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Joaquín Fernández, poeta centenario: «Hablo con el Espíritu Santo como si fuera mi mánager»

Joaquín Fernández en el transcurso de la entrevista / A. MEDINA
Publicado: 10/09/2024: 452

Fe

Cumple cien años y en activo el poeta malagueño del que Antonio Gala dijo: «sus poemas no se sostienen solos. El sentimiento los levanta y mantiene, como debe ser». Fue lector y acólito en la Catedral de Málaga, donde ha proclamado la Palabra de Dios ante cuatro obispos. Hoy, con la perspectiva de los años, comparte con diocesismalaga.es su servicio a la Iglesia, su amor a Dios y los sueños que aún tiene por cumplir.

«La poesía es el lenguaje de la belleza. Y yo, que siempre he creído en el amor con mayúsculas, me he servido de ella para decirle a Dios cuánto le quiero»

Joaquín Fernández ha cumplido un siglo. Su vida ha estado siempre marcada por la fe y la poesía, transmitidas en el seno de su familia. Con sus padres, Joaquín y María de la Cruz, y sus dos hermanos, descubrió que «había un Dios que era mi Padre, con mayúsculas», dice, y a él ha dedicado muchos de sus años. Profesionalmente se ha ganado esta larga vida en el sector del comercio, y llegó a ser jefe de una multinacional sin haber podido terminar sus estudios por la guerra. Pero en el resto del tiempo, este poeta ha vivido dedicado a su familia y a servir a Dios y a la Iglesia de Málaga. «Mi creador es para mí lo primero de todo, porque veo que es amor, misericordia, sabiduría, potencia… Es todo. Por eso muchas veces me digo: “¡no puedo tener este padre yo, que soy tan poco!” Y me da hasta vergüenza rezarle», cuenta.

Pero la palabra es para Joaquín una fiel compañera de camino. Fue acólito y lector, y sirvió en parroquias como San Lázaro, La Victoria y San Miguel. También en la Catedral, donde proclamó las lecturas delante de cuatro obispos: Ramón Buxarrais, Fernando Sebastián, Antonio Dorado y Jesús Catalá. Las tres décadas que estuvo realizando este servicio las considera «un auténtico servicio de evangelización. Leer la Palabra de Dios no es sólo leer. Es proclamar. Un día me paró una señora con una niña y me dijo: “Gracias por leer como lee, porque usted llega a lo hondo de uno”. Me habría gustado aportar mi humilde grano de arena en una escuela de lectores, pero no pudo ser», cuenta.

Se le notaba a Joaquín su amor por la palabra. «Esa espina la he llevado clavada desde que era un niño. Mi padre me leía poemas de Machado, Salvador Rueda, Rubén Darío… Lo oía y me extasiaba. Alguna vez hicimos un soneto juntos para un concurso, y aunque no nos lo premiaron, eso me acompañaría siempre. Mis primeros versos fueron a la Virgen María. Terminaban diciendo: “Virgen María, amiga, compañera,/refugio de mis penas, consuelo y alegría,/Madre de mi Jesús y Madre mía,/te quiero tanto que si no existieras,/mi amor y mi fervor te crearían”».

En el transcurso de los años, Joaquín ha escrito cerca de 2.000 poemas, más de 600 dedicados a Dios. «La poesía es el lenguaje de la belleza. Y yo, que siempre he creído en el amor con mayúsculas, me he servido de ella para decirle a Dios cuánto le quiero. A Él hay que llegar de alguna manera, y la mía ha sido esa. Mi deseo cuando le escribo un poema es piropearle, sí, pero decirle la verdad. Si he tenido dudas, ha habido dudas en mis poemas. Si he sentido confianza, pues escribía mi confianza». Cuando relee sus poemas, se le llenan los ojos de lágrimas. «Los releo y me emociono. Entonces comprendo que no he sido yo el que los ha escrito. ¿Qué ha pasado entonces? Pues que siempre rezo al Espíritu Santo antes de escribir. Le pido ayuda y lo trato como si fuera mi mánager. Por eso le echo muchos piropos, porque sé que Él los ha escrito conmigo».

Ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales, como el Hoja de Encina de Poesía de la Asociación Prometeo, y cuenta con 20 libros publicados en la Biblioteca de Autores Cristianos y otras editoriales, entre otros, “Desde lo oscuro al alba” (1996), “La Mitad Descalza” (1998), “Imo Pectore” (2003) o “Cómo nace un poeta”, que fue la lección inaugural del Aula de la Experiencia de la Universidad de Sevilla en el curso 2009-2010. Tiene también un blog con su nombre donde puede conocerse parte de su trabajo y, a sus cien años, sigue escribiendo; «poco, pero algo», puntualiza. Por eso sueña con una antología de poemas pueda ver la luz todavía. «Me gustaría que sirvan a otros, y los religiosos, que les ayuden a rezar». El obispo emérito de Málaga Ramón Buxarrais quiso firmar con él un libro a medias comentando cada uno de los poemas que contenía. Y decía de la suya que es «una poesía que debe ser leída con el espíritu postrado de rodillas».

Cuando se le pregunta por el pasado, elige los momentos de su vida que pudo dedicar a su familia, a la poesía y a Dios. Y cuando piensa en el futuro, Joaquín González sólo tiene un deseo: «cuando me muera, si se salva mi alma, no quiero ser ángel, sino que Dios me diera algún trabajillo, ser “un mandado” para Él. Yo, que siempre he sido tan activo, no busco más que eso para la eternidad, ¡sin cargo ni título! Sólo un mandado de Dios».
 

Un agradecimiento a Dios tras cumplir un siglo de vida.
Joaquín responde con este soneto que titula Acta est fabula (“La función ha terminado”):

Por los años vividos del color de la rosa,
por la luz que le diste a mi oscura mañana,
por el cielo que veo al abrir mi ventana,
por la dicha que tengo en mi entrega amorosa.

Porque veo tus manos al mirar cada cosa,
por quitar de mi pecho la enojosa desgana,
por dejarme que beba en tu clara fontana
y por llenarme el alma de un amor que rebosa.

Por decirme quién eres para siempre encontrarte,
por darme tanta gente en quien puedo mirarte
y por dejar que sane mi piel de tanta herida.

Por saber que mi alma ha de volar ligera
y por estar conmigo en esta dulce espera,
quiero hacerte un regalo que me cueste la vida.

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Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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