Día octavo: «Anunciar a Cristo, con María reina de los apóstoles» Publicado: 07/09/2013: 2760 El predicador de la novena a Mª Santísima de la Victoria, el sacerdote diocesano Manuel Ángel Santiago, ha señalado que «la buena noticia debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio de vida personal y comunitaria. Pero no basta solo el testimonio, es necesario el anuncio explícito del evangelio. Tenemos que dar razón de nuestra esperanza.» “ANUNCIAR A CRISTO CON MARÍA REINA DE LOS APOSTOLES” Rom 8, 31-39; Sal 17, 2-7. 19-20; Jn 19, 25-27 Queridos hermanos: En distintos momentos durante esta novena, hemos hecho referencia a la necesidad que tenemos de buscar incesantemente a Cristo, el es la fuente de la verdadera sabiduría. La eucaristía que celebramos nos introduce siempre en ese misterio escondido que es Cristo el Señor. La eucaristía es el fuego encendido de amor que nos abraza, nos purifica y santifica. A la vez la eucaristía sacramento de la fe, es envío misionero. En este “Año de la Fe” y contemplando el rostro bellísimo de la Virgen, tomamos conciencia una vez más, que la fe crece y madura en nosotros cuando somos capaces de transmitirla a los demás, de esta manera lo expresa el Papa Francisco en la Lumen Fidei: “Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz… La palabra recibida se convierte en respuesta, confesión y, de este modo, resuena para los otros, invitándolos a creer… La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama. Los cristianos, en su pobreza, plantan una semilla tan fecunda, que se convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos” (LF 37). “La transmisión de la fe, que brilla para todos los hombres en todo lugar, pasa también por las coordenadas temporales, de generación en generación. Puesto que la fe nace de un encuentro que se produce en la historia e ilumina el camino a lo largo del tiempo, tiene necesidad de transmitirse a través de los siglos. Y mediante una cadena ininterrumpida de testimonios llega a nosotros el rostro de Jesús” (LF 38). Sin la menor duda la Virgen María pertenece a esa cadena de evangelizadores que transmitieron la palabra viva de Dios. María está presente en el Evangelio, tiene su misión principal de anunciadora. Ejerce personalmente la evangelización en la Iglesia y en el mundo. Los primeros evangelizadores fueron los apóstoles, pero no solamente ellos, toda la Iglesia asumió la tarea confiada por Jesús de anunciar al mundo su Evangelio. María resplandece con luz propia, como estrella de la evangelización. Esta mujer, llena del Espíritu Santo, en relación maternal con su Hijo, se transforma, al mismo tiempo en evangelizada y evangelizadora, colaborando en anunciar el Evangelio que tiene como punto de partida y como meta última a Cristo, salvador del hombre. La Iglesia lleva a cabo con fidelidad y, a veces, con heroísmo su misión apostólica y María, acompaña desde la Iglesia naciente, con su presencia materna, al Magisterio que anima y guía a los apóstoles. Es posible seguir las huellas de María a lo largo de los siglos, descubriendo en la voz y en la acción de los apóstoles de todos los tiempos, la acción maternal de la Virgen misionera con los evangelizadores. María, está presente como madre y modelo en toda la vida de la Iglesia, es la primera colaboradora en la realización del Evangelio (LG 56). Vamos a profundizar, desde el corazón de María, en la tarea permanente de la Iglesia de evangelizar el mundo. La misión de Cristo es anunciar el Reino, una misión que le llevará a dar su vida por nosotros (Rom 8,32-39;Jn 3, 16), misión redentora (2 Cor. 5,18-19). Su salvación tiene que llegar a todos los confines de la tierra, la Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de su misión evangelizadora: llevar la salvación de Cristo a todos los hombres. La Iglesia existe para evangelizar, para predicar y enseñar (EN 14). La orden dada a los doce; “Id y proclamad la Buena Nueva” es la razón de ser de la Iglesia. Jesús nos llama por nuestro nombre para ser pescadores de hombres (Mt 4, 18-22). Que hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: ¡Sígueme!... de esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de Cristo en el mundo. Este envío misionero es para todos, también para los que estáis cargados de años y experimentáis el dolor y el sufrimiento de la enfermedad. Podemos ser misioneros ofreciendo nuestras vidas al Señor en bien de la Iglesia universal y sosteniendo a los evangelizadores con la oración. La evangelización se hace de rodillas, la patrona de las misiones es precisamente una contemplativa, Santa Teresa del Niños Jesús. En los Hechos de los Apóstoles, vemos una Iglesia que vive la vida de oración, la escucha de la Palabra y está atenta a la enseñanza de los apóstoles. Vive la caridad y comparte el pan partido, la eucaristía (Hech 2, 43-46). Pero todo esto no tiene sentido más que cuando todas estas vivencias que constituyen el ser cristiano, se convierten en testimonio evangelizador (EN 15). El apóstol de Cristo no debe predicarse a sí mismo o sus ideas personales, sino a Cristo Jesús como Señor. El apóstol es instrumento, ministro, dócil en las manos de Dios. Hemos de transmitir el evangelio con suma fidelidad (2 Cor 4,1-6). No somos, ni dueños, ni propietarios para disponer del Evangelio a nuestro