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Cristobal Fones sj: «Canto porque es mi manera de amar»

Publicado: 13/07/2023: 8139

JMJ

Cristóbal Fones (Santiago de Chile, 1975) es jesuita y, desde siempre ha vivido la música como apostolado y medio de oración. Sus superiores le animaron a profundizar en ella y así comenzó a publicar sus canciones, que en la actualidad nutren un total de doce discos, disponibles en la web cfones.cl. Este jesuita conocido internacionalmente va a participar en la JMJ de Lisboa este mes de agosto, y en su camino hacia allí, ha hecho parada en Málaga, donde ha dado un concierto el 28 de julio en la iglesia del Sagrado Corazón de Málaga (Plaza de San Ignacio de Loyola).

Concierto el 28 de julio en la iglesia del Sagrado Corazón de Málaga (Plaza de San Ignacio de Loyola), a las 20.15 horas

Multitud de canciones, giras internacionales, colaboraciones con otros artistas… Alguien podría pensar que es una carrera al estrellato musical, pero usted lo llama ministerio. ¿Por qué canta Cristóbal Fones?
Yo canto porque es mi manera de amar. Así lo aprendí desde niño. Y quiero ser una persona que ama y se deja amar por otros... Es algo bastante espontáneo, la verdad. No tiene que ver con estrategias pastorales, sino con mi modo de estar en el mundo intentando vivir mi vocación jesuita. Y tengo bien metido que el amor y el servicio son la misma cosa. Por eso lo llamo ministerio. Intento -al cantar, al grabar y componer- mirar el mundo, dejarme tocar por él y presentarlo a Dios con lo que tengo y puedo.

Entre sus trabajos se encuentra la primera Misa en lengua indígena de Chile (2001), nacida de su experiencia con el pueblo mapuche al sur del país. ¿Es ese su trabajo más especial? ¿Cuáles destacaría?
Esa es una composición muy especial, verdaderamente. Sin embargo, creo que cada producción ha tenido enormes desafíos para mí. Desde lo lingüístico (he cantado en mapudungun, inglés, quechua, tzeltal, latín, portugués, creole, etc.), pero sobre todo desde lo cultural y lo contextual: los indígenas, los jóvenes, las mujeres, los migrantes, el cuidado medioambiental, las personas con discapacidad visual o auditiva, la liturgia, la vida religiosa, la contemplación, la muerte, el ecumenismo, etc. Detrás de cada canción hay una experiencia muy intensa y movilizadora… Creo que mis trabajos son en cierto sentido un diario espiritual de mi recorrido vital. Me es difícil destacar algunos más que otros. A veces tienen un impacto en las redes o las distintas comunidades canciones que no necesariamente fueron las más cruciales para mí. Pero eso mismo las transforma en significativas y todo se vuelve comunicación y mutuo enriquecimiento.

Desde 1996, cuando grabó las primeras canciones, hasta hoy… ¿Qué ve cuando repasa su camino en estas casi tres décadas?
Veo ante todo muchos rostros, muchas historias. Personas maravillosas que me han ido mostrando sus vidas e interpelando a ser un mejor ser humano. También se me viene al corazón un reverencial asombro por el privilegio que he tenido de compartir la música en prácticamente miles de comunidades de todo tipo, de diverso origen social y cultural, en distintas partes del mundo… Veo también que el Señor me ha ido conectando a través de los cantos con mi propia vulnerabilidad, ayudándome a entrar en un misterio grande desde donde puedo conocer mejor quién soy y sobre todo quién es Él en nosotros. Esa es una experiencia muy honda.

En la Compañía, ¿la música es un apostolado de primera línea?
¡Jajaja! ¡Muy buena pregunta! Creo que todo lo que hacemos los jesuitas con amor está en la primera línea desde el punto de vista evangélico. No me parece que el canto sea un apostolado más de frontera que otros y, ciertamente, lo que yo realizo muchas veces no está para nada a la altura de lo que tendríamos que hacer. Busca ser, con todo, un aporte real para servir la primera de nuestras preferencias apostólicas, que apunta a facilitar el encuentro con Dios y fomentar el discernimiento espiritual de los bautizados. Mucho de esto lo realizamos a través de los Ejercicios Espirituales. Pero la música tiene sus características y sus lenguajes propios. En ese sentido, despierta una sensibilidad diferente y complementaria para una experiencia más integral de Jesús Resucitado en nuestras vidas.

