NoticiaSemana Santa Jesús ofrece su vida Publicado: 25/03/2024: 9721 Última Cena Emilio López Navas, doctor en Teología Bíblica, profesor de los centros teológicos diocesanos, conoce bien Tierra Santa, adonde ha peregrinado en casi una quincena de ocasiones. Desde esta perspectiva nos ofrece su testimonio para ayudarnos a vivir el Jueves Santo. Corría el año 2007 y en mis manos quedaban aún restos de olor a crisma. Tenía la suerte de disfrutar unos meses en la Ciudad Santa, que incluían pasar mi primera Semana Santa como sacerdote en Jerusalén. Evidentemente, me decidí a pasar un rato por el Cenáculo, sospechando que no sería el único en tener esa brillante y espiritual idea. Mientras subía junto a Pablo, sacerdote de Colombia, el repecho que nos separaba del singular emplazamiento, nos queríamos arrepentir de la decisión. Sin embargo, cuando llegamos nos quedamos atónitos. Quizá era demasiado temprano, pero no había nadie. Tuvimos el regalo divino de pasar una hora a solas con el Señor en aquel lugar emblemático: mil sensaciones de curilla joven, millones de deseos de entrega y cientos de pies que lavar por delante. En una columna de una especie de baldaquino, hallé una imagen eucarística que siempre me ha conmovido: el pío pelícano que da su sangre en alimento para sus crías: sin duda un escenario perfecto para esta representación antigua de Jesús ofreciendo su vida por sus discípulos. El primer Jueves Santo Para cuando llegaron los primeros japoneses armados con sus cámaras de fotos, por mi alma habían desfilado tantas emociones que las pilas se cargaron de una manera especial. Tanto, que cada vez que vuelvo a entrar en aquella sala me estremezco y me lleno de serenidad. Cuánto me gusta renovar mis promesas sacerdotales entre aquellas paredes, cuántos hermanos sacerdotes se han emocionado conmigo allí. Y siempre pido lo mismo: que no se quede en palabras vacías, que yo repita desde el fondo de mi ser todo lo que allí se produjo el primer Jueves Santo: el servicio a los hermanos y la Eucaristía; que no me canse de repetir que el mandamiento nuevo es el del amor, y que no me agote nunca de ponerlo en práctica.