gusto, somos servidores del Evangelio. “La Iglesia es la depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada” (EN 15). No podemos ser evangelizadores por libre, solo se es verdadero evangelizador en comunión con la Iglesia. El cristiano ama a la Iglesia tanto como a Cristo y a María. ¿Quién tiene, pues, la misión de evangelizar? El Concilio Vaticano II nos ha dado una respuesta clara: “Incumbe a la Iglesia, por mandato divino, ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio a toda criatura “(AG 1; LG 5), y en otro texto dirá: “la Iglesia entera es misionera, la obra de la evangelización es un deber fundamental del Pueblo de Dios” (AG 35). Hoy, la Iglesia nos pide llevar adelante una nueva evangelización. Pero, ¿Qué es evangelizar? Evangelizar significa para la Iglesia, llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (EN 18). La Buena Noticia debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio de vida personal y comunitaria. Pero no basta solo el testimonio, es necesario el anuncio explícito del evangelio. Tenemos que dar “razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3,15). No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie de forma explícita, el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios ( EN 21-22). “¿Cómo creerán en aquél a quién no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?...la fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo” (Rom 10,14,17). En este momento no es superfluo que recordemos que evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de manera sencilla y directa, de Dios que ha amado al mundo en Cristo, por quien somos salvados del pecado y de la muerte (EN 26). Evangelizar es proclamar que la vida del hombre no termina con la muerte, nuestro destino es vivir para siempre con quien es la vida, nuestro destino es el cielo. Evangelizar es llevar la liberación a millones de hombre, pues la evangelización no puede olvidar la situación denigrante en la que viven tantos hombres, hermanos nuestros. Olvidar esto, sería ignorar la doctrina del evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece (“Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…” (Mt 25,31-46)). Pero, a la vez, la liberación cristiana no puede quedar reducida a las dimensiones de un proyecto puramente temporal (EN 32). La liberación evangélica debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida la dimensión espiritual y la apertura al Absoluto, que es Dios (EN 33). La liberación evangélica nunca puede aceptar la violencia, porque la violencia engendra nuevas formas de esclavitud y de injusticias. La violencia es contraria al espíritu cristiano (EN 35, 36, 37, 38, 39). La Iglesia enviada, como hemos visto, a evangelizar el mundo tiene, hoy, consigo la imagen de María que, al final del Concilio Vaticano II, fue declarada “Madre de la Iglesia” y propuesta como norma de vida y tipo de la Iglesia evangelizadora. Por todo ello la “Evangelii nuntiandi” la llama “Estrella de la Evangelización”. María en su plenitud de gracia, es la estrella que ilumina el evangelio, al evangelizador y a la Iglesia evangelizadora. El Papa Emérito Benedicto XVI no duda en reconocer a María como la estrella de la esperanza y la gran fuerza de la catolicidad, es decir, de la universalidad de la Iglesia, que ofrece el mensaje de Cristo a todos, sin distinción de lenguas, razas o sexos. Por ello, nos decía recientemente el Papa: “Dios, el Señor, tiene una Madre, y en la Madre reconocemos realmente la bondad maternal de Dios. La Virgen, la Madre de Dios, es el auxilio de los cristianos, es nuestro consuelo permanente, nuestra gran ayuda. Esto lo veo también en el diálogo con los obispos del mundo: que el amor a la Virgen es la gran fuerza de la catolicidad. En la Virgen reconocemos toda la ternura de Dios, por lo que cultivar y vivir el gozoso amor a la Virgen, a María, es un don de la catolicidad muy grande”. (Benedicto XVI. Coloquio con los sacerdotes del Véneto; Ecclesia nº 3387). Queridos hermanos hacemos nuestras las palabras del Papa Francisco en Rio de Janeiro, invitando a la Iglesia a anunciar el evangelio saliendo al encuentro de todos los hombres y mujeres, dice el Papa: “no podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, en nuestra institución parroquial o en nuestra institución diocesana, cuando tantas personas están esperando el evangelio. Salir enviados. No es un simple abrir las puertas para que vengan, para acoger, sino salir por la puerta para buscar y encontrar” (Papa Francisco, “Misa con los Obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas”, Catedral San Sebastián Rio de Janeiro, 27-7-2013). María, estrella radiante, escucha la oración de tu Iglesia que hoy quiere ser faro, que ilumine la vida del mundo a través de su acción evangelizadora. Reina de los Apóstoles, haz que nuestras vidas estén siempre iluminadas por la fuerza del evangelio y, así, poder ser testigos creíbles de Cristo con la palabra y, sobre todo, con nuestra vida. Santa María de la Victoria, fuerza de los que en ti esperan, fortalece la vida de todos los misioneros, sobre todo de aquellos que realizan su misión en condiciones extremas, donde peligran sus vidas. Madre del Mundo, que el evangelio prenda en el corazón y en la vida de todos los hombres. Amén. Autor: diocesismalaga.es