La sabiduría que los libros contienen no es propiedad exclusiva de unos cuantos. Hay quienes, incluso en su analfabetismo académico, contienen tanta vida y experiencia que alcanzan la sabiduría a fuerza de existir a dentelladas fuertes y calientes. Siendo recomendable y necesario los estudios teológicos hay que confrontarlos con la vida. Con las gentes que compartimos el pan. Hay que encuadernar el Evangelio en piel humana porque es allí donde se vive. Para enriquecernos mutuamente. La gente sencilla es depositaria de una sabiduría que excede frecuentemente a los cálculos intelectuales.