¿Y en la Iglesia? ¿Está totalmente aprovechada su capacidad de tocar el corazón de la persona o queda camino por andar?
Uff. Creo que no. Partiendo por nuestras comunidades. Nos cuenta cantar porque nos cuesta exponernos… Hay mucho camino que andar. Cantar juntos es una de las cosas más bellas que podemos hacer, donde se va amasando un sentido de Cuerpo urgente, en medio de las soledades en que vivimos el tiempo presente. El canto efectivamente puede tocar el corazón para recordarnos que somos el Cuerpo de Cristo, con toda la maravilla de nuestras diversidades. Por otro lado, el consumo de música secular se ha masificado de tal modo a través de las plataformas de streaming, que hoy queda poco espacio para conocer y valorar una música que se ha compuesto y grabado con otros criterios, distintos a los comerciales.

¿Qué le inspira la música católica en España en el momento presente?
Yo soy también heredero de la experiencia espiritual de la Iglesia española, incluyendo su música. América Latina bebió después del Concilio de esta fuente y aún muchas de nuestras comunidades cantan las canciones de los años 70s y 80s. Luego la propuesta de grupos como Ixcís o Brotes de Olivo nos fue mostrando nuevas posibilidades para enriquecer nuestro imaginario religioso musical. Muchas y muchos cantantes solitas españoles han ido explorando derroteros hermosos, con diversos estilos y géneros. Hoy probablemente sea el grupo Hakuna el que tiene mayor impacto y difusión, sobre todo entre los jóvenes. A mí lo que me inspira es esa búsqueda interior que percibo honesta y permanente. Me resisto a un canto meramente funcional y pragmático. En ese sentido, quizás porque en Chile también hemos vivido una fuerte secularización, me siento cerca del deseo genuino que observo en las y los bautizados de España por anclarnos a una experiencia auténtica de Jesús que una la fe y la vida.

Viene de camino a la JMJ, que siempre es un acontecimiento en el que la música tiene un gran protagonismo. ¿Cómo va a participar y qué espera recibir?
¡Esta es mi quinta JMJ! Jaja… Hace rato ya que no vengo en busca de novedades. Me trae un cariño genuino por la juventud, aunque reconozco que a veces me siento lejos de ellos. Es algo triste que vivimos muchos adultos... Amamos a los jóvenes, pero sentimos que no tenemos mucho espacio, que la cultura del consumo les ha enseñado a valorar y considerar solo aquello que viene de sus pares. Yo quiero seguir con ellos aprendiendo, escuchando, conociendo y también aportando desde el camino que me ha tocado recorrer. No conozco todavía el programa completo. Pero, además de asistir a las actividades masivas y acompañar celebrando como sacerdote el sacramento de la Reconciliación, yo participaré concretamente en un conversatorio sobre música contemporánea el miércoles, ofreceré una Oración Cantada el jueves en un templo de la ciudad, me sumaré a una Adoración Eucarística con otros cantantes y el viernes cantaré nuevamente en una plaza junto al argentino Pablo Martínez.

¿Qué claves considera fundamentales para llevar a Dios a los jóvenes con la música?
No sé si la música puede llevarlos a Él... Eso lo dejo a la acción del Espíritu Santo. Lo que sí puede hacer, es ayudarles a bajar barreras, a disponerse de una manera más abierta para un encuentro más auténtico, menos utilitarista. A ratos me asusta que nuestra vida cristiana consista principalmente en pedir cosas al poder divino y no en configurar nuestra vida según el modo de proceder que nos señala Jesús. Por ahí me parece que hemos de apuntar, construyendo puentes (desde los estilos musicales hasta el uso de la música en redes sociales), facilitando el camino humano de la mano de Aquél que nos hace vivir con más hondura. Celebrar y cantar esa esperanza es la vocación de la música cristiana para este nuevo siglo. Se trata de una misión mucho más mística que solo repetir la doctrina o acompañar ciertos gestos. En cierto sentido, es como un sacramental donde, a través de letras y melodías, la gracia de Dios se puede hacer signo e instrumento para la vida de mucha gente que tal vez nunca entre a nuestros templos o se incorpore a una comunidad concreta.

Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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