En este domingo, el Evangelio de Marcos nos presenta a Jesús en su ciudad. El sábado va a la sinagoga y comienza a enseñar, pero la reacción de sus paisanos será de incomprensión. “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?”. El Evangelista resalta cómo se escandalizan a cuenta de Él. Aquellas gentes son incapaces de reconocer en Jesús al Hijo de Dios. Lo conocen de toda la vida, ha crecido con ellos, conocen a su familia. Se les hace imposible imaginar que Él pueda ser el Mesías esperado. Y es que a todos nos cuesta descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos y en las personas con las que convivimos cada día. También nosotros esperamos que Dios actúe de forma extraordinaria y somos incapaces de descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos de cada día, en nuestras rutinas, en las personas que nos rodean, en los pobres y allí donde parece que nada puede enseñarnos ya la vida. La Palabra de Dios de este domingo nos llama a dejarnos sorprender, a cambiar la mirada, a descubrir en nuestro día a día un proyecto de vida lleno de esperanza, porque es Dios mismo quien lo acompaña. Seguir a Jesús se convierte así en una forma concreta de vivir la historia presente, enraizada en Jesús de Nazaret, para construir su Reino en nuestro día a día y junto con nuestros hermanos, los hombres.