Es de bien nacido ser agradecido. Es importante valorar la acción de Dios en nuestra vida. Está íntimamente unido a la fe. La fe no es un mero asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios. Es decir, no es un “me apunto a creer en Dios”. Se trata de un acto a través del cual el hombre o la mujer se entregan libremente a un Dios que es Padre y le ama. Es una adhesión incondicional a un Tú con mayúsculas que le aporta esperanza y confianza. Se trata de sentirse y saberse unido a quien aporta sentido y futuro a la vida en medio de las noches inciertas y las mañanas limpias. La fe, en cuanto es don, supone sentirse privilegiados y agradecidos por el conocimiento y las sensaciones que ofrece vivir confiados en la Trascendencia. La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y alegría. Ciertamente la fe en Dios es un regalo. Y como tal hay que custodiarlo y cuidarlo. Cuando se experimenta con intensidad se comprueba, como el caso del leproso, que todo cambia a mejor en la vida.