizás quedándonos con lo mejor en el tintero. Sólo diremos que esa vida de oración no podía tener otra salida que su caridad fraterna. Hna. Josefina había profesado la compañía de las hermanas. Y sabemos que toda convivencia humana, por muy santa que sea nunca es fácil. Como se suele decir finamente, cada uno somos de nuestra Madre y de nuestro Padre. Pues bien: la Hna. Josefina se traslucía su vida íntima con el Señor en su finura en el trato con las hermanas. En los horarios dedicados al recreo, el cual nunca quería perder, ni aun estando mala. Uno de los días de esta última enfermedad deseaba ir a Misa y al recreo y allí la llevamos cargando con la máquina del oxígeno y todo. Gozaba de la recreación pues veía a todas las hermanas reunidas. Y si alguna faltaba porque estaba terminando algún trabajo, no paraba de preguntar por ella y pedir, a las que pudieran andar, que fueran a ver si le había pasado algo. Cuando por fin entraba la hermana todas decían: “Hna. Josefina mira ¡ahí está!” Y a ella se iluminaba la cara, con su gran sonrisa, e indagaba adonde había estado y le decía lo preocupada que había estado. Y no es que pudiera disfrutar mucho, para provecho propio de la recreación, pues estaba muy sorda. Un oído totalmente perdido y el otro a grandes voces al lado era como podía comprender algo. Por lo cual no se enteraba de nada. Pero ahí estaba sonriendo y mirando, con su mermada vista, a su querida comunidad. Además, como suele pasar en estos casos de sordera, se le ocurría hablar cuando alguien estaba dando una noticia por lo cual alguien le hacía señas para que esperara. Ella sin contrariarse, sin poner mala cara, sin emitir una queja, sólo se lo ocurría decir “¡Como hablan tan bajito!” Se callaba y esperaba, dentro de su mundo silencioso, hasta que le parecía a ella que habían terminado y no pocas veces terminaba la recreación sin haber reanudado ella su conversación. El disgusto para ella no era que no había podido hablar sino el que le decíamos que ya había terminado la recreación. A esto decía con espanto:” ¿Ya? ¡Pero si hemos acabado de llegar!” Cuanto sacrificio suponía para ella, y para nosotras, el volverla a llevar a su celda para el descanso. Allí en su celda, a solas con el Señor. Con el único que podía seguir teniendo sus conversaciones sin interrupción. Queremos también compartir la gran delicadeza que tenía en el trato con las hermanas, con las cuales tenía una humildad, y prontitud, para abrir sus brazos y pedir perdón a cualquier hermana que le hubiera demostrado, a ella, impaciencia etc. Pedía perdón cuando era a ella a quien había que pedírselo, por la impaciencia inherente al convivir humano. En este momento no podemos dejar de decir una palabra sobre nuestro muy querido doctor de cabecera: Andrés Ruz Montes. Siempre adelantándose a las necesidades de la comunidad. Desviviéndose por atender a las hermanas que necesitan consultarle algo sobre sus dolencias.... Sin horarios, sin prisas. Oídos comprensivo, dictamen certero, habla consoladora.....delicado en su trato profesional y humano, y un sinfín de cualidades más. Desde el 25 de Mayo, en el que a la H. Josefina se le presentó la obstrucción intestinal, (causa principal que desencadenó su deterioro y fallecimiento) su teléfono: todos los días ha sonado en el convento a las 7:30 de la mañana, preguntando por el estado de H. Josefina y terminaba con un consolador: “¡Voy para allá!” Pero no sólo de Lunes a Viernes, sino los Sábados y los Domingos también. Con la llamada para preguntar cómo seguía la hermana, cuando estaba, por unas horas, fuera de Ronda. Gracias D. Andrés, por su continuo apoyo, su amistad y su gran caridad. Andando con nosotras esa milla más del cual habla el Señor en el evangelio. Pero queremos también darles las gracias a alguien sin la cual  D Andrés, quizás, no sería quien es, o por lo menos le costaría más ser quien es: a su esposa la doctora Aurora Zafra. Gracias, Da Aurora, por tanto tiempo que pasas sin la presencia de su marido por causa nuestra. Que el Señor, buen pagador, os recompense en esta tierra todos vuestros desvelos por los enfermos y os de mucho acierto, y al final la “Saludable” Vida Eterna. Y ya si terminamos con unas palabras para nuestra querida Pepita: ¡Dichosa tú, Hna. Josefina, porque fuiste misericordiosa y limpia de corazón! ¡Dichosa tú, que estarás gozando ya con la visión de ese Dios Padre al cual te consagraste, y le permaneciste fiel a través de tantos años, y de tantas vicisitudes! ¡Dichosa tú, que terminas tu peregrinar por estos caminos de Dios con tu misión bien cumplida y consumada! ¡Entra en la herencia de tu Señor, y recuérdanos a todos los que te hemos tratado y amado, especialmente a tu familia de sangre y a tu tan querida comunidad! ¡Hasta pronto, hermana mía! Hna. Isabel de la Santísima Trinidad icd Priora 2 de julio 2014 Monasterio del Corazón Eucarístico de Jesús - Ronda (Málaga)