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Semblanza de D. Francisco García Mota

Misa exequial de D. Francisco García Mota en la Catedral de Málaga // A. MEDINA
Publicado: 16/07/2024: 263

Vida

Semblanza leída en la Misa exequial de D. Francisco García Mota, celebrado en la Catedral de Málaga el 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, y presidido por el Obispo de Málaga, Don Jesús Catalá. La semblanza fue escrita por el Secretario General-Canciller, Francisco García Villalobos, biógrafo de D. Francisco, y leída por el Delegado para el Clero, Francisco González.

Siempre es una tarea difícil resumir en unos pocos párrafos la vida de una persona. ¿Quiénes somos para atrevernos a sintetizar toda una existencia, amasada en las relaciones externas, pero también volcada hacia el interior, hacia la intimidad más secreta? ¿Cómo subrayar determinados aspectos, cuando sólo Dios nos conoce realmente, ya que a veces ni siquiera nosotros mismos somos conscientes de nuestra verdadera identidad?

Y si nunca es tarea fácil trazar en pocos minutos la vida de un sacerdote, menos aún lo es cuando hablamos de alguien con una personalidad tan rica y versátil como la del nuestro querido D. Francisco García Mota. De tal modo, me limitaré a pasar a vuela pluma por las facetas más destacadas de su biografía. Sois cada uno vosotros, todos los que estáis aquí, los que sin duda podréis completar los grandes espacios que van a quedar tras mis palabras. Pues vosotros, cada uno, tiene sin duda en su memoria y su conciencia el recuerdo vivo y fructuoso del impacto existencial que supuso la vida de D. Francisco en vuestros corazones.

Decir que nació en Cortes de la Frontera en 1930 no es simplemente un dato más, pues él siempre lució con orgullo su origen; y ciertamente fue recompensado con el cariño de sus convecinos, quienes con el tiempo le nombrarían su hijo predilecto. Asimismo, como en aquella época dos barriadas integraban el pueblo, la Estación de Cortes y el Colmenar, también conocida como Estación de Gaucín, igualmente esta localidad le nombraría su hijo adoptivo.

Nunca olvidó cómo nació en él la vocación al sacerdocio. Siendo aún un crío, se cruzó en el pueblo con un grupo de niños con aspecto feliz, vestidos todos con un trajecito negro. Preguntó quiénes eran:

-Esos son seminaristas.

-¿Y eso qué es?

-Los que estudian para ser cura.

-Ah, pues yo también quiero ser cura.

La vocación sacerdotal ya había prendido en el corazón de Francisco, ingresando en el Seminario, con doce años de edad. Su estancia allí fue muy grata, a pesar de la disciplina propia de la época. Y en 1954 fue ordenado sacerdote en la capilla del Seminario. Cantó su primera Misa en Gaucín, el 19 de diciembre de dicho año.

Se conserva una entrañable carta remitida aquel día por el entonces neopresbítero al obispo D. Emilio Benavent: «Excmo. y Rvdmo. Sr. Un memento muy especial he tenido para V.E.R., hoy día de mi Primera Misa Solemne. Mi único deseo en este día es ser siempre Sacerdote Santo, por lo que quiero quedar ofrecido incondicionalmente a V.E.R. para que mi sacerdocio sea todo en honor de Dios y su Madre. Le ofrece sus pobres oraciones y su persona este nuevo sacerdote q.b.s.m. Francisco García Mota».

Recién ordenado, fue nombrado vicario parroquial de San Patricio y formador y profesor del Seminario Diocesano, llegando a ser superior del mismo durante diez años. Al propio tiempo, su inteligencia y tesón, junto a una natural capacidad de transmitir conceptos, llamaron la atención del obispo, que le sugirió iniciara los estudios civiles de Magisterio. Tras ello, ya por propia iniciativa, D. Francisco continuó estudiando Pedagogía y Psicología. Y ulteriormente defendió la tesis ante un tribunal mixto de las universidades civil y eclesiástica de Salamanca. El tema de la misma, era justamente sus queridas Escuelas Rurales.

En 1955, cuando D. Francisco García Mota apenas llevaba ordenado unos meses, el obispo le encomendó la tarea de marchar con un grupo de seminaristas a su cargo por las comarcas malagueñas averiguando los lugares idóneos para ubicar Escuelas-capillas que atenderían a dicha población. Su labor culminó con la construcción de doscientas cincuenta escuelas rurales, que proveerían de escolarización a todos los niños y niñas que vivían en cortijos y diseminados, alejados de los centros de enseñanza.

Desde aquel momento, su impulso y su tesón fueron clave para la subsistencia de las Escuelas. En esa inmensa tarea se pusieron de manifiesto sus mejores dotes: esfuerzo, constancia, organización… Por otra parte, sabía insistir, con mucha mano izquierda, sin hacerse nunca inoportuno, con palabras y sonrisas, con simpatía, pero sin cejar nunca en los objetivos que se proponía.

Coherente con esta vocación de D. Francisco para la promoción educativa y social en Málaga fue su simultánea dedicación a la enseñanza. En 1963 terminó los estudios de pedagogía, y comenzó a impartir esta especialidad en la Escuela de Magisterio de El Egido. Aprobadas las oposiciones como profesor titular, estuvo tres décadas dando clases. Muchos de sus alumnos acudían a él, más que como docente, como acompañante espiritual, llegando a veces a recibir confesiones en su despacho de la facultad.

