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Sabina, superiora del convento de Belén: «Rezamos por las personas que vienen al torno a contarnos sus problemas»

Publicado: 07/02/2014: 6324

«Rezamos por las personas que vienen al torno a contarnos sus problemas», afirma Sabina Katumbi Mutua, superiora del convento de Santa Clara de Belén, en Antequera. En el Día de la Vida Consagrada, su testimonio humilde representa el sacrificio callado, invisible pero tenaz, de las religiosas que se dedican a la oración y a la vida contemplativa.

Sabina Katumbi Mutua es la superiora del convento de clausura de Santa Clara de Belén de las Hermanas Clarisas de Antequera. Sabina, de 38 años, nos recibe en el locutorio del convento en un día desapacible y frío. Pero la armonía de su voz, su afecto, impregnarán pronto el espacio con una calidez extraordinaria.

«Este año, en junio, hará 20 años que llegué a España», recuerda Sabina. «Sentí la llamada de Dios joven. Es una cosa que no puedo explicar. Solamente, advertía que Dios me necesitaba para algo». En ese momento, ella  vivía en Machakos, en Kenia, en el seno de una familia numerosa y feliz integrada por doce hermanos. Tras discernir su vocación, Sabina llegó a Antequera muy joven, con tan solo 19 años, gracias a la mediación del obispo de su zona, Urbanus Kioko y del entonces prelado de la Diócesis de Málaga, D. Antonio Dorado Soto.

«No me he arrepentido en ningún momento de haber dejado a mi familia y de haber ingresado en la orden. He tenido dificultades, pero me han ayudado a crecer espiritualmente. Lo peor fue la necesidad de querer expresarme en el idioma y no poder», reconoce la religiosa, admitiendo la dificultad que experimentó a la hora de integrarse en la vida de un convento donde ninguna de sus compañeras hablaba, como ella, inglés. Lejos de amedrentarse, Sabina se propuso aprender español lo antes posible: «Me proporcionaron una profesora que sabía inglés y con la que podía comunicarme; de hecho, daba clases de inglés en el Seminario. Con ella estuve un mes aprendiendo. Cuando la profesora se marchó, seguí aprendiendo por mi cuenta, escuchando los programas de Radio Ecca».

Hoy, Sabina habla español de forma impecable y serena. No puede ocultar la emoción cuando le preguntamos si se siente gratificada por el afecto que los vecinos de Antequera profesan a las religiosas de su orden. «Me siento muy reconfortada. El hecho de ser querida es muy estimulante», reconoce Sabina. «Si una persona tiene un problema llega al torno y nos expresa su preocupación. Esa preocupación la llevamos a la oración. Luego vuelven a darnos las gracias por la mediación. Todas las semanas vienen personas para que recemos por ellas. Si no, llaman por teléfono para contarnos su problema. Mucha gente necesita de nuestra oración».

El día a día de Sabina y de sus once compañeras de convento se vertebra en torno a la oración. Cada día, las religiosas se levantan a las seis de la mañana. «El cuerpo se habitúa a madrugar», confiesa Sabina. Hasta las nueve menos cuarto, las religiosas rezan y celebran la Eucaristía. Después, desayunan y empiezan a trabajar en la repostería. Son reconocidos en toda la provincia los mantecados, roscos, magdalenas y bienmesabes de las monjas de Belén. Este trabajo constituye, a su vez, la única fuente de mantenimiento del convento. «Hacemos dulces para mantener la casa y para poder comer, no tenemos otro medio de sustento», aclara Sabina.

Hace cuatro años, Sabina tuvo un grave accidente cuando limpiaba una máquina de cocina. Sufrió la amputación de dos dedos de su mano izquierda. Desde entonces, ha pasado seis veces por quirófano. Sin embargo, Sabina, valerosa, resta importancia a este hecho y confiesa que su fe salió fortalecida. «Es una experiencia dolorosa, pero tampoco de agobio...Yo no lo pasé mal. Desde entonces, he podido ver la vida de otra manera. Cuando tenía mi mano buena no me parecía nada extraordinario. Sin embargo, tras perderla, he reflexionado mucho sobre esto, sobre lo que significa tener salud».

Autor: Ana Oñate @anatecam

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