Cursó la Licenciatura de Teología Pastoral en la facultad de Teología de Granada (1977). Entre otras muchas encomiendas episcopales en el ámbito educativo, cabe destacar las de Vocal del Patronato de la Escuela María Inmaculada de Antequera (1974); Secretario Técnico de la Comisión de Enseñanza de las provincias eclesiásticas de Granada y Sevilla (1983); Vicario episcopal de Enseñanza y Catequesis (1983); y Miembro de la Comisión Regional para la Escuela Católica en Andalucía (1984).

Sin embargo, a pesar de todos estos encargos en el campo de la educación, tampoco quiso D. Francisco abandonar el contacto pastoral directo con la gente sencilla de las parroquias de las barriadas malagueñas. Su primera experiencia, había sido la de coadjutor de San Patricio (1956). Y en 1968 fue nombrado cura ecónomo de Nuestra Señora de la Paz. Literalmente, Francisco construyó, tanto desde el punto de vista físico como del espiritual, dicha parroquia. Posteriormente fue nombrado adscrito en San Antonio María Claret (1971-1973), y Santo Ángel (1972-1978). En todas estas parroquias aún guardan un recuerdo imborrable de su labor cercana y resolutiva, propia de un verdadero sacerdote que se entrega totalmente a su grey.

D. Francisco García Mota fue nombrado Canónigo en 1978. Y en 1992, fue nombrado Deán. Sintiéndose muy responsable de la Catedral, y consciente de las necesidades y carencias de la misma, inició un gran proceso de reformas, volcándose con su tesón y determinación características en las prioridades que consideró más urgentes: la megafonía, la instalación eléctrica, las campanas de la torre, el órgano de la Catedral, la Escuela Taller… Puede ciertamente decirse que hay un «antes y un después» de su paso por la Catedral como Deán.

En aquel proceso de reformas sustanciales, fue particularmente angustioso para D. Francisco enfrentarse a la situación que presentaban las cubiertas. Dadas las circunstancias políticas y sociales de su época, tuvo que admitir una solución de compromiso con la impermeabilización de las cúpulas. Pero felizmente, pudo asistir hace escasos meses al inicio de las obras que van a otorgar solución definitiva para esta cuestión.

D. Francisco fue reelegido sucesivamente en su cargo de Deán, permaneciendo en el mismo hasta 2009, es decir 17 años, durante los cuales mantuvo siempre una excelente relación con todos los actores políticos y sociales de Málaga, lo que redundó sin duda no sólo en ventajas materiales para la Catedral sino en su prestigio institucional.

Este cargo, durante el cual recibió el nombramiento de Prelado de Honor de Su Santidad (2004) no le impidió a D. Francisco, dada su extraordinaria capacidad de trabajo, realizar otros múltiples oficios eclesiásticos. Así, llegó a ser ecónomo diocesano (1990) y desempeñó todas las funciones relacionadas con el Patrimonio de la diócesis, siendo nombrado sucesivamente director del Museo Diocesano de Arte Sacro (1989), presidente de la comisión asesora para el patrimonio Histórico-Artístico (1992), delegado diocesano para el inventario de bienes muebles de la diócesis de Málaga (1999) y delegado episcopal del Patrimonio Cultural y Artístico (2005).

Igualmente, como Delegado episcopal para la Causa de los Santos (2005) desempeñó un señaladísimo papel en la apertura y comienzo de la instrucción de la causa de beatificación del Siervo de Dios José Gálvez Ginachero, siendo su primer postulador diocesano hasta 2012.

Fue también miembro de número de la Academia de Ciencias y Humanidades Santo Tomás de Aquino de Málaga, de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla, así como Capellán Mayor de la Orden Hospitalaria de San Lázaro.

Pero fue en el ámbito cofrade donde también tocó fuertemente muchos corazones, especialmente en la Real, Muy Ilustre, Venerable y Antigua Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Puente del Cedrón y María Santísima, «la Paloma». Como Director Espiritual, su sola presencia imponía respeto; su ecuanimidad invitaba a la serenidad. De ahí que los propios hermanos exigían que él estuviese presente cuando se iba a discutir algún asunto especialmente candente o comprometido. Cuando cesó por razones de edad, fue nombrado Hermano de Honor de esta Corporación por su fecundo servicio espiritual, que se había prolongado más de 22 años.

Todos los homenajes que recibió en vida, y sobre todo vuestra presencia aquí para despediros de vuestro sacerdote, vuestro profesor, vuestro amigo, son expresivas del gran cariño que le teníamos. Ello, a su vez, nos deja un legado y una responsabilidad. Porque su ofrenda de vida ha hecho mucho por nosotros, por Málaga y por los malagueños. Pero su potente testimonio también nos exige a nosotros intentar, al menos, imitar alguna de sus múltiples facetas: con la actitud suya, serio y cercano, sencillo y cordial, siempre testimoniando a Cristo, siempre al servicio de sus hermanos.

Para finalizar, únicamente dar las gracias a tantas personas que han ayudado a D. Francisco en su vida y en sus tareas, y, muy especialmente, al personal de la Residencia del Buen Samaritano, donde con tanto cariño y profesionalidad ha sido atendido en esta última etapa suya.

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